Por Luz Helena Cordero Villamizar

Y esta patria que duele en el costado, en el vientre, en la respiración, en el número, en la risa. Este país nuestro y de otros que han hecho de él su finca, lugar de fechorías, feudo familiar. Esta patria de lamentos y rabia, de chistes amargos, es también fuente inagotable de poesía. Aunque no cabemos todos en las cuentas, sí nos abarca a todos la esperanza. En textos anteriores de “Poesía y resistencia” se ha incluido una muestra de esta poética y podríamos seguir nombrando poetas y poemas hasta el infinito. Está el retrato de “La patria boba” de Juan Gustavo Cobo Borda con aquel desfile triste de libertadores «sucios y ojerosos», reclutas «con las manos atadas / por temor a que se escapen» y próceres con nombres desteñidos. Aurelio Arturo habla de la guerra civil, de los soldados que «ayer labraban la tierra» y ahora marchan con tanto alborozo «que es preciso preguntar si van a una fiesta». Los guerreros también marchan en los poemas de Álvaro Mutis y desfilan los ataúdes, con «su penetrante aroma de pino verde». Son los mismos ataúdes que, incansablemente «miden trazan y cortan» los carpinteros del poema de Robinson Quintero Ossa.

Si se trata de hacer un recuento de muertos, nos sobran páginas de poesía de todas las épocas y entonaciones. Nicolás Suescún escribe:

Jamás tantos muertos

rondaron la casa de los vivos,

jamás tantos vivos

habitaron la casa de los muertos.

Jorge Gaitán Durán parece responder con ese amor desgarrado: «Violenta patria mía: / en mí creció tu amor tardío / como una bocanada de perfume salvaje». Jaime Jaramillo Escobar habla del «tiempo en que los colores peleaban entre sí, el azul con el rojo, que están unidos en la bandera, se había ordenado separarlos» y así, hasta el absurdo, pues había que cortar las flores rojas en jardines en donde era obligado pintar todo de azul.

Se ha escrito sobre los asesinos y su costumbre de parecerse tanto a nosotros. Son esos pájaros que no baten las alas, con «sus vuelos mórbidos» en la balada de Mario Rivero. Y así, década tras década, año tras año, la poesía colombiana mira el horror a los ojos y da cuenta de él con toda su fuerza y amarga belleza. Hoy los poetas más jóvenes continúan interpelando la violencia, reelaboran preguntas por el contexto y lo hacen con diferentes estilos y matices. A esta hora, en cualquier lugar, una poeta trabaja en ello, tritura la rudeza para entregarnos otra forma de nombrarla, y para que sea posible la esperanza.

Juanito Laguna es el motivo y el símbolo que ideó el artista argentino Antonio Berni [1905- 1981] para insistir en la problemática social de su Buenos Aires y las capitales de América Latina. Las imágenes de esta entrada son un pequeño homenaje al autor y su obra. Arriba, un detalle de “Juanito dormido” [1974]. Óleo y collage sobre madera. Colección particular.

OMAR ORTIZ FORERO

(Bogotá, 1950)

JOSÉ MANUEL ARANGO

(Carmen de Viboral, 1937 – Medellín, 2002)

ÁLVARO MARÍN

(Manzanares, Caldas, 1958 – Macanal, Boyacá, 2021)

Omar Ortiz sabe escudriñar entre espejos, en el barro crudo y costales de hierbas; entre fondas y trochas encuentra nombres que arrastran la memoria. Olisquea por las cocinas, se entromete en los cuchicheos, transita sobre los muertos que simulan ser «pájaros ciegos». Sabe que el poeta es alfarero, yerbatero y curaca cuando se asoma por la Historia y la vida de seres anónimos que pueden ser nuestros parientes y vecinos…

[Para leer el comentario completo pinche el siguiente enlace]

Sobre Omar Ortiz

Omar Ortiz sabe escudriñar entre espejos, en el barro crudo y costales de hierbas; entre fondas y trochas encuentra nombres que arrastran la memoria. Olisquea por las cocinas, se entromete en los cuchicheos, transita sobre los muertos que simulan ser «pájaros ciegos». Sabe que el poeta es alfarero, yerbatero y curaca cuando se asoma por la Historia y la vida de seres anónimos que pueden ser nuestros parientes y vecinos. Seguir el sendero de su palabra es probar las regiones de las frutas, atisbar por ventanas junto a alguna muchacha cuyos «ojos provocan la melancolía»; es descifrar los secretos de las cosas, toparse con el asesino o el torturador que ve su reflejo sin caer fulminado.

