Por Luz Helena Cordero Villamizar

Es fascinante la posibilidad que tiene la literatura de abordar, narrar o mezclar las dimensiones de lo que llamamos real, lo imaginario, el recuerdo, el sueño… entre estos ámbitos las fronteras son veladas, porosas, y allí habita la poesía. Tampoco hay límites claros entre la poesía y el sueño. Gastón Bachelard se refiere a “la ensoñación poética” como un estado de trance que ocurre en la vigilia: “La página blanca da derecho a soñar… la pluma sueña… las palabras sueñan”. A diferencia del soñador nocturno, el poeta o quien sueña en la vigilia conserva parte de su conciencia, diríamos que es parcialmente dueño de su imaginación, de todos sus sentidos, de las imágenes y palabras que escoge para traducir su ensoñación y esta se configura como un estado del alma.

En lo que se conoce como inspiración también participan mecanismos inconscientes o involuntarios como el azar, los automatismos, los “sueños provocados”, a los que acudieron los surrealistas. André Bretón se aparta de la lógica y del racionalismo, símbolo de la civilización, para explorar en la imaginación y el inconsciente. Plantea la posibilidad de develar los misterios del sueño, de llegar a la “idea del sueño en su totalidad”, de acceder a una “realidad absoluta” o “suprarrealidad”. En su defensa de los estados psíquicos libres afirma: “lo maravilloso es siempre bello… y no hay nada fuera de lo maravilloso que sea bello”. Esta apuesta no se queda en meros ejercicios verbales o en devaneos subjetivos, pues significa un cambio en la actividad creadora y en las concepciones del mundo y del ser humano, lo que necesariamente se traduce en posturas políticas. No en vano el dadaísmo, precursor del surrealismo, fue también una respuesta a la devastación de la Primera Guerra Mundial y a lo que significaba la autodestrucción humana.

Dar preponderancia a la imaginación, a la fantasía y a los sueños no es evadirse de la vida. Es explorar y liberar todas sus potencialidades. En este sentido la poesía representa un acto liberador y el amor es una energía que moviliza. Por esto el surrealismo se consideró revolucionario.

Aldo Pellegrini lo dice así: “La preocupación fundamental de los surrealistas fue siempre el hombre concreto: su necesidad de realizarse y de conocer, sus deseos, sus sueños, sus pasiones, su mundo anímico profundo, su afán de trascender, su ansia de autenticidad frente a una sociedad artificial, regida por normas éticas y sociales absurdas, frente a una sociedad mecanizada e hipócrita, con valores arbitrarios y falsos.”

***

Para esta nota he tomado como referencia las reflexiones de Gastón Bachelard en su libro “La poética de la ensoñación”, el “Primer Manifiesto del surrealismo” de André Bretón y las notas críticas de Aldo Pellegrini en la “Antología de la poesía surrealista de lengua francesa”. 

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La imagen de portada corresponde a la ilustración de Alfred Kubin [Leitmeritz,  Cz. 1877 – 1959]  Sin título.

PAUL ÉLUARD (Saint-Denis, 1895 – 1952)

PEDRO SALINAS (Madrid, 1891- Boston, 1951)

VIRGILIO PIÑERA (Cárdenas, 1912 – La Habana, 1979)

Crear es transformar. El poeta puede crear jardines en pleno desierto, sembrar esperanza donde pace la muerte, arrojar perlas a los puercos. Con estas frases podríamos sintetizar la vida y la obra de Paul Éluard. Enfermo desde la infancia, con una historia atravesada por las dos guerras mundiales en las que se vio involucrado. Escribió versos de amor desde las trincheras, poemas de resistencia contra la guerra y en favor de la libertad. Quizá por el rechazo y la necesidad de transformar la realidad que le correspondió vivir, se convirtió en el máximo exponente de la poesía surrealista.

Lo onírico es volcado en su lirismo para develar otras realidades. Como lo dice en su poema, “A medianoche… se abren puertas y se descubren ventanas…” Y hasta es posible que las sombras sostengan a los árboles. El durmiente logra “la movilidad total”. El poeta se siente seguro en las tinieblas, lleva la noche en las venas.

De su poesía dice Aldo Pellegrini: “tiene la transparencia resplandeciente del cristal que nos sorprende con riquezas deslumbradoras, algo así como si de pronto se iluminaran las profundidades submarinas y nos dejaran ver un mundo maravilloso.”

AL ALBA TE AMO

Al alba te amo tengo toda la noche en las venas

Toda la noche te he contemplado

Tengo que adivinarlo todo me siento seguro en las tinieblas

Ellas me conceden el poder

De envolverte

De sacudirte deseo de vivir

En el seno de mi inmovilidad

El poder de revelarte

De liberarte de perderte

Llama invisible de día.

