Por Luz Helena Cordero Villamizar
El duende jocoso que habita la poesía utiliza recursos verbales como el juego de palabras, la doble intención, las metáforas cómicas, el retruécano o contraposición de frases formadas por las mismas palabras que se invierten para dar un significado contradictorio o paradójico, las exageraciones o hipérboles, las cacofonías o repetición de sonidos, las incongruencias, los disparates, las alusiones obscenas, los insultos… Todo esto dentro de una pieza teatral, un soneto o cualquier poema airea los versos, les quita la tensión propia del dramatismo y por estos nuevos senderos se abre paso la inteligencia.
Cualquier situación, por adversa que sea, puede ser tratada a la manera jocosa, por arte del creador, del contexto, del público o el lector al que va dirigido. Uno de los recursos más utilizados ha sido la sátira para agredir o criticar personajes. Los poetas suelen ser lenguaraces, tienen verbo afilado. Los del Siglo de Oro eran verdaderos maestros en la sátira y el arte de insultar. Es legendaria la pugna que mantenían Góngora, Quevedo y Lope de Vega, quienes entablaban duelos literarios, se laceraban con rimas, se atacaban a punta de sonetazos. Su rivalidad no se limitaba a temas literarios. Quién no ha escuchado el soneto de Quevedo “A una nariz”, escrito para burlarse de Góngora, a quien también criticaba por ser judío. Góngora, por su parte, aguzaba bien los versos para burlarse de la obra y de la cojera de Quevedo. La alta calidad de sus textos no oculta las extravagancias ni la crueldad que desplegaban los vates.
Otra manifestación del humor poético, más sutil, más ambigua y velada, es la ironía como tropo, como figura retórica. La eironeia, que significa disimulo o ignorancia fingida, estaba presente en Sócrates como camino del conocimiento, en las comedias grecolatinas y en las obras de Shakespeare.
A veces el poeta se burla de sí mismo y es cuando exhibe su corazón más noble. Con coraje se pone en la palestra para recibir su dosis de mofa, para engullir el bocado de esa manzana previamente envenenada por su propia pluma, los tomates de la humillación, el escarnio. En todos los casos el escritor cuenta con la participación de los lectores, pues a ellos se dirige y son ellos quienes completan la historia y hacen posible la risa.
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La ilustración de portada corresponde al cuadro del pintor expresionista belga James Ensor titulado La intriga [1890]. Museo Real de Bellas Artes en Bélgica. [Imagen de dominio público].
FRANCISCO DE QUEVEDO
(Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645)
LUIS CARLOS LÓPEZ
(Cartagena, 1879 – 1950)
JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
(Bogotá, 1865 – 1896)
La pregunta sobre quién fue Francisco de Quevedo tiene como respuesta una sarta de adjetivos contradictorios, deshonrosos y geniales: polémico, multifacético, reaccionario, revolucionario, conservador, moralista, inmoral, misógino, erudito, «maestro en errores», «doctor en desvergüenzas», «catedrático de vicios»… Odiado y amado por muchos, es un clásico de la escritura barroca y un referente reiterado para los escritores iberoamericanos de todos los tiempos.
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Sobre Francisco de Quevedo
La pregunta sobre quién fue Francisco de Quevedo tiene como respuesta una sarta de adjetivos contradictorios, deshonrosos y geniales: polémico, multifacético, reaccionario, revolucionario, conservador, moralista, inmoral, misógino, erudito, «maestro en errores», «doctor en desvergüenzas», «catedrático de vicios»… Odiado y amado por muchos, es un clásico de la escritura barroca y un referente reiterado para los escritores iberoamericanos de todos los tiempos.
Su voz poética es muy diversa, ya se trate de composiciones amorosas, morales, religiosas o romances satíricos y burlescos. Como suele ocurrir en todos los tiempos, era común que escritores como Quevedo imitaran a clásicos como Petrarca o Séneca, y que vertieran a la «lengua vulgar» y a las formas populares, ejercicios estilísticos similares, utilizando coloquialismos y vulgarismos.