La obra de Omar da fe de la ubicuidad de la poesía, que todo lo recorre, lo lee y lo penetra. Sabe ser voz del que calla y cuenta las pequeñas historias que no lo son, entregándonos la imagen de esta cotidianidad malherida que llamamos patria. “Pequeña historia de mi país”, es como llama el poeta a ese registro de muerte, desasosiego, crueldad y «hedor de pesadilla que aniquila los sueños». Pero el poeta no se queda en lamentaciones. Sabe nombrar el canto, la danza. Sabe conjurar las desdichas con su palabra, raíz de mandrágora. Con palabras teje el aire y alimenta la memoria.

OLOR DE PATRIA

Es un olor antiguo, como un viejo coágulo

que se desliza por el río.

Una mancha revuelta con sudor, pólvora

y cagajón de caballo.

Para no mentar la sangre que cubre las cosechas

envenenándolas, más que el glifosato.

Un hedor de pesadilla que aniquila los sueños

desde el vientre de las madres.

Nada puede la ruda, ni el romero, para espantarlo.

Nada, el canto de la marimba para sofocarlo

en las enaguas bailadoras.

Nada, tu risa.

Sigue ahí, como un olor a historia,

a cielos estancados y marchitos. 

***

Tomado de: “Pequeña historia de mi país”. Letra a letra. Bogotá, 2021.

 

 

PREGUNTAS ACUCIANTES

En una sesión académica el profesor

fue interpelado por uno de sus alumnos:

Maestro, le dijo, ¿Podría usted explicarnos

qué hacer con unas dudas que nos agobian?

A lo que el aludido respondió,

Si está en mi poder hacerlo, adelante.

Y esto fue lo que oyó:

–Maestro ¿qué vamos a hacer con esta plaga que nos aísla,

nos impide el abrazo, el beso, el roce de otra piel y nos confina

en la gélida y sombría individualidad del coltán y del azogue?

¿Qué hacer para recuperar los cantos y la alegría de las rondas

y bailes de infancia?

¿Cómo impedir que sigan traficando con nuestros cuerpos

y envenenando nuestras emociones?

¿Qué suerte de oración emplear para conjurar a los asesinos?

¿Hay algún amuleto contra la estupidez de quienes nos gobiernan?

A lo que el maestro expresó:

–Quienes padecieron los campos de exterminio nazi

y los gulags del régimen de Stalin,

repitieron, para sobrevivir,

las palabras que se leen en el anillo del rey Salomón,

«También esto pasará…»

 

***

Tomado de: “Pequeña historia de mi país”. Letra a letra. Bogotá, 2021.

 

 

QUISIERA ESCRIBIR POEMAS CON FINALES FELICES

Parodiando a Nazin Hikmet,

quien pedía su amigo y compañero de luchas,

Wala Nureddin que le enviara a prisión libros

con finales felices, juro que quisiera que mis poemas

tuvieran también finales felices.

Donde no se encontraran niños muertos de hambre,

o bombardeados por el ejército de mi país,

y no tuvieran que dar cuenta de gente asesinada

por dejar las armas,

o por reclamar su tierra,

pero no la que les echan encima cuando caen acribillados.

Poemas que exultaran el canto de nuestras muchachas

y no la manera en que las ultrajan y violan.

Versus optimistas sobre la riqueza de la patria,

que se reparten, entre orgías de sangre, unos pocos.

Amorosos cánticos que dieran cuenta de las manos,

los abrazos y los corazones que se estrechan,

no noticias de cómo manejan los traficantes

los cuerpos y las almas de mis compatriotas

que son subastadas

entre los envenenados cauces de los ríos,

los bosques incendiados

y Wall Street.

Donde tuviéramos muchos pastores de cabras,

infinidad de tejedoras de historias

y los poetas se odiaran menos.

 

***

Tomado de: “Pequeña historia de mi país”. Letra a letra. Bogotá, 2021.

HÉCTOR FABIO DÍAZ

Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,

la camisa que tanto gusta a Margarita,

la del 301,

los zapatos negros recién lustrados, una pinta

de hombre,

como dijo mi madre después del beso ritual

de despedida.

En la Kodak me tomaron la foto

para la solicitud de empleo.

Pero de pronto me empujaron a un auto,

me pusieron dos armas en la cabeza y acabé

tirado en una pocilga

donde me preguntaban por gente desconocida.

