Por Luz Helena Cordero Villamizar

Es asombroso, casi mágico, lo que ha encontrado la neurofisiología: nuestro cerebro no diferencia entre lo vivido y lo soñado, entre lo recordado y lo imaginado. Henri Bergson dice que si un ser humano “soñase su existencia en lugar de vivirla tendría sin duda también bajo su mirada, en todo momento, la multitud infinita de los detalles de su vida pasada”. Diríamos que el sueño y la memoria comparten el mismo plano de irrealidad, aunque el primero sea una creación del inconsciente y creamos ser más dueños de los recuerdos que de nuestras pesadillas. Lo que recordamos ya no existe, igual que lo que acontece en el sueño o en la imaginación.

Hay un juego de espejos enfrentados, de laberintos, al modo de ruinas circulares entre el mundo del sueño y lo que llamamos realidad. Vasos comunicantes ampliamente recorridos por la literatura. Alguien acaba de despertar y siente el miedo de encontrarse cara a cara con el objeto de su pesadilla. O como ocurre en el delirio, cuando las voces que vienen del adentro empujan al alucinado hacia el abismo y en ese instante lo que era espejismo se convierte en acción. En “La pesadilla”, Borges se refiere a la imposibilidad que tienen los niños para diferenciar entre la vigilia y el sueño y esa condición la comparten los poetas y los místicos, pues para ellos “no es imposible que toda la vida sea un sueño”, como lo asume Calderón de la Barca en su célebre obra.

Algunos poetas ven en el sueño una situación jocosa, como es el caso de Nicanor Parra en el poema transcrito. Para otros es una condición mágica, o quizá el universo propicio para la exploración en la interioridad. Otros hacen de la noche y el sueño su refugio, un divagar por el no ser, un túnel que ha de salvarlos del horror del mediodía. 

***

“Le Grand Adieu” [La gran despedida], Leonora Carrington, 1958.

ALEJANDRA PIZARNIK

(Avellaneda, 1936 – Buenos Aires 1972)

NOVALIS

(Wiederstedt, 1772 – Weißenfels, 1801)

NICANOR PARRA

(San Fabián de Alico, 1914 – Santiago, 2018). 

Decir Alejandra Pizarnik es sentir un estremecimiento, un aleteo de jaulas, un sabor áspero, un carbón incandescente que no acaba de bajar por la garganta. Nombrarla es decir sol negro, espejo de silencio, piedra que llora, loba que se destruye a dentelladas. La noche viaja por ella y la encuentra ausente. Todas pasamos por el fenómeno Pizarnik, caímos atadas de manos a su reino de angustia, fuimos esa lila que se deshoja, quisimos escribir como ella, con ratas en la sangre, “con un cuchillo alzado en la oscuridad”, para luego arrojar “palabras hacia el cielo”.

Para Alejandra la noche es también la muerte, la gran liberadora: “La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido.” Enrique Molina la llamó “la pequeña dormida”, “la hija del insomnio” que “en la profundidad de los sueños, fue también la extranjera, la extraviada de sí misma”. Estos poemas perturban, son aguijones en el regazo, urgentes llamados del otro lado del abismo.

SOUS LA NUIT

                   A Y. Yván Pizarnik de Kilokovski, mi padre

Los ausentes soplan grismente y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto.

Huyo toda la noche, encauzo la persecución y la fuga, canto un canto para mis males, pájaros negros sobre mortajas negras.

Grito mentalmente, el viento demente me desmiente, me confino, me alejo de la mano crispada, no quiero saber otra cosa que este clamor, este resolar en la noche,

esta errancia, este no hallarse.

Toda la noche hago la noche.

Toda la noche me abandonas lentamente como el agua cae lentamente. Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.

Palabra por palabra yo escribo la noche.

