Por Luz Helena Cordero Villamizar

La transmisión oral de la literatura y en especial de la poesía es la mejor forma de representar el papel activo de quien recibe, memoriza y transmite un contenido. Nos cuenta Irene Vallejo en su bella obra “El infinito en un junco” que La Ilíada y La Odisea nacieron en el tiempo en que el lenguaje era alado. Se refiere a la transmisión oral de los relatos épicos que se llevaba el viento, y solo la memoria los podía retener. Los poemas se recitaban en público, de generación en generación, cada quien le agregaba o le modificaba, por lo que la autoría era colectiva, o simplemente no existía. Publicar una obra era contarla en público y el poeta la transmitía con música, administrando los silencios, las pausas, el tiempo. La cadencia y el ritmo facilitaban la memoria y la divulgación oral.

Existió un universo de historias y poesía antes del texto escrito, siempre vivo, en movimiento, presente en eso que llamamos cultura. La oralidad se perpetuó en los cantos tradicionales hasta llegar a nuestros días y ha sido una forma de resistencia utilizada por la cultura popular, pues los libros no están al alcance de todos. Son legendarios los poemas de ciegos y la literatura de cordel, modos alternativos y creativos de transmitir la poesía y las historias por pueblos y comarcas. La memoria ha sido también una estrategia de resistencia en tiempos tenebrosos, cuando los libros y los versos han sido prohibidos, quemados, y sus autores silenciados, encarcelados, desterrados o asesinados. En tales circunstancias, la memoria de los lectores se constituye en libros vivos, mentes como estrategias de defensa contra el poder, contra la censura y el olvido.

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Monumento a Anna Ajmátova, ubicado frente a la prisión de Las cruces, en San Petersburgo

ÓSSIP MANDELSTAM (Varsovia, 1891 – Vladivostok, 1938)

ANNA AJMÁTOVA (Bolshói Fontán, 1889 – Domodédovo, 1966)

Óssip Mandelstam se destaca, no solo por ser considerado uno de los mayores poetas rusos del siglo XX sino porque fue uno de los llamados poetas mártires del régimen de Stalin que llenó de oprobio la historia de la humanidad, la historia del arte y de las utopías. Como muchos otros poetas, escritores, pintores, músicos y pensadores en la Unión Soviética que fueron críticos con el sistema, Óssip fue ultrajado, perseguido y desterrado a un gulag o campo de trabajos forzados en donde murió. Se cuenta que en 1933 recitó de memoria a sus amigos un poema satírico a Stalin. Y como tantas veces ha ocurrido en los regímenes totalitarios, el delator de ocasión hizo que el poema, o su eco, llegara hasta el Kremlin y le significó a su autor su desgraciado final. Años después de su primera detención, fue obligado a escribir odas a Stalin para salvar la vida de su esposa. ¿Cuál es la mayor afrenta a un poeta? ¿Ser condenado por un poema o ser obligado a escribir apologías a sus victimarios, a sus asesinos? Óssip decía que no había motivo de queja: “este es el único país que respeta la poesía: matan por ella”.

En sus sitios de detención, la urgencia de escribir lo llevaba a recurrir a las suelas de los zapatos, a su memoria y a la de su esposa: “El papel era peligroso”. Gracias a Nadiezhda, quien memorizó, transcribió y preservó sus poemas, tenemos acceso a su obra. “No tengo manuscritos, ni cuadernos de notas, ni archivo. No tengo letra, porque nunca escribo. Yo soy el único que en Rusia trabaja con la voz”.

Nos dice Joseph Brodsky, a propósito de Nadiezhda Maldelstam, que la repetición noche y día de los poemas memorizados, no solo los de su esposo sino también los de Anna Ajmátova y de otros autores silenciados, ayudó a la comprensión y a “la resurrección de su voz”. Porque “memorizar es restablecer la intimidad”.

Su escritura busca un lenguaje directo, no desprovisto de lirismo, que rompe con la tradición simbolista. Según su amiga Anna Ajmátova, Maldelstam consideraba que las traducciones dejan escapar la energía creadora. Efectivamente, aunque sus poemas perduraron gracias al vuelo del voz a voz, las traducciones minan lo que se ha definido como “su hermosa cadencia”. Artista universal, es de esos poetas que con su palabra recorren y habitan mundos solo accesibles mediante la literatura, que viajan al pasado y al futuro. Aquellos que, aún hundidos hasta el cuello en el fango del oprobio, vuelan alto y llegan íntegros al horizonte perenne de la poesía.

