Por Luz Helena Cordero Villamizar
El tiempo de nuestra vida cotidiana hoy es el tiempo del trabajo y el tiempo del consumo. Ambos generan angustia por su carácter utilitario, porque transcurren a toda velocidad y vivimos su escasez, su irremediable pérdida. Byung-Chul Han en su libro “El aroma del tiempo”, dice que vivimos un «tiempo atomizado», discontinuo, dado por acontecimientos que se suceden unos a otros y en los que desaparece la vivencia de la duración. Tenemos la sensación de que el tiempo hoy pasa mucho más rápido porque ya no nos demoramos haciendo las cosas. Y una vida a toda velocidad, sin perdurabilidad, marcada con vivencias fugaces y repentinas, hace que la vida sea más corta. «Quien intenta vivir con mayor rapidez acaba muriendo más rápido».
El acto de dormir marca la pausa necesaria en esa incesante carrera. Nos hace percibir que algo ha concluido con la llegada de la noche y algo se reinicia con la luz del amanecer. Quien no duerme vive la angustia de un tiempo inconcluso, agobiante, como el golpe incesante de un martillo. Es la vivencia torturante que bellamente han descrito poetas como Borges, Pessoa o Loynaz (ver Poesía y sueño 8). Ya se ha dicho que el insomnio es una pesadilla con los ojos de par en par, la imagen del infierno donde el fuego no cesa, una «muerte sin la gracia de la muerte»; la angustia de lo eterno, vivir en el peor recuerdo. El desvelo es perder el velo de las sombras para padecer la continuidad cegadora de la luz.
Los poemas incluidos aquí revelan otros rostros del insomnio y comparten el sobresalto de la soledad. El de Dámaso Alonso es un grito doloroso por la realidad insoportable de la guerra que ahuyenta el sueño, que no admite explicaciones y lacera el humano entendimiento y cuestiona la pasividad de Dios. En sus palabras se sienten la impotencia y la rabia. El bello soneto coloquial de Gerardo Diego alude a la soledad del insomne, a la imposibilidad de alcanzar a quien viaja por sus sueños y se aleja, se hace inalcanzable, aunque esté en medio de los «brazos maniatados».
Vicente Aleixandre es el espectador de alguien que está sumido en paisajes oníricos y siente cómo duele estar velando. Miguel de Unamuno también vive la soledad y la cárcel de su insomnio, mientras reclama su propia voz. Por su parte, Eugenio Montejo utiliza la imagen del esclavo que siente el terror de estar en vela, mientras Nicolás Guillén juega con visiones alucinantes que desfilan por la cabeza del que da tumbos en las sombras. La música de este poema lleva a una experiencia de goce.
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La imagen de entrada corresponde al cuadro de Anselm Kiefer [1945] “Una palabra dicha por guadañas” (Ein Wort von Sensen gesprochen, 2019-20). Emulsión, óleo, acrílico, goma laca, paja, pan de oro, madera y metal sobre lienzo. Derechos del autor. Foto del Archivo Gagosian https://gagosian.com/artists/anselm-kiefer/
INSOMNIO. Dámaso Alonso (Madrid - España, 1898 - 1990)
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
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Publicado originalmente en “Hijos de la Ira [1944]”. Tomado de: Fernández Retamar, Roberto. “Antología de poetas españoles del Siglo XX”. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1965.
EL ESCLAVO. Eugenio Montejo (Caracas - Venezuela, 1938 – Valencia, 2008)
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
Para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo).
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas,
en oro el barro humano,
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
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Tomado de: “Terredad”. Monte Ávila Editores. Caracas, 1978.
INSOMNIO. Gerardo Diego (Santander - España, 1896 - Madrid, 1987)
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
cauce fiel de abandono, línea pura,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
***
Publicado originalmente en “Alondra de verdad [1941]”. Tomado de: “Segunda Antología de sus versos [1941 – 1967]”, Editorial Austral nº1394, Madrid, 1967.
Anselm Kiefer: “Las célebres órdenes de la noche” (Die berühmten Orden der Nacht, 1997)
INSTANTE. Vicente Aleixandre (Sevilla – España, 1898 – Madrid, 1984)
Mira mis ojos. Vencen el sonido.