Su forma poética más practicada fue el soneto. Sus sonetos amorosos son poemas superlativos, perennes y memorables, con imágenes y juegos verbales como el polvo enamorado, o sus definiciones contrapuestas del amor: es hielo abrasador, es fuego helado… es un breve descanso muy cansado.. Igualmente discordante, quizá a propósito, es su visión de la mujer, que de amada y amante idealizada pasa a ser puta maloliente o desdentada. Es claro que hay un sello cortesano, misógino y elitista de los escritores de su tiempo que hoy nos resulta deplorable.
El discurso satírico de Quevedo es agudo, venenoso, divertido, ofensivo. Busca desacralizar, desenmascarar a personajes de alcurnia para nombrar sus bajezas. En los hábitos descubre lo inmoral, se burla de los defectos físicos y la condición social. En otros poemas se burla de sí mismo, como aquel en el que “Refiere su nacimiento…” Nos dice que nació tarde porque el sol tuvo vergüenza de verlo. Su fin último es poner en cuestión, ridiculizar, y, de paso, hacer reír. Para ello usa su agudeza intelectual, sus incansables juegos de palabras, contraposiciones, metáforas retorcidas y, en general, todo su arsenal verbal y su hostilidad. Es emblemática la “Letrilla satírica” en la que con un dejo amargo denuncia el poder corruptor del dinero. Se ha dado un gran peso a su lado burlesco, nos dice Roque Esteban Scarpa, en desmedro de su reverso que es también muy importante: el Quevedo humanista, el de la angustia metafísica y su “vaga tristeza”.
Irónicamente, don Francisco de Quevedo nunca vio impresa su obra. Siempre volveremos a él, en una relación dominada por oxímoros, como quien increpa, rechaza, al tiempo que venera y quiere a sus mayores.
A UNA NARIZ
Érase un hombre a una nariz pegado,
erase una nariz superlativa,
erase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
erase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
***
Tomado de: “Antología poética”; edición de Roque Esteban Scarpa, Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc3r0t4
INSOMNIO. Gerardo Diego (Santander - España, 1896 - Madrid, 1987)
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
cauce fiel de abandono, línea pura,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
***
Publicado originalmente en “Alondra de verdad [1941]”. Tomado de: “Segunda Antología de sus versos [1941 – 1967]”, Editorial Austral nº1394, Madrid, 1967.
REFIERE SU NACIMIENTO Y LAS PROPIEDADES QUE LE COMUNICO
Pariome adrede mi madre,
¡ojalá no me pariera!,
aunque estaba cuando me hizo,
de gorja naturaleza.
Dos maravedís de luna
alumbraban a la tierra,
que por ser yo el que nacía,
no quiso que un cuarto fuera.
Nací tarde, porque el sol
tuvo de verme vergüenza,
en una noche templada
entre clara y entre yema.
Un miércoles con un martes
tuvieron grande revuelta,
sobre que ninguno quiso
que en sus términos naciera.
Nací debajo de Libra,
tan inclinado a las pesas,
que todo mi amor le fundo
en las madres vendederas.
Diome el León su cuartana,
diome el Escorpión su lengua,
Virgo, el deseo de hallarle,
y el Carnero su paciencia.
Murieron luego mis padres,
Dios en el cielo los tenga,
porque no vuelvan acá,
y a engendrar más hijos vuelvan.
Tal ventura desde entonces
me dejaron los planetas,
que puede servir de tinta,
según ha sido de negra.
Porque es tan feliz mi suerte,
que no hay cosa mala o buena,
que aunque la piense de tajo,
al revés no me suceda.
De estériles soy remedio,
pues con mandarme su hacienda,
les dará el cielo mil hijos,
por quitarme las herencias.
Y para que vean los ciegos
pónganme a mí a la vergüenza;
y para que cieguen todos,
llévenme en coche o litera.