Sobre su situación final dijo: “Los que me condenaron tenían razón. Encontré un sentido histórico a todo esto. Trabajé hasta perder el aliento. Me aniquilaron por esto. Inventaron una tortura moral. Trabajé a pesar de todo… me lo prohibieron todo: el derecho a la vida, al trabajo, a los cuidados de salud. Estoy reducido a la condición de un perro, de un animal. Soy una sombra. No existo. Tengo un solo derecho: morir.”  Y sobre sus poemas: “La gente los salvaguardará. Y si no los salva, esto significa que nadie los necesita y que no valen nada”.  Hoy perviven y vuelan entre nosotros.

TODAVÍA NO ESTÁS MUERTO. TODAVÍA NO ESTÁS SOLO

Todavía no estás muerto. Todavía no estás solo.

Con tu amiga la mendiga

gozas de la grandeza de las llanuras,

de la niebla, del frío y de la nevada.

Vive tranquilo y consolado

en la pobreza opulenta, en la miseria poderosa.

Son benditos los días y las noches

y es inocente la fatiga dulce y sonora.

Infeliz aquel que, como su sombra,

teme el ladrido y maldice al viento.

Y miserable aquel que, medio muerto,

pide limosna a su propia sombra.

 

15 – 16 de enero de 1937

***

Tomado de: “Cuadernos de Voronezh”. Muestrario de poesía 54. Editora Digital Gratuita

¿DÓNDE ENCONTRARÁ REFUGIO EN ESTE MES DE ENERO?

¿Dónde encontraré refugio en este mes de enero?

La ciudad abierta es una extraña cadena…

¿Acaso estoy borracho de tanta puerta cerrada?

Quiero gritar por todas las cerraduras y cerrojos…

Medias de seda de ululantes pasajes

y desvanes de calles segadas—

se esconden de prisa en los rincones

y echan a correr en cada esquina…

En el foso, en la tiniebla verrugosa

resbalo hasta una bomba de agua escarchada.

Tropiezo, respiro el aire muerto

y echan a volar frenéticos los grajos.

Y tras ellos, gimo y grito

a una caja de madera helada:

¡Un lector!, ¡un consejero!, ¡un médico!

¡En una escala de espinas, hablar al menos!

 

1 de febrero de 1937

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Tomado de: “Cuadernos de Voronezh”. Muestrario de poesía 54. Editora Digital Gratuita

COMO REMBRANDT, MÁRTIR DEL CLAROSCURO

Como Rembrandt, mártir del claroscuro,

yo me sumergí en un tiempo que hace enmudecer.

A mi áspera costilla encendida

no la protegen ni estos guardianes

ni este soldado dormido bajo la tempestad.

¿Me perdonarás, hermano espléndido,

maestro y padre de la oscuridad verdinegra?

Pero el ojo de la pluma del halcón

y los ardientes joyeros de medianoche en el harén

agitan no para bien, agitan sin bien

a una conmovida generación de pieles de penumbra.

 

4 de febrero de 1937

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Tomado de: “Cuadernos de Voronezh”. Muestrario de poesía 54. Editora Digital Gratuita

YO HE REGRESADO A MI CIUDAD, QUE CONOZCO…

Yo he regresado a mi ciudad, que conozco hasta las lágrimas,

Hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas de los niños.

Tú regresaste también, así que bébete aprisa

El aceite de los faros fluviales de Leningrado.

Reconoce pronto el pequeño día decembrino,

Cuando la yema se mezcla a la brea funesta.

 

Petersburgo, todavía no quiero morir.

Tú tienes mis números telefónicos.

Petersburgo, yo aún tengo las direcciones

En las que podré hallar las voces de los muertos.

 

Vivo en la escalera falsa, y en la sien

Me golpea profunda una campanilla agitada.

 

Y toda la noche, sin descanso, espero la visita anhelada

Moviendo los grilletes de las puertas.

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Tomado de: “La piedra de la tristeza. La poesía de Ósip Mandelstam”. Traducción de Jorge Bustamante García. La Convención, 30 de agosto de 2012.

¿QUÉ CALLE ES ÉSTA?

¿Qué calle es ésta?

La calle Mandelstam.

Qué apellido más espantoso:

Si no lo aireas

Suena curvo y no recto.

 

Poco en él es lineal

Más bien de carácter sombrío

Y es por eso que esta calle

O, mejor, este foso

Lleva el nombre

De ese tal Mandelstam.