***

Tomado de: “Poesía completa”. Lumen, Barcelona,  2016

EL DESPERTAR

                                    A León Ostrov

Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

y se ha volado

y mi corazón está loco

porque aúlla a la muerte

y sonríe detrás del viento

a mis delirios

Que haré con el miedo

Que haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa

ni las estaciones quemasen palomas en mis ideas

mis manos se han desnudado

y se han ido donde la muerte

enseña a vivir a los muertos

Señor

el aire me castiga el ser

Detrás del aire hay monstruos

que beben de mi sangre

Es el desastre

Es la hora del vacío no vacío

Es el instante de poner cerrojo a los labios

oír a los condenados gritar

contemplar a cada uno de mis nombres

ahorcados en la nada

Señor

tengo veinte años

También mis ojos tienen veinte años

y sin embargo no dicen nada

Señor

He consumado mi vida en un instante

la última inocencia estalló

Ahora es nunca o jamás

o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo

y desaparezco para reaparecer en el mar

donde un gran barco esperaría

con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas

y hago con ellas una escala

para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final

Todo continuará igual

Las sonrisas gastadas

El interés interesado

Las preguntas de piedra en piedra

Las gesticulaciones que remedan amor

Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo

porque aún no les enseñaron

que ya es demasiado tarde

Señor

Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez

cuando yo era una anciana

Las flores morían en mis manos

porque la danza salvaje de la alegría

les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol

cuando era niña

es decir ayer

es decir hace siglos

Señor

la jaula se ha vuelto pájaro

y ha devorado mis esperanzas

Señor

la jaula se ha vuelto pájaro

qué haré con el miedo

***

Tomado de: “Poesía completa”. Lumen, Barcelona,  2016

Novalis es el seudónimo que adoptó Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, poeta romántico alemán, conocido como el poeta de la noche. En su obra reflexiona sobre la profundidad del mundo interior, que nos pertenece más que el mundo exterior, es nuestra patria infinita, inagotable, más próxima al mundo de los sueños.

La Noche, con mayúsculas, es el reino que quiere habitar. Allí “el espíritu goza de una libertad singular”. El sueño es maravilloso, misterioso e incoherente. Es el lugar de la anarquía, de la libertad, del azar. “El sueño y la imaginación están hechos para el olvido… lo único que da valor a la impertinencia del sueño es su transitoriedad”.

En sus “Himnos a la noche” nos habla de esa experiencia de lo sagrado, luz y tinieblas, vida y muerte, lo celestial y lo terrenal…  Se ha dicho que para Novalis la sustancia del sueño y la sustancia del mundo tienen el mismo origen, solo las separan la razón y los sentidos. En el sueño se revelan a la conciencia lugares, tiempos y criaturas que están en esta realidad, que no aparecen todavía o que ya se esfumaron. El sueño es aquí el espejo o la inversión de lo real.

En tiempos de fervor iluminista, Novalis quiere asomarse a esa “noche interior” que para él es “la realidad suprema”. El verdadero viaje es hacia los abismos interiores, hacia lo recóndito del ser.  Es en lo íntimo donde está la eternidad. Y la harmonía es posible cuando se observa la vida exterior con la “mirada enriquecida” por la exploración íntima. Solo si logramos una transformación hacia el adentro, lograremos también transformar el universo. Y esa misión la encomienda a los poetas. El poeta es mago, hechicero, un iluminado, un vidente: “La poesía es lo real absoluto. Mientras más poética es una cosa, es más verdadera”.

***

Para esta nota he tomado como referencias las valiosas reflexiones de Albert Béguin en su libro “El alma romántica y el sueño” y el comentario del poeta mexicano Jorge Fernández Granados sobre “Himnos a la noche”.

HIMNOS A LA NOCHE (fragmento)

                                   

1

¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,

por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,

a la que todo lo alegra, la Luz

–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,

cuando ella es el alba que despunta?

Como el más profundo aliento de la vida

la respira el mundo gigantesco de los astros,

que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,

la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,

la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,

y el salvaje y ardiente animal multiforme,

pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,

de ojos pensativos y andar flotante,

de labios dulcemente cerrados y llenos de música.

Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,

la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,

ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.

Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.

Pero me vuelvo hacia el valle,

a la sacra, indecible, misteriosa Noche.

Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–

desierta y solitaria es su estancia.

Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.

En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.

–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,

breves alegrías de una larga vida,

vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,

como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.

En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.

¿No tenía que volver con sus hijos,

con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota

en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?

¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?

¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?

Un bálsamo precioso destila de tu mano,

como de un haz de adormideras.

Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.

Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos

–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,

un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,

y, entre la infinita maraña de sus rizos,

reconozco la dulce juventud de la Madre–.

¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!

¡Qué alegre y bendita la despedida del día!

Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,

por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,

para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.

Más celestes que aquellas centelleantes estrellas

nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.

Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos

–sin necesitar la Luz,

ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–

y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.

Gloria a la Reina del mundo,

a la gran anunciadora de Universos sagrados,

a la tuteladora del Amor dichoso

–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–

ahora permanezco despierto

–porque soy Tuyo y soy Mío –

_Al reconocer su pertenencia a la Noche, el poeta cobra conciencia de la plena posesión de sí mismo.

tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida

–tú me has hecho hombre–

que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,

que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente

y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.

 

2

¿Tiene que volver siempre la mañana?

¿No acabará jamás el poder de la Tierra?

Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega.

¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?

Los días de la Luz están contados;

pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.

–El Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–

No escatimes la felicidad

a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.

Solamente los locos te desconocen, y no saben del Sueño,

de esta sombra que tu, compasiva,

en aquel crepúsculo de la verdadera Noche

arrojas sobre nosotros.

Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas,

en el maravilloso aceite del almendro

y en el pardo jugo de la adormidera.

Ellos no saben que tú eres

la que envuelves los pechos de la tierna muchacha

y conviertes su seno en un cielo,

ellos ni barruntan siquiera

que tú,

viniendo de antiguas historias,

sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo

y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,

de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.

3

Antaño,

cuando yo derramaba amargas lágrimas;

cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;

cuando estaba en la estéril colina,

que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí

–solo, como jamás estuvo nunca un solitario,

hostigado por un miedo indecible–

sin fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.

Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro

–avanzar no podía, retroceder tampoco–

y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:

entonces, de horizontes lejanos azules

–de las cimas de mi antigua beatitud–,

llegó un escalofrío de crepúsculo,

y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,

se rompieron las cadenas de la Luz.

Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza

–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable

ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo–,

tú viniste sobre mí

el paisaje se fue levantando dulcemente;

sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,

libre de ataduras, nacido de nuevo.

En nube de polvo se convirtió la colina,

a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada

–en sus ojos descansaba la eternidad–.

Cogí sus manos. y las lágrimas se hicieron un vínculo

centelleante, indestructible.

Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.

Apoyado en su hombro lloré;

lloré lágrimas de encanto para la nueva vida.

–Fue el primero, el único Sueño.–

Y desde entonces,

desde entonces sólo,

siento una fe eterna. una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,

y en la Luz de este Cielo: la Amada.

***

Tomado de: Hymnen an die Nacht, 1797-1800. Traducción y notas de Eduardo Barjau (Editora Nacional, Madrid), en Himnos a la Noche – Enrique de Ofterdingen, obras de Novalis, Historia Universal de la literatura 93, Hyspamerica – Ediciones Orbis S. A., 1982.

Centenario, Nicanor Parra vivió los grandes acontecimientos del siglo XX y todavía tuvo tiempo para asomarse un buen trecho al siglo actual, para hacer virajes en su escritura. Pasó del uso de la métrica, como los octosílabos del poema que se presenta, al verso libre y sus innovaciones vanguardistas ameritaron que se le conociera como el impulsor de la llamada “antipoesía”, esa ruptura con estilos, formas y temáticas de sus contemporáneos. Sus versos contienen humor, alusiones a lo absurdo, expresiones directas, populares, mofa política. Innovó con artefactos visuales en los que combina palabras y dibujos. Tiene discursos, oraciones fúnebres y toda suerte de textos, con logros desiguales. Siempre díscolo políticamente, se autodenominaba anarquista.

Como su nombre, “Trompo” es un poema juguetón, un bamboleo del sueño dentro del sueño, un giro constante de lo real a lo irreal y viceversa.

TROMPO

La noche de Corpus Christi

soñé que estaba soñando,

que me golpeaban la frente

con un corazón morado.

 

Soñé que en mi pecho había

redonda flor de durazno.

 

Que llegaba un ángel negro

con un corazón en alto

y me azotaba la frente

con un corazón de galgo.

 

Tanta cosa que soñaba

La noche del Jueves Santo.

 

Que venía el rey de espada

con una espada en la mano

y me golpeaba las sienes

con un caracol de mármol.

 

Debajo de un túnel fresco

soñé que estaba soñando.

Soñé que mi pecho abierto

nacía una mata de apio

y que la Virgen del Carmen

cruzaba el aire llorando.

 

Las ánimas del infierno

casaban fríos zapatos.

 

Que de la sombra nacía

un regimiento de santos

y todos me persignaban

con un corazón helado.

 

Tanta cosa que soñaba

la noche del mes pasado.

 

Yo soñaba, por ejemplo,

que me sangraban las manos

y que caía cansado

pegándole al rey de basto.

 

Soñé que en vez de corbata

tenía un cordel de pasto.

 

Que se moría la virgen

de tanto vivir llorando,

que le tapaban el pecho

 con un escudo de estaño.

 

Todas las cosas que digo,

soñé que estaba soñando.

 

Que llegaban los apóstoles

formados de cuatro en cuatro

y me golpeaban la frente

con un corazón de gallo.

 

Tanta cosa que uno sueña

sin haber tomado un trago.

 

Que el ángel bueno construye

tambores de cuero blanco,

que el ángel malo remuele

montado en negro caballo.

 

Este cuento no se acaba

que de soñar no me canso.

 

Esto es lo que sueño siempre

todas las noches del año,

que me golpean la frente

con un corazón opaco.

 

Debajo del mar redondo

yo sueño que estoy soñando.

***

Tomado de: “Un puñado de cenizas. Antología 1937-2001”. Santiago, LOM ediciones, 2015.