Como a imagen de milagros
me sacan por las aldeas,
si quieren sol, abrigado,
y desnudo, porque llueva.
Cuando alguno me convida
no es a banquetes ni a fiestas,
sino a los misas cantanos
para que yo les ofrezca.
De noche soy parecido
a todos cuantos esperan,
para molerlos a palos, 55
y así inocente me pegan.
Aguarda hasta que yo pase
si ha de caerse una teja;
aciértanme las pedradas,
las curas sólo me yerran.
Si a alguno pido prestado,
me responde tan a secas,
que en vez de prestarme a mí
hace prestar la paciencia.
No hay necio que no me hable,
ni vieja que no me quiera,
ni pobre que no me pida,
ni rico que no me ofenda.
No hay camino que no yerre,
ni juego donde no pierda,
ni amigo que no me engañe,
ni enemigo que no tenga.
Agua me falta en el mar,
y la hallo en las tabernas,
que mis contentos y el vino
son aguados donde quiera.
Dejo de tomar oficio,
porque sé por cosa cierta,
que siendo yo el calcetero
andarán todos en piernas.
Si estudiara medicina,
aunque es socorrida ciencia,
porque no curara yo,
no hubiera persona enferma.
Quise casarme estotro año,
por sosegar mi conciencia,
y dábanme un dote al diablo,
con una mujer muy fea.
Si intentara ser cornudo,
por comer de mi cabeza,
según soy de desgraciado,
diera mi mujer en buena.
Siempre fue mi vecindad
mal casados que vocean,
herradores que madrugan,
herreros que me desvelan.
Si yo camino con fieltro
se abrasa en fuego la tierra,
y en llevando guardasol
está ya de Dios que llueva.
Si hablo a alguna mujer,
y le digo mil ternezas,
o me pide o me despide,
que en mí es una cosa mesma.
En mí lo picado es roto,
ahorro cualquier limpieza,
cualquier bostezo es hambre,
cualquiera color vergüenza.
Fuera un hábito en mi pecho
remiendo sin resistencia,
y peor que besamanos,
en mí cualquier encomienda.
Para que no estén en casa
los que nunca salen della,
buscarlos yo sólo basta,
pues con eso estarán fuera.
Si alguno quiere morirse
sin ponzoña o pestilencia,
proponga hacerme algún bien,
y no vivirá hora y media.
Y a tanto vino a llegar
la adversidad de mi estrella,
que me inclinó que adorase
con mi humildad tu soberbia.
Y viendo que mi desgracia
no dio lugar a que fuera
como otros tu pretendiente,
vine a ser tu pretenmuela.
Bien sé que apenas soy algo,
mas tú de puro discreta,
viéndome con tantas faltas,
que estoy preñado sospechas.
Aquesto Fabio cantaba
a los balcones y rejas
de Aminta, que aun de olvidarle
le han dicho que no se acuerda.
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Tomado de: “Antología poética”; edición de Roque Esteban Scarpa, Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc3r0t4
LETRILLA SATÍRICA
Poderoso caballero
es don Dinero.
Madre, yo al oro me humillo:
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de contino anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y, pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Es galán, y es como un oro;
tiene quebrado el color;
persona de gran valor,
tan cristiano como moro;
pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales;
y, pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa,
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero, pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales 45
no hay escudos de armas dobles;
y, pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.
Y es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad;
pero, pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
-¡mirad si es harto sagaz!-
sus escudos en la paz,
que rodelas en la guerra;
y, pues al pobre le entierra
y hace proprio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.
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Tomado de: “Antología poética”; edición de Roque Esteban Scarpa, Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc3r0t4
Alguien dijo a finales del siglo pasado que la literatura colombiana era de una «extraordinaria seriedad». Para el caso de la poesía podríamos responder que ha sido y sigue siendo seria, amarga, a veces patética, como nuestra realidad. Salvo contadas excepciones, no es fácil encontrar poemas que nos permitan siquiera la mueca de la risa y que además logren un manejo impecable del lenguaje, de las imágenes, el dominio de la técnica, el ritmo del verbo, la música del verso. Luis Carlos López, el conocido «Tuerto López», es una de esas excepciones. Continúa haciendo posible la risa entre nosotros.