***

Tomado de: “La piedra de la tristeza. La poesía de Ósip Mandelstam”. Traducción de Jorge Bustamante García. La Convención, 30 de agosto de 2012.

EPIGRAMA CONTRA STALIN

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,

nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.

La más breve de las pláticas

gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.

Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,

y sus palabras como pesados martillos, certeras.

Sus bigotes de cucaracha parecen reír

y relumbran las cañas de sus botas.

 

Entre una chusma de caciques de cuello extrafino

él juega con los favores de estas cuasipersonas.

Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;

sólo él campea tonante y los tutea.

Como herraduras forja un decreto tras otro:

A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja,

al cuarto en un ojo.

 

Toda ejecución es para él un festejo

que alegra su amplio pecho de oseta.

 

(Noviembre de 1933)

***

Tomado de: “La piedra de la tristeza. La poesía de Ósip Mandelstam”. Traducción de Jorge Bustamante García. La Convención, 30 de agosto de 2012.

Aludir a Anna Ajmátova es necesariamente hablar del dolor generado por el poder del régimen soviético. Se la ha llamado “la poeta del sufrimiento”. Pero su nombre es símbolo de resistencia, dignidad y fuerza, gracias a la potencia de las palabras y a sus hechos de vida. Su poesía fue amasada desde la infancia con los simbolistas franceses y con la tradición rusa, en primer lugar su amado Pushkin. Sus versos de juventud, frescos y transparentes, pronto se cubrieron con la bruma y se vistieron de una “cruel y joven tristeza”.  Como a todos los de su generación, el cielo de la guerra trazará su sino fatal. Traerá para ella el fusilamiento de su primer esposo, el poeta Gumiliov. Y cuando los burócratas proscribieron y callaron la literatura que consideraban “aventuras inútiles” (dentro de esta categoría estaban la Biblia, Dante, los cuentos infantiles y la poesía que no aludía a la revolución), la obra de Ajmátova fue eliminada de bibliotecas y librerías.

Su silencio editorial se prolongó entre 1924 y 1939, aunque su poesía siguió fluyendo y se posicionó a contracorriente. Anna también recurrió a su memoria y a la de los amigos para escribir en el aire y en el cuerpo. Este es el caso de “Réquiem”, una de sus obras más bellas y conmovedoras, en la que narra el periplo de las mujeres por las temibles cárceles soviéticas, en busca de sus seres queridos. Ajmátova vivió el horror y el terror, sus amigos escritores fueron perseguidos, fusilados, confinados, otros enloquecieron u optaron por el suicidio. Como Óssip Maldelstam, Anna fue forzada a escribir loas al verdugo para salvar la vida de su hijo. Resistió, no solo para dejar su magnífica y conmovedora evidencia, sino para darle vida a los que no lograron sobrevivir.

Un siglo después su voz resuena y habla por otras mujeres que aúllan por el hijo desaparecido o el esposo asesinado. Anna da su voz a todas las víctimas que no pueden nombrar la hondura del dolor. Ella encuentra el tono, halla las palabras justas capaces de arañar, de transmitir ese martirio: “más muertas que los muertos, llegamos”, “Te llevaron una madrugada,/ como a un entierro tras de ti yo iba”, “sucedió cuando solo los muertos sonreían”, “No, esa no soy yo, otra es quien sufre. Yo no lo resistiría…”. Decide entonces volver su alma de piedra.

Esa mujer, dijo el poeta Joseph Brodsky, a quien se le han dedicado más versos que los que tiene su obra entera,  “cuya sola mirada te cortaba el aliento”; esa poeta tan amada por muchos y que tanto amaba el mar, ante la posibilidad de que algún día erigieran un monumento en su memoria, dijo que solo aceptaría ese homenaje si no lo erigían frente al mar, sino frente a la cárcel de Las cruces en San Petersburgo “donde aguardé trescientas horas”, frente al portón que “jamás abrió sus hojas”

          para que por mis párpados de bronce

          la nieve del deshielo fluya como lágrimas

         y la paloma de la cárcel arrulle en el cielo.

Justo ahí está hoy su monumento.

RÉQUIEM (DEDICATORIA)

Ante esta inmensa desgracia los montes se doblegan

y dejan de correr los grandes ríos,

pero más fuertes aún son los cerrojos de la cárcel,

que esconden los lechos de tablas

y la infinita tristeza.

Ya no sopla para ti la fresca brisa,

ni se enciende para ti el tierno ocaso.

Ya nada sabemos, somos siempre los mismos,

sólo escuchamos el odioso rechinar de los portones

y el retumbar de los soldados que marcan el paso.