No señor, decía y me pegaban.

Sí señor, respondía, e igual me pegaban. Duro,

lo hacían, como si no estuviera carne, ni huesos,

ni sangre, ni alma.

Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,

ni puedo abrazar a Margarita.

Ahora soy una desteñida foto que mi madre

lleva a cuestas en plazas y desfiles.

 

***

Tomado de: “Los espejos del olvido. Antología poética (1983-2002)”. Selección y prólogo Juan Manuel Roca. Deriva Ediciones, 2002.

José Manuel Arango, laborioso, humilde, casi asceta de las palabras. Surge de una historia rural de la que destaca la sencillez, el asombro de las cosas elementales que, al ser rozadas apenas con sus versos, se convierten en la expresión bella de lo sensible. Maestro de filosofía del lenguaje, en sus escritos busca los significados latentes, el trazo mínimo, el peso del silencio, el alma de las cosas. Con la auténtica modestia que lo identificaba, decía que solo trataba de hacer una poesía «en voz baja»…

[Para leer el comentario completo pinche el siguiente enlace]

Sobre José Manuel Arango

José Manuel Arango, laborioso, humilde, casi asceta de las palabras. Surge de una historia rural de la que destaca la sencillez, el asombro de las cosas elementales que, al ser rozadas apenas con sus versos, se convierten en la expresión bella de lo sensible. Maestro de filosofía del lenguaje, en sus escritos busca los significados latentes, el trazo mínimo, el peso del silencio, el alma de las cosas. Con la auténtica modestia que lo identificaba, decía que solo trataba de hacer una poesía «en voz baja».

La contención verbal y la austeridad en el uso de los recursos retóricos marcan sus versos. En esto coinciden quienes comentan su obra. Se trata de una poesía esencial, decantada en la emoción, nacida de la necesidad de decir lo imprescindible. En ella revela lo amoroso, lo erótico, lo sensitivo, desde la sutileza, desde la sugerencia, desde el apenas nombrar, como si las cosas al ser dichas pudieran desgarrarse o desaparecer. También su obra está atravesada por el dolor de lo violento, por la muerte que todo lo rodea y lo penetra: «Alzo la mano para acariciarte. / Y los muertos acuden, / manotean sobre tus pechos». Y es que en sus versos la alegría puede ser furiosa, la crueldad inocente y una carcajada puede confundirse con el espanto. Lo tierno y lo bello no se distancian de lo terrible, como en los versos más citados de Rimbaud: «Senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga.»  José Manuel convierte esta certeza en imágenes:

Una gacela, una criatura,

una cría del miedo.

Diminuta, como copiada 

del ojo del tigre.

En estos poemas José Manuel Arango relata hechos violentos en el presente poético, con imágenes que se instalan en el sentir del lector, generando reacciones inesperadas que traspasan la conciencia y de ese modo tocan la realidad. ¿Cómo hacer que surja poesía del relato de execrables torturas? Él puede lograrlo con un verso:

Es como si se aborreciera la vida.

FE DE ERRATAS

He equivocado la palabra

donde dijo sí

quizá

debió decir no

y tal vez un poco más tarde

donde dijo no

debió decir sí

 

El carpintero el lápiz en la oreja toma sus medidas

 

Un helicóptero pasa volando sobre las terrazas

 

Soldados de cabeza rapada vigilan las calles

 

***

Tomado de: “Fe de erratas”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia. Bogotá, 2009.

COMO PARA EL AMOR

Desnuda

las piernas recogidas un tanto

las rodillas aparte

como para el amor

 

El inspector de turno

dice ajusta los hechos a la jerga

de oficio

el secretario

con dos dedos teclea

 

Yo

también me he anudado mi pañuelo en la nuca

miro el pubis picoteado

 

***

Tomado de: “Fe de erratas”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia. Bogotá, 2009.

 

LOS QUE TIENEN POR OFICIO LAVAR LAS CALLES

Los que tienen por oficio lavar las calles

(madrugan, Dios les ayuda)

encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre

 

Y la lavan también: es su oficio

Aprisa

no sea que los primeros transeúntes la pisoteen

 

***

Tomado de: “Poema y voz”. Colección Bicentenario de Antioquia. Universidad de Antioquia. Medellín, 2013.