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Sobre Luis Carlos López
Alguien dijo a finales del siglo pasado que la literatura colombiana era de una «extraordinaria seriedad». Para el caso de la poesía podríamos responder que ha sido y sigue siendo seria, amarga, a veces patética, como nuestra realidad. Salvo contadas excepciones, no es fácil encontrar poemas que nos permitan siquiera la mueca de la risa y que además logren un manejo impecable del lenguaje, de las imágenes, el dominio de la técnica, el ritmo del verbo, la música del verso. Luis Carlos López, el conocido «Tuerto López», es una de esas excepciones. Continúa haciendo posible la risa entre nosotros.
Sea por deformación intelectual, por pobreza creativa, o a fuerza de vivir situaciones ruinosas, aprendimos que el humor es cosa baladí, asunto de fantoches, de personas pueriles que no merecen tomarse en serio. Y si de un poeta se trata, el desdén es mayor. Con estos tristes parámetros se ha calificado injustamente la obra de Luis Carlos López.
Célebres poetas de su tiempo desde sus pontificados y muchos más poetas posteriores y contemporáneos, desde sus cómodas cátedras, no solo han trivializado, sino que le han negado a López el título de poeta. Lo han reducido a sus «zapatos viejos». Su poesía, lo dice acertadamente Guillermo Alberto Arévalo, ha pagado el precio «del desconocimiento, el menosprecio, la desfiguración, la injuria y hasta la calumnia». La descalificación a menudo pasa por ese desconocimiento y por el prejuicio que cierra el entendimiento, los oídos, la sensibilidad.
Se equivoca quien piensa que hacer reír es cosa de poca monta. Mucho menos si se trata de poesía. Además de inteligencia, el humor implica irreverencia, agudeza mental y chispa, literalmente esa luz que se enciende en la conciencia, ese estallido de gozo, ese placer del entendimiento. Todo esto lo hallamos en Luis Carlos López. Sus versos contienen un mundo, una postura valorativa, un material verbal sonoro, musical, un sabor. En ellos el juego verbal, la mordacidad, la ironía, la crítica, la burla, dejan traslucir también un hondo sentimiento –contra toda trivialidad– que oscila entre el desencanto y la amargura. Él mismo se describió como «bisojo, medio cínico, de cáusticas sonrisas de Voltaire», un ser «conmovido por dentro y burlón por fuera».
Qué difícil es y qué nobleza requiere burlarse de uno mismo. Cuando el poeta cartagenero se ríe de él, de su pueblo y de su tiempo, también se está riendo de todos nosotros. A su vez, nos reímos con él de nuestra realidad, de la historia local, de personajes poderosos o miserables, de este «villorio» con ínfulas cosmopolitas que parece hoy patinar en la misma mediocridad, sobre la misma desgracia y desvergüenza. Solo han cambiado los nombres, las dimensiones y unas cuantas calles.
Frente al encargo de su tiempo: «Tuércele el cuello al cisne», López hace un guiño en una carta a Unamuno cuando escribe: «Le he retorcido el pescuezo al pollo; póngale usted la salsa, don Miguel». Lo claro es que irrumpió con sus sonetos en una sociedad timorata, tediosa, hipócrita, en un ambiente literario soporífero, de imágenes gastadas, empalagosas, en un medio literario de las buenas maneras, de remedos de artistas almibarados y enlodados de poder político, cuyo centro estaba en la capital, desde donde se dictaba (¿se quiere dictar todavía?) el canon de la literatura nacional. Se ha dicho también que su estilo es trasnochado por el uso de la métrica y las rimas. En realidad manejó de manera asombrosa el soneto, siendo a la vez ortodoxo y ecléctico a su antojo. Más allá de la forma, inseparable de su contenido, gústenos o no su estilo, lo que es indudable es su dominio del lenguaje, la innovación, justamente la desacralización de las formas clásicas para decir todo cuanto quiso. La apropiación de esa técnica añeja para ponerla al servicio de su realidad, conjugada con esa capacidad de ver, decir y generar asombro. ¿No es eso precisamente lo que revela su genio creador?
