Por Luz Helena Cordero Villamizar
En el sueño todo es posible, todo, menos la razón, que en esas capas superpuestas, en esas nieblas de sucesos únicos, múltiples, discontinuos, extraños, misteriosos, caóticos y hasta cómicos, no encuentra su lugar ni su tiempo. La fantasía y la emoción desplazan el raciocinio, tal como lo sostenía Hölderlin, quien rechazaba la razón pura por considerarla incompleta, pues de ella no brota nada razonable, mientras la poesía conjuga lo estético y lo racional, lo lógico y lo intuitivo.
Cuando la conciencia clava sus garras en el universo onírico, este desaparece y con él se deshace lo fantástico, el misterio. Se instaura entonces la ausencia del sueño: el temido, el insufrible insomnio, otra fuente inagotable de poesía. La angustia de estar en vela, la fiebre, la imposibilidad de desconectarse del mundo real. Ese estar pegado con uñas y con una terrible conciencia al paso de los minutos y las horas que laceran.
Sueño e insomnio. Calma y tempestad: en la poesía hay una evocación constante a estas alegorías. La pintura romántica del ruso-armenio Ivan Konstantinovich Aivazovsky [1817-1900] resulta muy pertinente con sus alusiones al Mar Negro de su natal Crimea. “La tempestad” de 1886. Tomado del portal artsdot.com
JORGE LUIS BORGES
(Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986)
DULCE MARÍA LOYNAZ
(La Habana -Cuba, 1902-1997)
FERNANDO PESSOA
(Lisboa -Portugal, 1888-1935)
Decir Jorge Luis Borges es desplegar un libro inacabable, un cosmos dentro de la literatura universal. No hay escritor o lector que no haya penetrado alguna vez por sus ficciones, sus laberintos, sus bibliotecas, sus mitologías o sus espejos, para extraer de ellos siquiera una partícula de su sabiduría, alguna frase, una historia, un sueño, la visión de la rosa antes de entrar en el infierno; un pensamiento claro y demoledor, algo que agregarle a la belleza y a la prolijidad de la existencia. El mundo no es igual antes y después de Borges. Maestro de maestros, es una fortuna tenerlo como referente…
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Sobre Jorge Luis Borges
Decir Jorge Luis Borges es desplegar un libro inacabable, un cosmos dentro de la literatura universal. No hay escritor o lector que no haya penetrado alguna vez por sus ficciones, sus laberintos, sus bibliotecas, sus mitologías o sus espejos, para extraer de ellos siquiera una partícula de su sabiduría, alguna frase, una historia, un sueño, la visión de la rosa antes de entrar en el infierno; un pensamiento claro y demoledor, algo que agregarle a la belleza y a la prolijidad de la existencia. El mundo no es igual antes y después de Borges. Maestro de maestros, es una fortuna tenerlo como referente.
Borges considera que la poesía quiere volver al origen mágico e irracional del lenguaje, «sin prefijadas leyes, obra de un modo vacilante y osado, como si caminara en la oscuridad», al estilo de un «ajedrez misterioso, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño». La literatura es el arte de las palabras y el lenguaje un fenómeno estético. Se supone, erróneamente, que el lenguaje corresponde a la realidad, aunque es algo cambiante. Cada lectura y relectura, cada recuerdo de una lectura, renueva el texto, que es como el río de Heráclito. Borges piensa que la poesía es también el encuentro del lector con el libro.
El sueño es uno de los temas más bellamente tratados por Borges, no solo en su poesía sino en sus cuentos. El sueño, ese juego circular entre la realidad y la ficción, constituye para él un cosmos. ¿Sueña Cervantes con un hidalgo y es Don Quijote un sueño del hidalgo? En una celda circular un hombre que se parece a Borges escribe en extraños caracteres un poema «sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben».
También en sus poemas se ocupó del insomnio. Estos versos son demoledoramente bellos. Al leerlos se siente el agobio, «la terrible inmortalidad», el peso enorme del cuerpo, ese «estado parecido a la fiebre» que es el desvelo.
INSOMNIO
De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.
Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios,
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.
El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.
En vano quiero distraerme del cuerpo
y del desvelo de un espejo incesante
que lo prodiga y que lo acecha
y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.