 

AH Y ES DE NUEVO LA MAÑANA

Ah y es de nuevo la mañana

tibia y azul

El que está señalado

(en la lista hay una cruz después de su nombre)

liviano todavía

va por las calles

 

Trae la calavera llena de sueños

Limpio recién peinado

va a sus negocios

 

Cuando el asunto se despache un nombre

se tachará

 

Por ahora va por las calles

 

 ***

Tomado de: “José Manuel Arango. La humildad del jardinero”. Otraparte. Septiembre 28 de 2006. En: https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/josemanuelarango/

En la poesía de Álvaro Marín pastan venados, se ven fogonazos de la guerra, el cielo se siembra de alas negras, las garzas huyen con sus alas en llamas y la semilla ara en el mar. No hay tregua en las imágenes que galopan, no hay esperanza, ni alegría, ni mañana. Salvo la voz de la ternura que transita con rostro de niña; salvo esa niña de ojos atormentados que es Colombia, que es el cuerpo quebrado de Eliana…

[Para leer el comentario completo pinche el siguiente enlace]

Sobre Álvaro Marín

En la poesía de Álvaro Marín pastan venados, se ven fogonazos de la guerra, el cielo se siembra de alas negras, las garzas huyen con sus alas en llamas y la semilla ara en el mar. No hay tregua en las imágenes que galopan, no hay esperanza, ni alegría, ni mañana. Salvo la voz de la ternura que transita con rostro de niña; salvo esa niña de ojos atormentados que es Colombia, que es el cuerpo quebrado de Eliana.

A Álvaro, cronista de la cordillera, amante de las abejas, poeta de las “Quemaduras”, le duele hondamente esta realidad feroz, lo monstruoso dominado por el terror. Le duele la aridez del mundo en el pecho, la muerte del amigo y del anónimo que tocaba a su puerta para aliviar el olvido con su voz. Lleva el eco del fuego, la ceniza de la selva, el tóxico pan de este país, de esta raza de Caín.

Las palabras son su fuerza, su luz. Con ellas dibuja, vuela y juega «a espantar la luna de la muerte». Las palabras, aves que surcan el vacío y fundan las únicas certezas, pues Dios ha muerto o está en la cárcel. Los dioses son «la vida y la vegetación.» Solo la poesía puede dar alas: «…si escribes ⁄ dejas tu rastro como un silencio vegetal contra el antiguo muro.» Solo la poesía y el amor.

Que mis palabras sean un rumor de alas

Y en el momento de escribir la palabra amor surja

Una bandada de pájaros que silencie el ruido

de los huesos del aire…

CANCIÓN PARA ELIANA

Y tú, niña, no te quejas si el cielo oscurece.

Juegas a las lamparillas bajo una manta de sombras

bajo un cielo de alas negras. Y si el día arde,

y si los fogonazos de la guerra incendian el sol

sigues indiferente en el juego, en el no saber que el hombre

                                                            es un ser oscuro

                                        que caza aves, que caza hombres.

 

Es mejor que no lo sepas. Yo quiero ser como tú

Yo quiero ignorar el país de los muertos,

donde un ave que pasa

puede ser el alma de un cuerpo segmentado.

                                                                   El alma coja

                                                 De alguien que abandonó la tierra,

                                                              que trabajó la tierra,

                                                                que fue hundido

                                                                  en la tierra.

 

¿Y por qué digo cosas tan tristes para una niña?

Porque la dureza ha fundado un imperio

Porque el juego de los niños ha sido suspendido

y de la selva huyen garzas con las alas en llamas.

 

Porque hablo desde el abismo.

Cosa terrible es hablar desde el abismo,

las palabras salen con tierra.

 

Yo excavo en mi aridez interior

hasta la más profunda de mis soledades,

                                                             hasta la soledad de ti.

                                                                  Y sin embargo

                                                               hay una dulce gota

                                         y una luz de azafrán en tus labios durmientes.

 

Tengo que confesar que estoy muerto,

estoy muerto, y canto. Te canto a ti niña, una dulce canción,

porque duermes, porque no entiendes todavía lo que pasa:

 

Mejor nos vamos que esta gente aquí no nos quiere,

sube a la bestia silenciosa de este tiempo.

Nos podemos perder entre sus pliegues,

por los escombros de una nave derribada

en cualquier fragmento de hojalata.

Huir por la hendidura del tiempo en el espacio,

entre las llamas del medio día o entre una herida del sol.

Montar a pelo el viento donde arrojamos la semilla,

por esa playa de Santa Marta por donde huyó el que aró en el mar.