 

Si te vas la puerta se abre hacia el día

Si te vas la puerta se abre hacia mí mismo.

 

De “L’amour la poésie”

***

Tomado de: “Antología de la poesía surrealista de lengua francesa”. Compañía General fabril editora. Buenos Aires, sin fecha. Versión de Aldo Pellegrini.

EL ESPEJO DE UN MOMENTO

Disipa el día,

Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,

Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,

Es duro como la piedra,

La piedra informe,

La piedra del movimiento y de la vista,

Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras quedan falseadas.

Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma de la mano,

Lo que ha sido comprendido ya no existe,

El pájaro se ha confundido con el viento,

El cielo con su verdad,

El hombre con su realidad.

De “Capitale de la douleur”

***

Tomado de: “Antología de la poesía surrealista de lengua francesa”. Compañía General fabril editora. Buenos Aires, sin fecha. Versión de Aldo Pellegrini.

EN EL CORAZÓN DE MI AMOR

Un hermoso pájaro me muestra la luz

Que aparece claramente en sus ojos

Un pájaro que canta sobre la bola de muérdago

En medio del sol.

*

Los ojos de los animales cantores

Y sus cantos de cólera o de hastío

Me prohíben dejar este lecho

Donde pasaré la vida.

 

El alba en países sin encanto

Toma las apariencias del olvido

Y si al alba una mujer conmovida se adormece

Al caer de cabeza, su caída la ilumina.

 

Constelaciones,

Conocéis la forma de su cabeza.

Aquí todo se oscurece:

El paisaje se completa, las mejillas se encienden

Las masas disminuyen y circulan por mi corazón

Unidas al sueño.

¿Y hay quién quiera tomar mi corazón?

*

Jamás soñé con noche tan bella

Las mujeres del jardín tratan de besarme

Sostenes del cielo, los árboles inmóviles

Abrazan fuertemente la sombra que los sostiene.

 

Una mujer de corazón pálido

Guarda la noche en sus vestidos

El amor ha descubierto la noche

Sobre sus senos impalpables.

 

¿Cómo poder gozar de todo?

Mejor borrarlo todo.

El hombre de la movilidad total

Del sacrificio total, de la conquista total

Duerme. Duerme, duerme, duerme.

Borra con sus suspiros la noche minúscula, invisible.

 

No sufre ni frío ni calor.

Su prisionero se ha evadido para dormir

No está muerto, duerme.

 

Mientras dormía

Todo lo asombraba,

Jugaba ardorosamente,

Miraba,

Oía.

Su última palabra:

“Si volviera a empezar, te encontraría sin buscarte”.

 

Él duerme, duerme, duerme.

En vano el alba alza la cabeza,

Él duerme.

 

De “Mourir de ne pas mourir”

***

Tomado de: “Antología de la poesía surrealista de lengua francesa”. Compañía General fabril editora. Buenos Aires, sin fecha. Versión de Aldo Pellegrini.

Pedro Salinas es uno de los poetas españoles de la llamada generación del 27. Entre el mundo exterior, claro, terminado, cierto, y el mundo interior que nombra como borroso, inacabado, tembloroso, opta por el segundo. Prefiere cerrar los ojos para completar la perfección. El día es un gran error, una mentira. Somos horizontales para el sueño y para el amor. “La luz separa”, es soledad, mientras que la noche, esa “orilla oscura”, ese mar en el que nadamos “entre olas y tinieblas”, nos devuelve la compañía, nos llena los vacíos de la claridad.

Salinas cree que el pensamiento es un “hecho mental” que se trasmuta en sueño y que el sueño es una “realidad espiritual” que “sirve de materia al poema”. En su poesía no hay fronteras entre lo real y lo imaginado, pues la vida fluye a la par con el pensamiento, con el sueño, con el deseo: “No. /Tengo que vivirlo dentro,/ me lo tengo que soñar.”

NO RECHACES LOS SUEÑOS POR SER SUEÑOS...

No rechaces los sueños por ser sueños.

Todos los sueños pueden

ser realidad, si el sueño no se acaba.

La realidad es un sueño. Si soñamos

que la piedra es la piedra, eso es la piedra.

Lo que corre en los ríos no es un agua,

es un soñar, el agua, cristalino.

La realidad disfraza

su propio sueño, y dice:

”Yo soy el sol, los cielos, el amor.”

Pero nunca se va, nunca se pasa,

si fingimos creer que es más que un sueño.