En vano espero
las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.
Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.
(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.)
Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.
Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.
Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún muerto,
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o muertos
–aunque se oculten en la corrupción y en los siglos–
y condenarlos a vigilia espantosa.
Toscas nubes color borra de vino inflamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados.
1936
***
Tomado de: Obras Completas. Tomo II. Emecé Editores, Buenos Aires, 2002
DOS FORMAS DEL INSOMNIO
¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta.
Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa.
¿Qué es la longevidad?
Es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades declinan, es un insomnio que se mide por décadas y no con agujas de acero, es el peso de mares y de pirámides, de antiguas bibliotecas y dinastías, de las auroras que vio Adán, es no ignorar que estoy condenado a mi carne, a mi detestadas voz, a mi nombre, a una rutina de recuerdos, al castellano, que no sé manejar, a la nostalgia del latín, que no sé, a querer hundirme en la muerte y no poder hundirme en la muerte, a ser y seguir siendo.
***
Tomado de: Obras Completas. Tomo III. Emecé Editores, Buenos Aires, 2003
EL SUEÑO
La noche nos impone su tarea
mágica. Destejer el universo,
las ramificaciones infinitas
de efectos y de causas, que se pierden
en ese vértigo sin fondo, el tiempo.
La noche quiere que esta noche olvides
tu nombre, tus mayores y tu sangre,
cada palabra humana y cada lágrima,
lo que pudo enseñarte la vigilia,
el ilusorio punto de los geómetras,
la línea, el plano, el cubo, la pirámide,
el cilindro, la esfera, el mar, las olas,
tu mejilla en la almohada, la frescura
de la sábana nueva, los jardines,
los imperios, los Césares y Shakespeare
y lo que es más difícil, lo que amas.
Curiosamente, una pastilla puede
borrar el cosmos y erigir el caos.
***
Tomado de: Obras Completas. Tomo III. Emecé Editores, Buenos Aires, 2003
EL DESPERTAR
Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!
***
Tomado de: Obras Completas. Tomo II. Emecé Editores, Buenos Aires, 2002
Dulce María Loynaz fue considerada por sus contemporáneos un verdadero «mito viviente». El mito se dio no solo por el enigma, por ese halo misterioso y evanescente de su obra sino por la atmósfera secreta que rodeaba su vida. Como tantas mujeres de su generación, inició a una edad muy temprana su labor silenciosa de escritura y sus publicaciones tardaron varios años. Desde que sus primeros “Versos” vieron la luz, su nombre empezó a vibrar en oídos ávidos de poesía…
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Sobre Dulce María Loynaz
Dulce María Loynaz fue considerada por sus contemporáneos un verdadero «mito viviente». El mito se dio no solo por el enigma, por ese halo misterioso y evanescente de su obra sino por la atmósfera secreta que rodeaba su vida. Como tantas mujeres de su generación, inició a una edad muy temprana su labor silenciosa de escritura y sus publicaciones tardaron varios años. Desde que sus primeros “Versos” vieron la luz, su nombre empezó a vibrar en oídos ávidos de poesía. Su voz emergía como el agua de un peñasco. Metáfora pertinente para una poetisa que han descrito como un surtidor, una fuente, tenaz y cantarina, en cuyos versos se muestra extasiada por el agua, «obsesionada con los rosales y los jardines», con «resaltos y remansos, anchuras y reconditeces», como lo apuntara el poeta César López, quien considera que su palabra es líquida, transparente, nítida y además voladora.