El poeta desde su aldea trabaja con modestia, sabe que su palabra marcha en contravía. Y ni siquiera llama poesía a lo que hace, lo califica como «posturas risibles» sobre «el alambre de las cosas». Dice que lo suyo no son libros sino «librejos» que destilan «mal olor y un aroma de flor». Solo espera que el lector eche a la basura sus «poemillas». Casi todos sus sonetos «risibles» están cargados con gotas amargas, traen su dosis de hastío, de fiasco, de lúcido escepticismo, su desenlace cómico, su remate trágico.
Las descripciones de ambientes bucólicos o parroquiales de pronto se interrumpen con escenas burlescas, alguien diría «antipoéticas», sucias, vergonzosas, ridículas o tristes. Grotescos alcaldes, pordioseros andrajosos, un perro sobre una perra, un chirrido que altera la armonía, hay un poeta asesinado con el abecedario, un gallo persigue a una gallina, el asalto de un ladrón, el barro que ensucia la rima, el disparo que rompe el sopor, la amenaza del suicidio, pasean animales antes proscritos de la poesía, «la naturaleza irónica», el desencanto, la repetición o cacofonía de una realidad agobiante que sigue siendo la nuestra. Su obra está viva y sigue cuestionando.
Héctor Rojas Herazo lo consideró «apoético» por ser implacable, «un aguafiestas». Juan Manuel Roca lo llama un escéptico, «el primer poeta desencantado de Colombia». Rómulo Bustos, entre rodeos, lo califica como un poeta de «línea menor» que a lo sumo clasifica en la línea del «arte como chiste trágico». Nicolás Guillén, por su parte, se sorprendió de que lo consideraran solo un poeta «humorístico»: «Donde muchas veces creemos escuchar una carcajada, hay un lamento, un terrible lamento, casi un aullido… Sus versos son los de un gran poeta amargo, profundo, en quien -como en Heine- el sarcasmo es arma ofensiva de superior eficacia y más aún el sarcasmo lírico…»
La de Luis Carlos López es una poesía a la que hay que meterse de cabeza, de corazón, sin prevenciones, sin fórmulas, sin temor a contaminarse con sus versos. De ella se sale con agradecimiento, con satisfacción, con la triste sensación de que el tiempo se ha detenido en esa risible y trágica realidad; con la certeza de que nos encontramos en una «soporífera aldea», en una calle de su villorio, que es el nuestro.
A UN PERRO
Todo es igual y lo mismo.
Fenelón
¡Ah, perro miserable,
que aún vives del cajón de la bazofia,
—como cualquier político— temiendo
las sorpresas del palo de la escoba!
¡Y provocando siempre
que hurtas en el cajón pleno de sobras
—como cualquier político— la triste
protesta estomacal de ávidas moscas!
Para después ladrarle
por las noches, bien harto de carroña,
—como cualquier político— a la luna,
creyendo que es algún queso de bola…
¡Ah, perro miserable,
que humilde ocultas con temor la cola,
—como cualquier político del día—
¡y no te da un ataque de hidrofobia!
***
Tomado de: “Obra poética”. Selección, prólogo, cronología y bibliografía Guillermo Alberto Arévalo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1974.
FABULITA
“¡Pax vobis!”
Wilson
«¡Viva la paz, viva la paz!»…
Así
trinaba alegremente un colibrí
sentimental, sencillo,
de flor en flor…
Y el pobre pajarillo
trinaba tan feliz sobre el anillo
feroz de una culebra mapaná.