Y vivimos soñándola. Soñar

es el modo que el alma

tiene para que nunca se le escape

lo que se escaparía si dejamos

de soñar que es verdad lo que no existe.

Sólo muere

un amor que ha dejado de soñarse

hecho materia y que se busca en tierra.

***

Tomado de: “La voz a ti debida. Razón de amor”. Editorial Castalia, Madrid, 1985.

LA VOZ A TI DEBIDA (fragmento)

El sueño es una larga

despedida de ti.

¡Qué gran vida contigo,

en pie, alerta en el sueño!

¡Dormir el mundo, el sol,

las hormigas, las horas,

todo, todo dormido,

en el sueño que duermo!

 

Menos tú, tú la única,

viva, sobrevivida,

en el sueño que sueño.

Pero sí, despedida:

voy a dejarte cerca,

la mañana prepara

toda su precisión

de rayos y de risas.

Afuera, afuera, ya,

lo soñado flotante,

marchando sobre el mundo,

sin poderlo pisar,

porque no tiene sitio,

desesperadamente.

 

Te abrazo por vez última:

eso es abrir los ojos.

Ya está. Las verticales

entran a trabajar,

sin un desmayo, en reglas.

Los colores ejercen

sus oficios de azul,

de rosa, verde, todos

a la hora en punto. El mundo

va a funcionar hoy bien;

me ha matado ya el sueño.

Te siento huir, ligera,

de la aurora, exactísima,

hacia arriba, buscando

la que no se ve estrella,

el desorden celeste,

que es sólo donde cabes.

Luego, cuando despierto,

no te conozco casi,

cuando, a mi lado, tiendes

los brazos hacia mí

diciendo: “¿Qué soñaste?”.

Y te contestaría: “No sé,

se me ha olvidado”,

si no estuviera ya

tu cuerpo limpio, exacto,

ofreciéndome en labios

el gran error del día.

***

Tomado de: “La voz a ti debida. Razón de amor”. Editorial Castalia, Madrid, 1985.

RAZÓN DE AMOR (fragmento)

Di, ¿Te acuerdas de los sueños,

de cuando estaban allí,

delante?

¡Qué lejos, al parecer,

de los ojos!

Parecían nubes altas,

fantasmas sin asideros,

horizontes sin llegada.

Ahora míralos, conmigo,

están detrás de nosotros.

Si eran nubes,

vamos por nubes más altas.

Si eran horizontes, lejos,

ahora, para verlos

hay que volver la cabeza

porque las hemos pasado.

Si eran fantasmas,

siente

en las palmas de tus manos,

en los labios,

la cálida huella aún

del abrazo

en que dejaron de serlo.

Estamos al otro lado

de los sueños que soñamos,

a ese lado que se llama

la vida que se cumplió.

Y ahora,

de tanto haber realizado

nuestro soñar,

nuestro sueño está en dos cuerpos.

Y no hay que mirar los dos,

sin vernos el una al otro,

a lo lejos, a las nubes,

para encontrar otros nuevos

que nos empujen la vida.

Mirándonos cara a cara,

viéndonos en lo que hicimos

brota

desde las dichas cumplidas

ayer, la dicha futura

llamándonos. Y otra vez

la vida se siente un sueño

trémulo, recién nacido.

***

Tomado de: “La voz a ti debida. Razón de amor”. Editorial Castalia, Madrid, 1985.

La obra poética de Virgilio Piñera ha sido valorada tardíamente. Es de los poetas que son redescubiertos y enaltecidos por las generaciones posteriores; esos cuya luz brilla en la distancia del tiempo y una vez superados los escollos del momento político y del canon literario que lo hicieron escribir “en silencio y en la sombra”. Divergente y descolocado, antes y después de la revolución, actuó dolorosamente como su propio censor y crítico. Manifestó que hacía un “exilio voluntario”, triste ejercicio que habla de un creador marginado por fuerzas ideológicas contrarias que provocaron un poemicidio, pues gran parte de sus poemas fueron destruidos por su propia mano y una pequeña parte los dejó “a la voracidad de mis biógrafos”. 

Se consideró a sí mismo “un poeta ocasional”, otra injusta autovaloración. Su obra es transgresora en estilo y contenidos, se aleja de la retórica barroca y solemne, explora en la antipoesía y el surrealismo, se aparta del culto a los clásicos de la poesía cubana, cree en la libertad creadora.