El grueso de su obra está compuesta por poemas en prosa, que ella misma justifica diciendo que esto lo hace cuando los temas lo requieren y no por incapacidad de escribir versos clásicos, pues destaca particularmente los sonetos diciendo que todo poeta debe saber hacerlos y solo después de eso que «escriba como quiera». Tuvo importantes reconocimientos en el mundo literario y fue considerada «la dama de la poesía cubana». Dedicó bellos poemas a su isla y a La Habana, entre los que resuena el dedicado al río Almendares, un clásico amado por los habaneros:
Yo no diré qué mano me lo arranca,
ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que sea el más hermoso…
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
En Los poemas náufragos recoge textos en prosa poética de honda reflexión y belleza que conjugan narración, crónicas, evocaciones, introspecciones, lirismo. Allí están sus “Poemas de insomnio” en los que una voz coloquial, en tono de oración, se dirige a ese «Señor» que todo lo domina para pedirle que le devuelva el sueño, ese «perfume evaporado», ese «trascender otros paisajes», ese «retorno sin pies y sin camino». Sin el dormir no es posible contar los días y las noches, todo es un largo y angustioso presente, se perderán las fronteras de ese gran monstruo que es el tiempo. El sublime y terrible reclamo nos hace sentir la desazón, el punzante paso de los segundos en una oscuridad de inquietud y preguntas despavoridas.
Todo el lirismo de Dulce María se vierte en poemas emblemáticos como su “Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen”, sublime forma de vencer a la muerte y al tiempo que es la poesía misma. Ese volcarse a lo imposible para afirmarse: «Por esos ojos tuyos que no podría entreabrir con mis besos, daría a quien los quisiera, estos ojos míos ávidos de paisajes, ladrones de tu cielo, amos del sol del mundo». O en el bello y desgarrador poema “La novia de Lázaro”, que araña los siglos para ser escuchada: «Yo esperé un siglo sin esperar nada. ¿Y tú no puedes esperar un minuto esperándolo todo?» Habla a Lázaro, como a todo lo imposible que amamos, con la certeza «que es la felicidad la que no espera. Hora es de ser feliz y habrá que serlo o no serlo ya nunca».
POEMAS DEL INSOMNIO I Y II
I
Señor, es necesario que me des con el pan nuestro, el sueño nuestro de cada día.
Más que el pan diste el sueño a todas las criaturas de la tierra: no se lo niegues, pues, a quien no es menos tuya que las otras. Y tú sabes, Señor, que los gusanos del polvo y las fieras de los bosques y los peces del mar, no sienten esta urgencia que yo siento de descansar un poco de mí misma y de contar, a veces, los días de mi vida para saber qué puedo hacer con ellos. Si no duermo, no hay días que contar en esa vida que te debo y que me debes. No hay más que un solo día neutro, un día sin ayer y sin mañana, perdidos sus perfiles, perdidas sus fronteras, que sólo marcar puede tan dulcemente el sueño. Marcar y hacemos llevadera la presencia de ese monstruo invisible que es el tiempo; monstruo que no sabemos siquiera imaginar, y cuyo verdadero nombre ignoramos, y del que no tenemos más vestigios que las lentas, pero seguras dentelladas que va dejando al paso en nuestro entorno, en nuestra alma, en nuestro cuerpo.
II
Como he velado toda la noche, el día de hoy se me ha unido al de ayer; se quedaron por tanto los dos días sin línea divisoria entre sí, soldándose uno al otro hasta ya hacerse ambos un solo día grande, amorfo, innominado. No sé cuál es ayer ni cuál es hoy; no sé si ayer es todavía hoy o si hoy ya era ayer. Y no sé qué esperanza me ha fallado, ni qué pena dejó de serlo; o qué afán me sujeta todavía, o qué ilusión me engaña, o qué nube se cierne en mi horizonte. Y pronto no sabré si vivo o he muerto ya de tantas cosas de que debí morir de ayer a hoy, un día anticipado que será pronto mañana.
Sé que mañana es siempre una inquietud aunque no sea ya por lo que mude, sino por lo que deje. Mañana será siempre una sombra que despejar, una cuenta pendiente con el destino. Si no duermo, Señor… ¿Cómo sabré cuándo es mañana? ¿Cómo liberarlo de esta bruma del sueño no saciado, cómo no reconocerlo y reclamarle todo lo que en mi vida hecha de azares, se aplazó, se dejó para mañana?
***
Tomado de: “Poesía”. Prólogo de César López. Letras Cubanas, La Habana, 2002.
POEMAS DEL INSOMNIO III Y IV
III
Y yo recuerdo ahora cómo era dulce el sueño: no el sueño mismo, sino su dulzura. Recuerdo el modo en que llegaba sutil como un perfume evaporado de alguna flor sin nombre, exquisito y real al mismo tiempo a la manera de un jardín distante; era ese olor a selva que de lejos trae hasta la ciudad alguna ráfaga cargada de lluvia todavía sin caer.