Despertábamos temprano, como para la misa matutina,

y atravesábamos la capital totalmente salvaje.

Confluíamos en un punto, más inánimes que un muerto,

más opacos que el sol, más brumosos que el Neva,

pero la esperanza continuaba a lo lejos su canto.

¡La sentencia!… Y al instante saltaron las lágrimas,

y me hallé aislada del resto del mundo,

como si me arrancaran la vida que alberga el corazón,

o me hubieran lanzado de bruces contra el suelo.

Pero ella avanza… Solitaria… Vacila…

¿Dónde están hoy aquellas desconocidas con las

que compartí dos años de infortunio?

23/163

¿Qué formas adivinan en la ventisca siberiana?

¿Qué imaginan ver en el círculo blanco de la luna?

A todas ellas envío mi último adiós.

Marzo de 1940

***

Tomado de: “Réquiem y otros escritos”. Traducción José Manuel Prieto González. Editor digital Titivillus, 2000.

RÉQUIEM (INTRODUCCIÓN)

Esto sucedió en tiempos en que sólo los muertos sonreían,

alegres por haber hallado al fin reposo,

y como un apéndice inútil, Leningrado colgaba

del portón de sus cárceles, mecido por el viento.

En tiempos en que, enloquecidos de dolor,

desfilaban al paso columnas de condenados

mientras las locomotoras lanzaban al aire

su breve canción de despedida…

Estrellas de muerte planeaban en lo alto,

y la inocente Rusia se retorcía

bajo las botas ensangrentadas,

y bajo las ruedas de los furgones celulares.

1

Te llevaron al amanecer,

fui tras de ti como quien despide un cadáver.

Lloraban los niños en la estancia oscura

y humeaba la vela bajo el icono.

No podré olvidar el frío de tus labios

y el sudor mortal en tu frente.

Como la mujer de los strelzi

aullaré a los pies del Kremlin.

1935 

2

Fluye sereno el apacible Don,

entra en la casa una luna amarilla.

Entra alegre, con la gorra ladeada,

la luna, y ve una sombra.

Esta mujer padece de tristeza,

esta mujer se siente sola.

Su esposo yace en la tumba,

y su hijo está en la prisión. Recen por ella.

3

No, no soy yo, es otra la que sufre,

yo no podría sufrir tanto. Dejen

que un negro manto cubra lo ocurrido,

y que retiren las linternas…

Cae la noche.

4

Si a ti, la joven frívola y sarcástica,

la niña mimada de todos sus amigos,

la alegre pecadora del Tsárskoye Seló,

te hubieran dicho cuánto

habrías de sufrir en esta vida:

cómo, la número trescientos, esperarías

con tu hatillo a los pies de Las Cruces;

y cómo tu lágrima ardiente quemaría

de parte a parte el hielo de año nuevo…

En el patio de la cárcel se mece un álamo,

nada se escucha, ni un solo murmullo. ¿Cuántas vidas

inocentes no se estarán consumiendo allí?

5

Hace diecisiete meses que grito

llamándote a casa.

Me he arrojado a los pies del verdugo,

por ti, hijo mío, horror mío.

Todo ha perdido sus contornos,

y ya soy incapaz de distinguir

a la fiera del hombre, al hombre de la fiera,

ni sé cuántos días faltan para la ejecución.

Me encuentro sola, rodeada de flores

polvorientas, del tintinear del incensario,

y de huellas que no conducen a ninguna parte.

Mientras me mira fijamente a los ojos

anunciándome la próxima muerte,

una estrella inmensa.

6

Ligeras vuelan las semanas,

y aún no sé cómo pudo ocurrir,

cómo, hijo mío, en la cárcel

las blancas noches te miraban,

como hoy vuelven a mirarte

con ojos de halcón afiebrado;

mientras te hablan de tu alta cruz

y de la muerte.

1939

***

Tomado de: “Réquiem y otros escritos”. Traducción José Manuel Prieto González. Editor digital Titivillus, 2000.

RÉQUIEM (A LA MUERTE)

     

8

Ya sé que vendrás, ¿por qué mejor no ahora?

Espero tu llegada mientras llora mi alma.

Apagué la luz y abrí de par en par la puerta

para que pudieras entrar, tú, tan simple y tan extraña.

Asume para esto el aspecto que quieras,

irrumpe como un proyectil envenenado,

o golpea silenciosa, como un bandido experto,

o mátame con el veneno del delirante tifus.