“La isla en peso” es su poema cumbre. Punzante, con imágenes desaforadas y alucinantes, versos en los que mezcla descripciones, recuerdos, narraciones, crítica social, sarcasmo, bellas metáforas, desgarramiento interior… Su primer verso es lapidario:  “La maldita circunstancia del agua por todas partes”. Esta podría ser un arte poética: “Ahora no pasa un tigre sino su descripción”. “El jardín” y “Un bamboleo frenético” aluden al sueño como una ruptura dolorosa con la realidad semejante a la muerte, pero también como una yuxtaposición irónica de realidades, personajes y tiempos, sin que falte el inteligente toque de humor. El poeta está “solo y solo en un dedo parado”, “desarticulado de todo, antes que todo y… siempre solo…”

LA ISLA EN PESO

La maldita circunstancia del agua por todas partes

me obliga a sentarme en la mesa del café.

Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer

hubiera podido dormir a pierna suelta.

Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar

doce personas morían en un cuarto por compresión.

Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua

en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,

me acostumbro al hedor del puerto,

me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,

noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.

Una taza de café no puede alejar mi idea fija,

en otro tiempo yo vivía adánicamente.

¿Qué trajo la metamorfosis?

 

La eterna miseria que es el acto de recordar.

Si tú pudieras formar de nuevo aquellas combinaciones,

devolviéndome el país sin el agua,

me la bebería toda para escupir al cielo.

Pero he visto la música detenida en las caderas,

he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.

Hay que saltar del lecho con la firme convicción

de que tus dientes han crecido,

de que tu corazón te saldrá por la boca.

Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado.

Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.

Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,

esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua

y vivir secamente.

Esta noche he llorado al conocer a una anciana

que ha vivido ciento ocho años rodeada de agua por todas partes.

Hay que morder, hay que gritar, hay que arañar.

He dado las últimas instrucciones.

El perfume de la piña puede detener a un pájaro.

Los once mulatos se disputaban el fruto,

los once mulatos fálicos murieron en la orilla de la playa.

He dado las últimas instrucciones.

Todos nos hemos desnudado.

 

Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,

cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,

justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,

justamente en el momento en que nadie cree en Dios.

Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:

hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.

Para ponerme triste me huelo debajo de los brazos.

Es en este país donde no hay animales salvajes.

Pienso en los caballos de los conquistadores cubriendo a las yeguas,

pienso en el desconocido son del areíto

desaparecido para toda la eternidad,

ciertamente debo esforzarme a fin de poner en claro

el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto.

Todos se ponen serios cuando el timbal abre la danza.

Solamente el europeo leía las meditaciones cartesianas.

El baile y la isla rodeada de agua por todas partes:

plumas de flamencos, espinas de pargo, ramos de albahaca, semillas de aguacate.

La nueva solemnidad de esta isla.

¡País mío, tan joven, no sabes definir!

 

¿Quién puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de gallos?

Los dulces ñáñigos bajan sus puñales acompasadamente.

Como una guanábana un corazón puede ser traspasado sin cometer crimen.

sin embargo el bello aire se aleja de los palmares.

Una mano en el tres puede traer todo el siniestro color de los caimitos

más lustrosos que un espejo en el relente,

sin embargo el bello aire se aleja de los palmares,

si hundieras los dedos en su pulpa creerías en la música.

Mi madre fue picada por un alacrán cuando estaba embarazada.

 

¿Quién puede reír sobre esta roca de los sacrificios de gallos?

¿Quién se tiene a sí mismo cuando las claves chocan?

¿Quién desdeña ahogarse en la indefinible llamarada del flamboyán?

La sangre adolescente bebemos en las pulidas jícaras.

Ahora no pasa un tigre sino su descripción.

 

Las blancas dentaduras perforando la noche,

y también los famélicos dientes de los chinos esperando el desayuno

después de la doctrina cristiana.

Todavía puede esta gente salvarse de cielo,

pues al compás de los himnos las doncellas agitan diestramente

los falos de los hombres.

La impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones.

Nadie piensa en implorar, en dar gracias, en agradecer, en testimoniar.

 

La santidad se desinfla en una carcajada.

Sean los caóticos símbolos del amor los primeros objetos que palpe,

afortunadamente desconocemos la voluptuosidad y la caricia francesa,

desconocemos el perfecto gozador y la mujer pulpo,

desconocemos los espejos estratégicos,

no sabemos llevar la sífilis con la reposada elegancia de un cisne,

desconocemos que muy pronto vamos a practicar estas mortales elegancias.

 

Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,

en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,

los cuerpos abriendo sus millones de ojos,

los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan

ante el asesinato de la piel,

los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego

encima de las aguas estáticas,

los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar.