Porque el sueño era eso, un trascender otros paisajes, no sé si descubriéndolos o simplemente retornando a ellos. Mas era en todo caso un retorno sin pies y sin camino; un resbalar de luz en sombra, o sombra a contraluz, o sombra pura. Tampoco sé si era yo quien iba al sueño, o el sueño descendía sobre mí. Tal vez él me rondaba, me elegía como elige su flor la casta abeja. Flor pude ser para el ansiado sueño, tierna y propicia con mi gota de miel no muy profunda: sé que dormía entonces -lenta, morosa, deleitosamente-, puedo decir ahora que por zonas del cuerpo y la conciencia, al modo de quien va cerrando puertas y cierra al fin la última.
IV
¿La cerraba del todo? No recuerdo. Tal vez un hilo de mi ser seguía fluyendo por un resquicio involuntario. Tal vez no me era fácil despejarme del todo de mí misma, y algo sobrenadaba en ese sueño con sabor a mis sueños… No lo sé. Sé que era bueno dormir y entredormir y entreverar la vida con su pulpa, espuma, polen de la muerte. Y sé también que despertar era tan dulce como el sueño: era de pronto recobrar la integridad dispersa, ser de nuevo creada con el día. Pesaban menos las fatigas de ayer, siendo las mismas. Y el pie más ágil acortaba idénticas distancias. Y era bonito poner en orden la mañana, la casa, el corazón.
***
Tomado de: “Poesía”. Prólogo de César López. Letras Cubanas, La Habana, 2002.
POEMAS DEL INSOMNIO V Y VI
V
Ahora, sin dormir… Ya tú ves. Acabaré por perder todos mis rastros y quién sabe si tu señal en ese torvo empate de los días con las noches, que no me deja la ilusión de empezar a vivir, de nacer otra vez cuando despierto. Y no se puede -te lo digo yo- vivir por muchos años sin volver a nacer de vez en cuando; sin estrenar un poco cada día el paisaje de todos los días en la misma ventana…
VI
Si me quitas el sueño, me quitas —tú lo sabes— el retorno preciso de toda sangre al corazón, a los pulmones ávidos de limpiarse. Me quitas el oxígeno del alma que también hace posible, por encima de todos los cansancios, seguir andando todavía por estos cauces mínimos y retorcidos que me diste por sendas; las arterias, Señor, que me ceñiste.
Si me quitas el sueño, me habrás quitado el modo de volverme a aquel primer silencio donde mi voz tuvo raíz y donde sólo me es ya posible alimentarla. Me habrás echado definitivamente de la sombra inicial, maternal, fecunda.
No lo quieras, Señor, para tu sierva: no le habrás dado luz para ponerla bajo el celemín, ni caña débil para al fin cascarla.
(1960)
***
Tomado de: “Poesía”. Prólogo de César López. Letras Cubanas, La Habana, 2002.
Fernando Pessoa es un poeta y son muchos. Poeta y padre de poetas, todos los heterónimos a los que dio vida y voz, tan importantes como él mismo. Como la hidra en la mitología griega, ese monstruo fantástico, protector del inframundo, que tiene la capacidad de regenerar sus múltiples cabezas, en caso de que se las corten. Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alexander Search… setenta y dos heterónimos, no todos escritores, cada uno con una historia, una obra, un lenguaje y una filosofía de vida…
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Sobre Fernando Pessoa
Fernando Pessoa es un poeta y son muchos. Poeta y padre de poetas, todos los heterónimos a los que dio vida y voz, tan importantes como él mismo. Como la hidra en la mitología griega, ese monstruo fantástico, protector del inframundo, que tiene la capacidad de regenerar sus múltiples cabezas, en caso de que se las corten. Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alexander Search… setenta y dos heterónimos, no todos escritores, cada uno con una historia, una obra, un lenguaje y una filosofía de vida. Es usual que el Pessoa autor entre en contradicción con uno o varios de ellos y esto reafirma su pluralidad y su genialidad creativa. Sin embargo, todos lo conforman a él y a su obra y es imposible separarlos. A Alberto Caeiro lo consideraba su maestro.