Mientras que en un papayo
reía gravemente un guacamayo
bisojo y medio cínico:
—¡Cuá, cuá!
***
Tomado de: “Obra poética”. Selección, prólogo, cronología y bibliografía Guillermo Alberto Arévalo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1974.
MUCHACHAS SOLTERONAS
Susana, ven tu amor
quiero gozar
Lehar: Opereta La Casta Susana.
Muchachas solteronas de provincia,
que los años hilvanan
leyendo folletines
y atisbando en balcones y ventanas…
Muchachas de provincia,
las de aguja y dedal, que no hacen nada,
sino tomar de noche
café con leche y dulce de papaya…
Muchachas de provincia,
que salen –si es que salen de la casa—
muy temprano a la iglesia,
con un andar doméstico de gansas.
Muchachas de provincia,
papandujas, etcétera, que cantan
melancólicamente
de sol a sol: – «Susana ven»… «Susana»…
¡Pobres muchachas, pobres
muchachas tan inútiles y castas,
que hacen decir al Diablo,
con los brazos en cruz: ¡Pobres muchachas!…
***
Tomado de: “Obra poética”. Selección, prólogo, cronología y bibliografía Guillermo Alberto Arévalo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1974.
PERSPECTIVA HALAGÜEÑA
Aun está caliente el cadáver del doctor Enrique Olaya Herrera y ya se barajan muchos candidatos para ocupar el solio presidencial.
Gabriel Turbay
Con la muerte de Enrique Olaya Herrera
no vamos a pasar muy buenos ratos,
ya que pronto vendrá una gazapera
fenomenal de perros y de gatos.
Y en la enorme trifulca venidera
tendremos que correr como pazguatos,
pues hasta nuestra humilde cocinera
nos tirará a la crisma ollas y platos…
Porque todos en esta tremolina,
verbigracia, el tendero de la esquina
y el tinterillo aquel de faz risible,
querrán subir al solio entre pedradas,
tiros, bayonetazo, puñaladas,
y mil ajos… «¡Oh gloria inmarcesible!»
***
Tomado de: “Obra poética”. Selección, prólogo, cronología y bibliografía Guillermo Alberto Arévalo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1974.
El José Asunción Silva de las “Gotas amargas” resulta particularmente novedoso, osado y contrastante con el lánguido y dramático, aunque bello y profundo, de los nocturnos y las sombras largas. Llama la atención la frescura verbal y desenfadada, el uso de términos prosaicos, científicos, la ironía y el humor. Por tratarse de poemas publicados póstumamente se ha dudado de la autenticidad de algunos de ellos, pues los amigos participaron en su transcripción. Si son, o no, hijos putativos del bardo bogotano, es algo que nunca sabremos y en todo caso para la historia de la literatura colombiana son consustanciales a su nombre.
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Sobre José Asunción Silva
El José Asunción Silva de las “Gotas amargas” resulta particularmente novedoso, osado y contrastante con el lánguido y dramático, aunque bello y profundo, de los nocturnos y las sombras largas. Llama la atención la frescura verbal y desenfadada, el uso de términos prosaicos, científicos, la ironía y el humor. Por tratarse de poemas publicados póstumamente se ha dudado de la autenticidad de algunos de ellos, pues los amigos participaron en su transcripción. Si son, o no, hijos putativos del bardo bogotano, es algo que nunca sabremos y en todo caso para la historia de la literatura colombiana son consustanciales a su nombre.
Se trata de poemas de reflexión filosófica punzante, mordaz. Se ha dicho que en ellos da muestras de su escepticismo y de un «realismo amargo». También se ha considerado que a través de ellos ataca a la falsa sociedad burguesa que lo rodeaba. Más allá del análisis ideológico de sus poemas, en ellos se reflejan las preocupaciones, las vicisitudes del fin de siglo y los conflictos del poeta al que imaginamos desencantado de su aldea, nostálgico de sus años parisinos, meditabundo, adolorido por la muerte de Elvira, amargado por sus deudas, por el fracaso de sus negocios y por el naufragio en el que se hundieron sus baúles y quizá obras que fueron a parar a la biblioteca del capitán Nemo. Imaginamos su sombra larga por las callejuelas de una patria boba, en medio de muchos capataces y pocos caballeros, entre rezanderas sin encanto y la aspereza de los prestamistas.