 

Es la confusión, es el terror, es la abundancia,

es la virginidad que comienza a perderse.

Los mangos podridos en el lecho del río ofuscan mi razón,

y escalo el árbol más alto para caer como un fruto.

Nada podría detener este cuerpo destinado a los cascos de los caballos,

turbadoramente cogido entre la poesía y el sol.

 

Escolto bravamente el corazón traspasado,

clavo el estilete más agudo en la nuca de los durmientes.

El trópico salta y su chorro invade mi cabeza

pegada duramente contra la costra de la noche.

La piedad original de las auríferas arenas

ahoga sonoramente las yeguas españolas,

la tromba desordena las crines más oblicuas.

 

No puedo mirar con estos ojos dilatados.

Nadie sabe mirar, contemplar, desnudar un cuerpo.

Es la espantosa confusión de una mano en lo verde,

los estranguladores viajando en la franja del iris.

No sabría poblar de miradas el solitario curso del amor.

 

Me detengo en ciertas palabras tradicionales:

el aguacero, la siesta, el cañaveral, el tabaco,

con simple ademán, apenas si onomatopéyicamente,

titánicamente paso por encima de su música,

y digo: el agua, el mediodía, el azúcar, el humo.

 

Yo combino:

el aguacero pega en el lomo de los caballos,

la siesta atada a la cola de un caballo,

el cañaveral devorando a los caballos,

los caballos perdiéndose sigilosamente

en la tenebrosa emanación del tabaco,

el último gesto de los siboneyes mientras el humo pasa por la horquilla

como la carreta de la muerte,

el último ademán de los siboneyes,

y cavo esta tierra para encontrar los ídolos y hacerme una historia.

 

Los pueblos y sus historias en boca de todo el pueblo.

 

De pronto, el galeón cargado de oro se mete en la boca

de uno de los narradores,

y Cadmo, desdentado, se pone a tocar el bongó.

La vieja tristeza de Cadmo y su perdido prestigio:

en una isla tropical los últimos glóbulos rojos de un dragón

tiñen con imperial dignidad el manto de una decadencia.

 

Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,

las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,

las eternas historias de los negros que fueron,

y de los blancos que no fueron,

o al revés o como os parezca mejor,

las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules,

—toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza en llamas—,

la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo

llegado para apretar las tetas de mi madre.

 

El horroroso paseo circular,

el tenebroso juego de los pies sobre la arena circular,

el envenado movimiento del talón que rehuye el abanico del erizo,

los siniestros manglares, como un cinturón canceroso,

dan la vuelta a la isla,

los manglares y la fétida arena

aprietan los riñones de los moradores de la isla.

 

Sólo se eleva un flamenco absolutamente.

 

¡Nadie puede salir, nadie puede salir!

La vida del embudo y encima la nata de la rabia.

Nadie puede salir:

el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.

Nadie puede salir:

una uva caleta cae en la frente de la criolla

que se abanica lánguidamente en una mecedora,

y “nadie puede salir” termina espantosamente en el choque de las claves.

 

Cada hombre comiendo fragmentos de la isla,

cada hombre devorando los frutos, las piedras y el excremento nutridor.

Cada hombre mordiendo el sitio dejado por su sombra,

cada hombre lanzando dentelladas en el vacío donde el sol se acostumbra,

cada hombre, abriendo su boca como una cisterna, embalsa el agua

del mar, pero como el caballo del barón de Munchausen,

la arroja patéticamente por su cuarto trasero,

cada hombre en el rencoroso trabajo de recortar

los bordes de la isla más bella del mundo,

cada hombre tratando de echar a andar a la bestia cruzada de cocuyos.

 

Pero la bestia es perezosa como un bello macho

y terca como una hembra primitiva.

Verdad es que la bestia atraviesa diariamente los cuatro momentos caóticos,

los cuatro momentos en que se la puede contemplar

—con la cabeza metida entre sus patas—escrutando el horizonte con ojo atroz,

los cuatro momentos en que se abre el cáncer:

madrugada, mediodía, crepúsculo y noche.

 

Las primeras gotas de una lluvia áspera golpean su espalda

hasta que la piel toma la resonancia de dos maracas pulsadas diestramente.

En este momento, como una sábana o como un pabellón de tregua, podría

desplegarse un agradable misterio,

pero la avalancha de verdes lujuriosos ahoga los mojados sones,

y la monotonía invade el envolvente túnel de las hojas.

 

El rastro luminoso de un sueño mal parido,

un carnaval que empieza con el canto del gallo,

la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo de la sabana,

cada palma derramándose insolentemente en un verde juego de aguas,

perforan, con un triángulo incandescente, el pecho de los primeros aguadores,

y la columna de agua lanza sus vapores a la cara del sol cosida por un gallo.