O llega con ese cuento, que tú misma inventaste

y que ya todos conocemos hasta la náusea —

en ese que descubro la gorra azul del gendarme

y detrás al conserje, pálido de muerte.

Hoy ya me da igual. Sobre el Yenisei se arremolina

la niebla. Fulgura imponente la estrella polar.

Y el más cruel de los espantos nubla

el brillo azul de los ojos que amo.

 

Casa de la Fontanka, 19 de agosto de 1932.

 

 

9

Ya el ala de la locura

ha cubierto la mitad de mi alma,

me da a beber su vino de fuego,

y me llama a su valle tan negro.

Comprendí entonces que ella

había conseguido la victoria,

que debía escucharla como quien

presta oídos a un delirio ajeno.

Y que no me dejaría

llevarme nada conmigo

por más que le pidiera,

o la cansara con mis ruegos:

ni el espanto en los ojos de mi hijo:

su sufrimiento vuelto piedra;

ni el día en que estalló la tormenta,

ni nuestra corta entrevista en la prisión.

Ni el amable frescor de sus manos,

ni la sombra temblorosa de los tilos,

ni aquel distante y levísimo rumor

de las palabras, el último consuelo.

 

Casa de la Fontanka, 4 de mayo de 1940

                                                

 

***

Tomado de: “Réquiem y otros escritos”. Traducción José Manuel Prieto González. Editor digital Titivillus, 2000.

RÉQUIEM (CRUCIFIXIÓN)

     

10

No llores por mí, Madre,

yo yazgo en la tumba.

I

Un coro de ángeles cantaba el gran advenimiento

y los cielos llameaban como fuego fundido.

Al Padre dijo: «¿Por qué me has abandonado?».

Y a la madre: «Oh, no llores por mí…».

II

Se debatía y lloraba Magdalena,

su discípulo predilecto se había vuelto de piedra.

Pero a donde la Madre sufría en silencio,

nadie osó levantar los ojos.

1940-1943

***

Tomado de: “Réquiem y otros escritos”. Traducción José Manuel Prieto González. Editor digital Titivillus, 2000.

RÉQUIEM (EPÍLOGO)

 

I

Aprendí cómo puede deshojarse un rostro

cómo entre los párpados asoma el espanto,

y el sufrimiento va grabando las mejillas,

como tablillas de escritura cuneiforme.

Cómo bucles que fueron castaños o negros

se tornan plateados al paso de una noche,

y se marchita la risa en los labios sumisos

y en la seca sonrisa vemos temblar el miedo…

No sólo por mí elevo esta plegaria,

sino por todos aquellos que a mi lado

soportaron el frío atroz y el bochorno de julio,

a los pies de aquella pared roja y ciega.

Il

Otra vez se avecina el Día de Muertos.

Ya las veo, ya las oigo, ya las siento.

Y aquélla, que no pudo soportar el sufrimiento,

y aquélla, que ya no pisa el suelo materno,

y a la que sacudiendo su hermosa cabellera

dijo: «Vengo aquí como quien va a su casa».

Quisiera, una a una, llamarlas por sus nombres,

mas me han robado la lista, ya nunca podré hacerlo.

Para ellas he tejido este amplísimo manto

con sus propias palabras, con su llanto inconsolable.

Las recuerdo siempre, dondequiera que me encuentre,

jamás las olvidaré, aunque me asalte una nueva desgracia.

Y si algún día silencian esta boca atormentada

por la que gritan cien millones de almas,

que también me recuerden como yo a ellas hoy

en vísperas del Día de Muertos.

Y si algún día en este país

deciden erigirme un monumento,

consiento en recibir tal homenaje

pero con esta condición:

no erigirlo junto al mar, en mi ciudad natal,

pues he roto el último lazo que me ataba a él,

ni en el jardín imperial, junto al tocón querido,

donde aún vaga y me busca sin consuelo una sombra.

Sino aquí, donde aguardé trescientas horas

y donde este portón jamás abrió sus hojas.

Porque hasta en la misma ventura de la muerte

temo olvidar el fragor de los negros furgones;

o el rechinar del odioso portón

y a la anciana que aullaba como una fiera herida.

Para que por mis párpados de bronce

la nieve del deshielo fluya como lágrimas.

Y la paloma de la cárcel arrulle en el cielo

y en silencio los barcos naveguen por el Neva.

Marzo de 1940

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Tomado de: “Réquiem y otros escritos”. Traducción José Manuel Prieto González. Editor digital Titivillus, 2000.