La historia de Pessoa –ha dicho Octavio Paz– «podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad de sus ficciones». Casi todo está contenido en este retrato que el poeta mexicano hace de Pessoa: «Anglómano, miope, cortés, huidizo, vestido de oscuro, reticente y familiar, cosmopolita que predica el nacionalismo, investigador solemne de cosas fútiles, humorista que nunca sonríe y nos hiela la sangre, inventor de otros poetas y destructor de sí mismo, autor de paradojas claras como el agua y, como ella, vertiginosas: fingir es conocerse, misterioso que no cultiva el misterio, misterioso como la luna del mediodía, taciturno fantasma del mediodía portugués, ¿quién es Pessoa? Pierre Hurcade, que lo conoció al final de su vida, escribe: “Nunca, al despedirme, me atrevía a volver la cara; tenía miedo de verlo desvanecerse, disuelto en el aire.”»
Los poemas citados fueron escritos por Álvaro de Campos. Su lectura provoca una profusión de sensaciones. Cada verso es una hoja afilada que hiere. Hay un cansancio metafísico, una inmovilidad angustiosa. Los versos brotan de los intersticios, se mueven en los vértices de la realidad, la imaginación, el sueño. Y es que «nada que valga la pena que sea real, vale la pena». En “Tabaquería”, uno de los poemas más celebrados, lo dice así:
Hoy estoy perplejo, como aquel que ha cavilado, ha encontrado y ha olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a esa Tabaquería de la otra acera, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
El poeta tiene insomnio en la muerte. Es un «cadáver despierto» que siente culpa hasta por lo inexistente. El silencio le aterra y le cae como pedrada. El tiempo lacera y las sensaciones flotan sin cuerpo.
59 (27-3-1929) INSOMNIO
No duermo, ni espero dormir.
Ni en la muerte espero dormir.
Me espera un insomnio de la anchura de los astros,
y un bostezo inútil de la longitud del mundo.
No duermo; no puedo leer cuando me despierto de noche,
no puedo escribir cuando me despierto de noche,
no puedo pensar cuando me despierto de noche
¡Dios mío, no puedo ni soñar cuando me despierto de noche!
¡Ah, el opio de ser otra persona cualquiera!
No duermo, yazco, cadáver despierto, sintiendo,
y mi sentimiento es un pensamiento vacío.
Pasan ante mí, trastornadas, cosas que me han ocurrido
–todas esas de las que me arrepiento o me culpo–.
Pasan por mí, trastornadas, cosas que no son nada,
y hasta de esas me arrepiento, me culpo, y no duermo.
No tengo fuerza para tener la energía de encender un cigarrillo.
Me quedo mirando a la pared del fondo del dormitorio como si fuese el universo.
Fuera, hay el silencio de esa cosa total.
Un gran silencio aterrador en otra ocasión cualquiera,
en otra ocasión cualquiera en que pudiese sentir.
Estoy escribiendo versos realmente agradables,
versos que dicen que no tengo nada que decir,
versos que insisten en decir esto,
versos, versos, versos, versos, versos…
Tantos versos…
¡Y toda la verdad, y toda la vida fuera de ellos y de mí!
Tengo sueño, no duermo, siento y no sé en qué sentir.
Soy una sensación sin la persona correspondiente,
una abstracción de autoconsciencia sin tener qué,
salvo lo necesario para sentir consciencia,
salvo, ni sé bien salvo qué…
No duermo, no duermo, no duermo.
¡Tanto sueño en toda la cabeza y sobre los ojos y sobre el alma!
¡Tanto sueño en todo excepto en el poder dormir!
¡Oh amanecer¡ Tardas tanto… Ven…
Ven, inútilmente,
a traerme otro día igual a éste, seguido de otra noche igual a ésta…
Ven a traerme la alegría de esta esperanza triste,
porque siempre eres alegre, y siempre traes esperanza,
según esa vieja literatura de las sensaciones.
Ven, trae la esperanza, ven, trae la esperanza.
Y mi cansancio invade el colchón.
Me duele la espalda de no estar echado de lado.