Es la hora terrible.

Los devoradores de neblina se evaporan

hacia la parte más baja de la ciénaga,

y un caimán los pasa dulcemente a ojo.

Es la hora terrible.

La última salida de la luz de Yara

empuja a los caballos contra el fango.

Es la hora terrible.

Como un bólido la espantosa gallina cae,

y todo el mundo toma su café.

 

¿Pero qué puede el sol en un pueblo tan triste?

Las faenas del día se enroscan al cuello de los hombres

mientras la leche cae desesperadamente.

¿Qué puede el sol en un pueblo tan triste?

 

Con un lujo mortal los macheteros abren grandes claros en el monte,

la tristísima iguana salta barrocamente en un caño de sangre,

los macheteros, introduciendo cargas de claridad, se van ensombreciendo

hasta adquirir el tinte de un subterráneo egipcio.

¿Quién puede esperar clemencia en esta hora?

 

Confusamente un pueblo escapa de su propia piel

adormeciéndose con la claridad,

la fulminante droga que puede iniciar un sueño mortal

en los bellos ojos de hombres y mujeres,

en los inmensos y tenebrosos ojos de estas gentes

por los cuales la piel entra a no sé qué extraños ritos.

 

La piel, en esta hora, se extiende como un arrecife

y muerde su propia limitación,

la piel se pone a gritar como una Ioca, como una puerca cebada,

la piel trata de tapar su claridad con pencas de palma,

con yaguas traídas distraídamente por el viento,

la piel se tapa furiosamente con cotorras y pitahayas,

absurdamente se tapa con sombrías hojas de tabaco

y con restos de leyendas tenebrosas,

y cuando la piel no es sino una bola oscura,

la espantosa gallina pone un huevo blanquísimo.

 

¡Hay que tapar! ¡Hay que tapar!

Pero la claridad avanzada, invade

perversamente, oblicuamente, perpendicularmente,

la claridad es una enorme ventosa que chupa la sombra,

y las manos van lentamente hacia los ojos.

 

Los secretos más inconfesables son dichos:

la claridad mueve las lenguas,

la claridad mueve los brazos,

la claridad se precipita sobre un frutero de guayabas,

la claridad se precipita sobre los negros y los blancos,

la claridad se golpea a sí misma,

va de uno a otro lado convulsivamente,

empieza a estallar, a reventar, a rajarse,

la claridad empieza el alumbramiento más horroroso,

la claridad empieza a parir claridad.

Son las doce del día.

 

Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste.

Al mediodía el monte se puebla de hamacas invisibles,

y, echados, los hombres semejan hojas a la deriva sobre aguas metálicas.

En esta hora nadie sabría pronunciar el nombre más querido,

ni levantar una mano para acariciar un seno;

en esta hora del cáncer un extranjero llegado de playas remotas

preguntaría inútilmente qué proyectos tenemos

o cuántos hombres mueren de enfermedades tropicales en esta isla.

Nadie lo escucharía: las palmas de las manos vueltas hacia arriba,

los oídos obturados por el tapón de la somnolencia,

los poros tapiados con la cera de un fastidio elegante

y la mortal deglución de las glorias pasadas.

 

¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno

cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?

¿Qué concha paleolítica reventaría con su bronco cuerno

el tímpano de los durmientes?

Los hombres-conchas, los hombres-macaos, los hombres-túneles.

¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!

¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!

Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro.

 

De pronto el mediodía se pone en marcha,

se pone en marcha dentro de sí mismo,

el mediodía estático se mueve, se balancea,

el mediodía empieza a elevarse flatulentamente,

sus costuras amenazan reventar,

el mediodía sin cultura, sin gravedad, sin tragedia,

el mediodía orinando hacia arriba,

orinando en sentido inverso a la gran orinada

de Gargantúa en las torres de Notre Dame,

y todas esas historias, leídas por un isleño que no sabe

lo que es un cosmos resuelto.

 

Pero el mediodía se resuelve en crepúsculo y el mundo se perfila.

A la luz del crepúsculo una hoja de yagruma ordena su terciopelo,

su color plateado del envés es el primer espejo.

La bestia lo mira con su ojo atroz.

En este trance la pupila se dilata, se extiende como mundo se perfila,

hasta aprehender la hoja.

Entonces la bestia recorre con su ojo las formas sembradas en su lomo

y los hombres tirados contra su pecho.

Es la hora única para mirar la realidad en esta tierra.