Abandonar este abismo donde el sol muere,

huir de estas llamas que se agitan como el látigo

del tiempo perdido.

 

Colombia es una niña a quien todos atormentamos

el tiempo es el golpeteo de sus manos, y el sol una amenaza.

Hasta la niebla parece venir de abajo,

desde la oscura entraña de los holocaustos,

del fango y las lianas intransitables que nos acogen.

 

Ayer asesinaron, hoy es la fiesta,

la sangre es el verbo que se consuma.

¿Y acaso no hay otro lugar adónde ir?

No hay lugar.

Sólo existe esta herida: el cuerpo quebrado de la niña

como cáscara, como hueso de ave, como aire de nadie

como pájaro que ha perdido el poder del vuelo.

Y mi niña me pregunta cómo ha sido este día

 

entonces esquivo la respuesta con un juego de palabras

cualquier juego, todos jugamos a la nada.

 

Y sin embargo veo un frente de luz.

Y yo le digo que hoy

cuando el sol vetea el día con sus lanzas doradas

miramos el horizonte por infinitésima vez

en el viento cálido que traen los meses claros.

 

Cantamos para que la luz sea,

también la luz tiene su parentela.

La luz, ya se dijo, es hija de las palabras

pero también es hija del canto, y de la danza.

Cantamos para encender la llama al fondo de la noche.

 

Sin el mediodía el infinito no es,

Sin la altura el espacio naufraga.

Recuerda Eliana la luz del sol

Es el reflejo de la luz de tus días

 

No hay muerte

Esas aves que surcan el cielo

Revuelan liberadas de tu risa.

 

Eres música y silencio

de la oscura tierra el color de las flores

del profundo misterio la claridad.

Dime si te gusta este ramo de girasoles

bajo el claro de luna.

 

También tu sombra es una niña

Que juega a ocultarse más allá del mar.

No hay muerte

Hay la llama que enciende los días

Las olas trazadas en la hoja

en donde te dibujas niña que ya no estás.

 

Regresas al silencio por un arco de estrellas

Aprendes, como querías,

El arte de danzar y volar al mismo tiempo.

Vuelves

Al sitio de donde venías con un ramo de luz

A espantar la luna de la muerte.

 

Eres la flor de una planta que en la tierra no crece

Cantas tus días en el lugar sin nombre.

Eliana, salva estos abismos

Huye de este frío que quiebra las alas

de las mariposas.

 

Los callados árboles te observan

Cómo pasas veloz en la danza del amanecer.

Navegas en el barco de vela que dibujas

Y lanzas una rosa de bengalas

Sobre esta noche oscura.

 

No hay muerte

Hay nube y árbol y pájaro en silencio

Hay la niña y la madre ocultadas,

no para siempre.

Sólo por esta noche.

 

Hay mariposa y sol

Cubiertos por la sombra

que será a su vez ocultada.

Ahora entiendo lo que es la luz

Que rompe en silencio la oscura dureza

Eres el árbol contra la niebla,

El ave contra la noche.

 

¿En dónde abres ahora tus alas de niña?

En dónde cantas y ríes ahora

Que forman cirios las nubes y

Se toman el aire crueles pájaros rojos.

 

Los cometas, y los peces de tinta

vienen preguntando por ti.

Dime, ahora qué les digo,

dime ahora dónde voy a encontrarte.

 

***

Tomado de: Prometeo. Revista Latinoamericana de Poesía. Número 81-82. Julio de 2008.

SOBRE ESTE POEMA SOBREVUELA UN BLACK HAWK

El fuego camina sobre el agua en una travesía a tres mil grados k.

El elemento puede ser el número atómico 22, titanio puro. Se

extrae por un rapto de tetracloruro y por el influjo del carbono. A

esta amalgama se agrega sangre de indio, y así empieza el

descenso del cuchillo sobre el mundo, el metal en la forma de un

halcón.

 

Black Hawk es un indio del Mississippi, un jefe sauk. Su gente,

dicen, es gente de fuego. Black Hawk ofrece el alimento del

tabaco a los ingleses que los ingleses vuelven humo. Asombrados

los minerales bajo la tierra preguntan si en Europa hay vida antes

de la muerte.

 

Hoy ya sabemos cómo desintegrar las partes del todo, y vemos

caer una lluvia roja sobre un río insepulto. Otros saben cómo

fundir el nombre de un jefe indio al metal, y saben convertir los

huesos de la cultura en armas de guerra.