Si estuviese echado de lado me dolería la espalda de estar echado de lado.
¡Ven, amanecer, llega!
¿Qué hora es? No sé.
No tengo energía para extender la mano hacia el reloj…
No tengo energía para nada, ni para nada más…
Únicamente para estos versos, escritos al día siguiente.
Sí, escritos al día siguiente.
Todos los versos son escritos al día siguiente.
Noche absoluta, sosiego absoluto, ahí fuera.
Paz en toda la Naturaleza.
La humanidad reposa y olvida sus amarguras.
Exactamente.
La humanidad olvida sus alegrías y amarguras.
Suele decirse esto.
La humanidad olvida, sí, la humanidad olvida,
pero, incluso despierta la humanidad olvida.
Exactamente. Pero no duermo.
***
Tomado de: Álvaro de Campos. Obra completa. Traducción de Perfecto E. Cuadrado. Editorial Pre-textos. Valencia, 2016.
149 (5-9-1934)
Después de no haber dormido,
después de ya no tener sueño,
interminable madrugada en que se piensa siempre sin pensar,
vi llegar el día
como la peor de las maldiciones:
la condena a lo mismo.
Sin embargo, qué riqueza de azul verde y amarillo dorado de rojo
en ese cielo eternamente lejano.
En ese oriente que han estropeado
diciéndonos que vienen de allí las civilizaciones;
en ese oriente que nos han robado
usando el viejo timo de los mitos solares.
Maravilloso oriente sin civilizaciones ni mitos,
simplemente agua y luz,
material sin materialidad…
Todo luz, pero así
la sombra, que es la luz que la noche le da al día,
llena a veces, inimitablemente natural,
ese gran silencio del trigo sin viento,
el verdor desvaído de los campos distantes,
la vida y el sentimiento de la vida.
La mañana inunda toda la ciudad.
Ojos míos, pesados por ese sueño que no habéis tenido,
que mañana inundará lo que está por detrás de vosotros,
¿qué es vosotros?,
¿qué soy yo?
***
Tomado de: Álvaro de Campos. Obra completa. Traducción de Perfecto E. Cuadrado. Editorial Pre-textos. Valencia, 2016.
NOCTURNO DEL DÍA
No: lo que tengo es sueño.
¿Cómo? Tanto cansancio por culpa de las responsabilidades,
tanta amargura por culpa de, a lo mejor, no llegar a ser célebre,
tantas opiniones y tan extensas sobre la inmortalidad…
Lo que tengo es sueño, amigos, sueño…
Dejadme por lo menos tener sueño; ¿quién sabe si tendré algo más?
***
Tomado de: Álvaro de Campos. Obra completa. Traducción de Perfecto E. Cuadrado. Pre-textos. Valencia, 2016.9.
171 (12-9-1935)
Estoy mareado,
atontado de tanto dormir o de tanto pensar
o de ambas cosas.
Lo que sé es que estoy mareado
y no sé si debo levantarme de la silla
ni cómo me levantaría.
Quedémonos aquí: estoy mareado.
Después de todo,
¿qué he hecho de la vida?
Nada.
Todo intersticios,
todo acercamientos,
todo función de lo irregular y de lo absurdo,
todo nada…
Es por eso por lo que estoy mareado…
Ahora
todas las mañanas me levanto
mareado.
Sí, realmente mareado…
Sin saber en mí mi nombre,
sin saber dónde estoy,
sin saber qué he sido
sin saber nada.
Pero si esto es así, es así.
Me dejo estar en mi silla.
Estoy mareado.
Bien, estoy mareado.
Me quedo sentado
Y mareado,
Sí, mareado,
mareado…
mareado…
***
Tomado de: Álvaro de Campos. Obra completa. Traducción de Perfecto E. Cuadrado. Pre-textos. Valencia, 2016.
Otro pintor romántico que conmueve con su luz y su penumbra, con sus sueños y sus pesadillas, con las evocaciones a la calma y la tormenta es el inglés Joseph William Turner [1775-1851]. He aquí dos importantes oleos suyos con sus juegos de color y sombra y la exaltación del ímpetu marino: una de sus imponentes puestas de sol y el muy celebrado “Pescadores en el mar” [1796].