 

No una mujer y un hombre frente a frente,

sino el contorno de una mujer y un hombre frente a frente,

entran ingrávidos en el amor,

de tal modo que Newton huye avergonzado.

 

Una guinea chilla para indicar el ángelus:

abrus precatorious, Anona myristica, Anona palustris.

 

Una letanía vegetal sin trasmundo se eleva

frente a los arcos floridos del amor:

Eugenia aromática, eugenia fragrans, eugenia plicatula.

El paraíso y el infierno estallan y sólo queda la tierra:

Ficus religiosa, ficus nitida, ficus suffocans.

 

La tierra produciendo por los siglos de los siglos:

Panicum colonum, panicum sanguinale, panicum maximum.

El recuerdo de una poesía natural, no codificada, me viene a los labios:

Árbol de poeta, árbol del amor, árbol del seso.

 

Una poesía exclusivamente de la boca como la saliva:

Flor de calentura, flor de cera, flor de la Y.

 

Una poesía microscópica:

Lágrimas de Job, lágrimas de Júpiter, lágrimas de amor.

 

Pero la noche se cierra sobre la poesía y las formas se esfuman.

En esta isla lo primero que la noche hace es despertar el olfato:

Todas las aletas de todas las narices azotan el aire

buscando una flor invisible;

la noche se pone a moler millares de pétalos,

la noche se cruza de paralelos y meridianos de olor,

los cuerpos se encuentran en el olor,

se reconocen en este olor único que nuestra noche sabe provocar;

el olor lleva la batuta de las cosas que pasan por la noche,

el olor entra en el baile, se aprieta contra el güiro,

el olor sale por la boca de los instrumentos musicales,

se posa en el pie de los bailadores,

el corro de los presentes devora cantidades de olor,

abre la puerta y las parejas se suman a la noche.

 

La noche es un mango, es una piña, es un jazmín,

la noche es un árbol frente a otro árbol sin mover sus ramas,

la noche es un insulto perfumado en la mejilla de la bestia;

una noche esterilizada. una noche sin almas en pena,

sin memoria, sin historia, una noche antillana;

una noche interrumpida por el europeo,

el inevitable personaje de paso que deja su cagada ilustre,

a lo sumo, quinientos años, un suspiro en el rodar de la noche antillana,

una excrecencia vencida por el olor de la noche antillana.

 

¡No importa que sea una procesión, una conga,

una comparsa, un desfile.

La noche invade con su olor y todos quieren copular.

El olor sabe arrancar las máscaras de la civilización,

sabe que el hombre y la mujer se encontrarán sin falta en el platanal.

¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!

 

No hay que ganar el cielo para gozarlo,

dos cuerpos en el platanal valen tanto como la primera pareja,

la odiosa pareja que sirvió para marcar la separación.

¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!

 

No queremos potencias celestiales sino presencias terrestres,

que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo,

felizmente no llevamos el cielo en la masa de la sangre,

sólo sentimos su realidad física

por la comunicación de la lluvia al golpear nuestras cabezas

 

Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,

un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:

un velorio, un guateque, una mano, un crimen,

revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,

haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,

un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,

sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,

más abajo, más abajo, y el mar picando en sus. espaldas;

un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,

aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,

siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla,

el peso de una isla en el amor de un pueblo.

***

Tomado de: “La isla en peso”. Ediciones Unión. La Habana, 2011.

EL JARDÍN

Un jardín me ha construido el sueño

para que en él yo sueñe la realidad;

allí los muertos, los vivos, los ausentes

conversan entre sí animadamente:

a mi difunta madre yo le he oído

quejarse de las frutas del mal año,

y decirle a mi padre que yo soy

un niño desterrado de su amor.

 

De pronto ha aparecido Robespierre

sentado en su carreta del patíbulo

vendiendo una cabeza con gusanos

mientras grita: ¡Manzanas coloradas!

Mi padre pide una, y él le dice:

¿Cuál prefieres? ¿La de Dantón?

¿La de María Antonieta?

Pero mi madre, viendo una cabeza

en donde por las cuencas de los ojos

asomaban dos uvas temblorosas,

la eligió, y Robespierre le dijo:

Es para mi un honor que usted me coma.

 

Lo que leí en los inciertos libros

ahora lo veo señaladamente:

Nerval se va a ahorcar en la Vieille Lanterne,

Zenea se dispone a ser fusilado,

Casal en su hemoptisis se consume,

y en Dos Ríos Martí la patria funda.

 

De Henry James los niños misteriosos

se acercan a su aya desencarnada

para confiarle que ellos están viendo

un hombre vivo en lo alto de la torre.