Escucha mi dolor como una luna.
Así rondando plata en tu garganta
duerme o duele.
O se ignora.
O se disuelve.
Forma. Clamor. Oh, cállate. Soy eso.
Soy pensamiento o noche contenida.
Bajo tu piel un sueño no se marcha,
un paisaje de corzas suspendido.
***
Tomado de: “Espadas como labios”. Editorial Losada, Buenos Aires, 1968.
ROMANCE DEL INSOMNIO. Nicolás Guillén (Camagüey – Cuba, 1938 – Miami - EUA, 2003)
¿Qué hora es? Nadie lo sabe.
Las horas cuelgan del techo,
pero no puedo cogerlas.
Mando mis ojos abiertos,
y vuelven mudos mis ojos
a sus órbitas de miedo.
Pasa un grito por la calle;
pasa después un silencio,
y un silencio más, y otro,
y pasan muchos silencios.
(En la sombra yo soy sombra.)
Miro hacia la sombra y veo
flores verdes en la sombra,
esqueletos de esqueletos,
ramas que suben y bajan,
globos de gases enfermos,
voces con alas de alción,
limallas de pensamientos,
y en la pista de la noche
–amazonas de recuerdos–
risas que corren desnudas
en pos de anillos deshechos.
El disparate machaca
con quince martillos negros:
sinón de sones sirena,
sirio sonoro cencerro,
cantos de voz sin las palmas,
frutos de un mismo coseno;
cara… vuelo… ser… mentira…
cinco… catorce…
(Me duermo.)
***
Tomado de: Obra poética. Editorial Letras Cubanas. La Habana, 1985
EN HORAS DE INSOMNIO. CUATRO SONETOS. Miguel de Unamuno (Bilbao - España, 1864 – Madrid, 1936)
1
Me voy de aquí, no quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
y a falta así de confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.
No hallo fuera de mí en que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.
Oh triste soledad, la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos, ermitaño.
He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos, soy me extraño
a mí mismo y descubro no vivía.
2
Hecho teatro de mí propio vivo,
haciendo mi papel: rey del desierto;
en torno mío yace todo yerto,
y yo, yerto también, su toque esquivo.
En vez de hacer algo que valga, escribo;
al afirmarlo todo no estoy cierto
de cosa alguna y no descubro puerto
en que dé tierra al corazón altivo.
Me desentraño en lucha con el otro,
el que me creen, del que me creo potro,
y en esta lucha estriba mi comedia;
pasan los años sin traerme cura;
bien veo que es mi vida una locura
que sólo con la muerte se remedia.
3
Dejar un grito, nada más que un grito,
aquel del corazón cuando le quema
metiéndosele el sol, pues no hay sistema
que diga tanto. Dice el infinito
del desengaño, dice cómo el hito
cayó que nos marcaba la suprema
jornada de ilusión, dice la extrema
resignación a lo que estaba escrito.
¿Definiciones? Sí, buenas palabras,
que aunque presumen ser abracadabras
no nos abren tesoro verdadero;
no se cura la vida con razones,
espacio, tiempo, lógica, sayones
sin compasión de todo cuanto espero.
4
La Tierra un día cruzará el espacio
celeste convertida en cementerio
de civilizaciones; el misterio
triunfará de la vida, pues reacio
fue siempre a la razón. Me pone lacio
el ánimo el pensarlo. ¿Acaso es serio
del mundo así entregarse al loco imperio
de cuya vanidad nunca me sacio?
Cruzará, vanidad de vanidades,
muerta, la soledad de soledades,
sin principio, sin fin y sin objeto;
mas entretanto, corazón, pelea
por esa vanidad; tal vez la idea
logre aplacarte, corazón inquieto.
Poesías sueltas LXXIX. Salamanca, 5-6-V-1911.
***
Publicados originalmente en Los Lunes de “El Imparcial”, Madrid, 29 de mayo de 1911.
Tomado de: “Obras completas”. Tomo XIV, Poesía 2. Afrodisio Aguado, S.A., editores libreros. Prólogo, edición y notas de Manuel García Blanco, Madrid, 1958.
Anselm Kiefer: Walhalla (2016)