Desde el cielo cobrizo desciende el dios de titanio, su rumor seco

entre la selva del Amazonas anuncia el comienzo de un tiempo

oscuro. Este viejo rumor viene de caza desde el antojo de Europa

del siglo XV. Abre las aguas, quiebra la noche y los mares

profundos.

 

Esta versión del fuego no es una danza ritual, no es el fuego sauk,

es el fuego que camina sobre todos los siglos. Esta es la muerte

mineral, es una prolongada historia clínica con pozos de

hemoglobina.

 

Este rumor en llamas trae una equis de huesos y un documento

secreto. La tierra se estremece desde las praderas del Norte

hasta la caída en las sombras de las selvas del Sur.

 

¿Y acaso lo esperado no era un tiempo de luces?

Detrás de los árboles un silencio nos llama, desde la sombra,

desde el oscuro desdoblamiento del dolor.

 

¿A dónde creen ir los hombres y los animales?

Ya no sabemos qué parte de la oscuridad somos. Dirán que la

selva es un vertedero de sepulcros, un útero verde, un pantano de

ahogados suplicantes, ¿pero a dónde van sin sombras estos

cuerpos?, ¿a dónde van estos fantasmas errantes?

¿Y si no hay muerte? ¿Y si la multitud de árboles y hombres

talados son un mal sueño?

 

Del Atlántico desciende una noche que no es la noche, y entre

humo y rapé nuestras voces preguntan: “y si no son estas

nuestras palabras, y si no es esta nuestra boca, si no es este

nuestro cuerpo, ¿qué somos entonces?”

 

Los árboles caídos dicen que estamos muertos. A los árboles

caídos les cortamos la lengua y siguen hablando, los árboles

caídos dicen que somos presencias vacías, aire sin aire, actos de

fe. Y ya nada pueden hacer los pájaros por nosotros.

 

Esta es la historia de la trasformación del nombre de un indio del

Mississippi en el nombre de un arma de guerra, y del indio mismo

convertido en metal. Ahora sobrevuela el verde del Amazonas.

 

Esta es la historia del fuego que camina sobre las aguas.

Sobre este poema sobrevuela un Black Hawk.

 

***

Tomado de: “Quemaduras”. Colección Respirando el verano. Editorial Domingo Atrasado. Bogotá, 2019.

OLVIDOS

Nadie recuerda cómo se funda un pueblo.

¿Quién traza el lugar de la intemperie,

quién las líneas de vuelo de los pájaros?

Y la casa,

la casa que ya es otra, ¿cómo era una casa?

¿Y quién es el doliente de la sangre,

quién su curandero?

Ya nadie recuerda cómo se prepara el día,

cómo se enciende la luz,

cómo es la brasa del carbón de la noche.

¿Quién estará al cuidado de las tempestades

quién al abrigo del fuego?

¿Y quién pronunciará los conjuros?

¿Quién despertará la mañana y que sea

de verdad la mañana?

Ya no sabemos cómo convocar la luz

y cómo deshacer las trampas de la muerte,

¿quién irá entre las cosas

diferenciando lo venenoso y lo comestible?

¿Quién será el guardagujas del viento?

¿Y quién entonces fabricará el agua?

¿Alguien recuerda cómo se hace el agua?

 

***

Tomado de: “Informe sobre la desaparición del hombre. Antología”. Obra abierta Libro Nº 34. Seshat Editorial. Bogotá, 2020.

POEMA DE LAS ALMAS MUERTAS

Cómo entender

Los prolongados silencios del árbol

Cómo discutir el monólogo del río

Cómo iluminar el resplandor de un incendio

Cómo leer la sangre abierta.

Cómo curar las heridas del día

Cómo leer las manchas del sol

Cómo cantar estas muertes.

Cómo entender al trastornado

Cómo curar los rostros del miedo

Cómo contarle al que pasa

Cómo hablarle al que pasa

Y cómo,

Si lo que pasa, lo que atraviesa esta noche

Son trescientas mil almas caídas en la guerra.

 

***

Tomado de: “Informe sobre la desaparición del hombre. Antología”. Obra abierta Libro Nº 34. Seshat Editorial. Bogotá, 2020.

 

Del artista argentino Antonio Berni “Juanito pescando entre latas” [1974] Óleo y collage sobre madera. 

Del artista argentino Antonio Berni “Juanito Laguna remontando un barrilete” [1973] Óleo y collage sobre madera.