Sonriendo ella asiente y pone un dedo

sobre sus labios como diciéndoles:

Todo es posible en el reino de la muerte.

 

Aún no salido de mi asombro escucho

de Carlos Marx la voz tronitonante:

Aunque quieras los ángeles no existen.

Vas caminando por una estrella calle,

o por el ancho mar o el aire surcas

y no hay ángeles que choquen con tu vista;

sólo hay seres humanos y animales

que mueven como pueden su existencia.

Tu pensamiento debes concentrar en ellos,

en una esquina abandonar la fantasía,

dejarla ciega, que se estrelle sola,

y tú decir con convicción profunda:

Somos materialistas convencidos.

 

Ya no tienen cabida en este mundo

las locas invenciones de la mente,

las gorgonas se han ido para siempre,

en los océanos no hay buques fantasmas,

y aquel que caminó sobre las aguas

se ha perdido en el lago de las Quantas.

 

En el teatro de los idealistas,

Hegel (si lo pudieras ver), menos que ambiguo

está, olímpico, detrás de la cortina,

sentado entre la tesis y antítesis.

Ni hay público para escuchar su verbo:

toda la fenomenología del espíritu

es un sólido bloque de materia

contra el que las mónadas se estrellan.

 

Tú estás aquí, en este jardín,

estás bien muerto y, sin embargo,

oigo tu voz hablando de materia.

Y Marx contesta: No soy yo el que te habla,

eres tú el que sueña.

Estás vivo y estás soñando

que yo te hablo de la materia,

de la que tu sueño es una parte.

 

Dime, le imploro, ¿el que está muerto

en su hoyo es mecido por el sueño?

Yo he muerto, dice Marx, y tú aún eres

materia viviente. Hablo por tu mente,

y en nada soy mecido, al menos que tú digas

que yo me estoy meciendo.

 

Desde un púlpito con blancos espectrales

la voz de un sacerdote cae helada:

Los designios de Dios son insondables,

y aunque las naves viajen a la Luna

en tierra nos quedamos con el tiempo.

Sólo el espíritu puede redimirnos

de tal arena aciaga, y esta envoltura corporal

convertida en gusanos, y que surja

la eternidad empapándose en la Muerte.

 

Muy lindas tus palabras -dice Marx-,

pero las naves viajan a la Luna,

y en tu cabeza tus ángeles vuelan

como las moscas sobre el cadáver.

Enseña a tu rebaño que el poema,

en las casas mentales, siempre ocupa

un lugar irrisorio, y diles

que vivimos en un mundo

donde soñar es como estar ya muertos.

***

Tomado de: “La isla en peso”. Ediciones Unión. La Habana, 2011.

UN BAMBOLEO FRENÉTICO

No pienses…

Date duro en la cabeza,

martillea, entra y sal sin descanso,

persigue el objeto pérfido,

muévete entre sueños,

y… golpea, siempre golpea,

sin solemnidad y sin belleza,

no hacen falta en esta hora en que caes para siempre.

Ajeno al pensamiento,

cae de los pies a la cabeza

golpeando y golpeando este momento mortal.

Audaz, cae.

Sueña contigo en la tarde

-engañosamente se presenta como el confín

de la promesa que miente con labios dorados.

Anoche te debatías en el fango,

te encharcabas en ese baile espeso

anunciador del frío de la tumba.

Golpea y golpea hasta romper.

Es la hora de la decisión.

Convoca a los sonidos para que no cese la música

de solo y solo.

Solo, con golpes y genuflexiones,

la sangre y nuevos golpes.

¿Quién se queja a esta hora

en que solo y solo pasa la existencia?

Húndete en los golpes

y bebe tu propia proscripción.

Solo y solo en un dedo parado,

tu último llamamiento a la catástrofe.

Desarticulado de todo, antes que todo y …

siempre solo,

con heridas, con un solo de muecas.

Golpea si quieres que la descomposición te visite,

no desoigas la voz, sigue esa calle y…

con solo y solo baila hasta destriparte.

Que la soledad sea tu solo de moscas y …

¡Cataplum! ¡Al hoyo!

Que la caja retumbe en tus oídos:

«Aparta la perfección agazapada,

el colgajo de serenidad».

Solo entre acompañados

rueda en la rueda de los solos,

en solo de solo con tu solo,

solo nimbado yo te llamo

para zamparte solo y solo en la noche giratoria.

***

Tomado de: “La isla en peso”. Ediciones Unión. La Habana, 2011.

Max Klinger “Una vida”. Sueños. Grabado al aguafuerte, 1883.