No desperdicia tampoco la oportunidad para afilar estos versos contra los «rubendariacos», feligreses de Rubén Darío, que pululaban por entonces con su mundo importado de pavos reales, princesas, gemas, mirra y laca. De paso le da una estocada a los colores de los «colibríes decadentes», al lastre del romanticismo y al peso incómodo del modernismo.
Quién sabe si cuando el poeta apuntó el arma hacia el sitio en que el médico trazó su corazón, estaba llevando a cabo también la sentencia de muerte de estas visiones de la poesía, realizando su deicidio. Quizá como el pobre e infeliz Juan de Dios de su poema, Silva encontró la cura definitiva al «mal del siglo» en las «cápsulas de plomo de un fusil». Definitivo chiste trágico. Estos poemas destilan humor negro como los guiños de la muerte negra. Y era que lo atormentaban otras letras amargas que no eran ciertamente las de la poesía:
…y al morir pensarás: ¿y si allá arriba
no me cubren la letra?
AVANT- PROPOS
Prescriben los facultativos
cuando el estómago se estraga,
al paciente, pobre dispéptico,
dieta sin grasas.
Le prohíben las cosas dulces,
le aconsejan la carne asada
y le hacen tomar como tónico
gotas amargas.
Pobre estómago literario
que lo trivial fatiga y cansa,
no sigas leyendo poemas
llenos de lágrimas.
Deja las comidas que llenan,
historias, leyendas y dramas
y todas las sensiblerías
semi-románticas.
Y para completar el régimen
que fortifica y que levanta,
ensaya una dosis de estas
gotas Amargas.
***
Tomado de: ““Obra completa”. Edición crítica Héctor H. Orjuela. Colección Archivos. Madrid, 1996.
EL MAL DEL SIGLO
El paciente:
Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo… el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano… un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis…
El médico:
-Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita, duerma largo, báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre!…
***
Tomado de: ““Obra completa”. Edición crítica Héctor H. Orjuela. Colección Archivos. Madrid, 1996.
CÁPSULAS
El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.
Enamorado luego de la histérica Luisa,
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fue poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro y con las cápsulas
de éter de Clertán.
Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer
y en un rato de spleen,
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil.
***
Tomado de: ““Obra completa”. Edición crítica Héctor H. Orjuela. Colección Archivos. Madrid, 1996.
FILOSOFÍAS
De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.
Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta irás sintiendo
un principio de ataxia.
De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.
Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.
Y tendrás ¡oh placer! de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada,
las cifras de un balance.
Al arte sacrifícate: ¡combina,
pule, esculpe, extrema!
¡Lucha, y, en la labor que te asesina
-lienzo, bronce o poema-,
pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana!,
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana.
No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo ¡compra un giro
contra la vida eterna!
Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, medita, impetra;
y al morir pensarás: ¿y si allá arriba
no me cubren la letra?
Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.
Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.
Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.
de Spencer y de Wundt, y, consagrado
a sondear ese abismo,
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.
No pienses en la paz desconocida.
¡Mira! al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la faz interior.
Deja el estudio y los placeres;
deja la estéril lucha vana,
y, como Çakia-Muni lo aconseja,
húndete en el Nirvana.
Excita del vivir los desengaños
y en soledad contigo
como un yogui senil pasa los años
mirándote el ombligo.
De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.
Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada…
***
Tomado de: ““Obra completa”. Edición crítica Héctor H. Orjuela. Colección Archivos. Madrid, 1996.
Pierrot triste. Óleo del pintor andaluz Baldomero Romero Ressendi (1922-1977) [Imagen de dominio público].