Por Luz Helena Cordero Villamizar
…A propósito de la relación entre poesía y resistencia, vuelve de manera reiterada la pregunta por el sentido de la poesía en tiempos difíciles, en tiempos de violencia, de guerra o de penuria. Vuelve el cuestionamiento que históricamente se ha hecho sobre la utilidad de la literatura para aliviar en algo el peso agobiante de la realidad y las diversas respuestas que se han dado a esta pregunta.
La poesía no responde de manera utilitaria a ningún encargo social y solo puede llamarse poesía si es libre. En el universo del lenguaje ella fluye, abre puertas por donde las palabras se liberan de los grillos impuestos por la sintaxis, la gramática o los diccionarios. Crea la belleza a partir de esa “paleta de palabras” a la que aludía Paul Valery, libera los sonidos y sus metáforas, hace que surjan nuevas formas, no solo de expresar sino de pensar el mundo. Su poder transformador pone en cuestión el lastre de una realidad que doblega o aflige.
La poesía es la piedra en el zapato, “la araña que sube por la escoba que la barre”, como lo ha dicho Juan Manuel Roca, “la sola imaginación es subversiva… [es] una suerte de resistencia espiritual” …
RAÚL ZURITA
(Santiago de Chile, 1950)
MARÍA MERCEDES CARRANZA
(Bogotá, 1945 – 2003)
WISLAWA SZYMBORSKA
(Prowent / Kórnik, 1923 –
Cracovia, 2012)
La vasta producción poética de Raúl Zurita es una obra orgánica, con una estructura compleja en la que se mezcla el discurso religioso con el político; una obra que se reescribe de manera permanente. Se ha dicho de su escritura que es “torrencial, densa, metafísica”. Su estilo experimental incluye elementos extraverbales como dibujos, gráficos, fotografías… Sus poemas están habitados por una geografía no solo viva sino implicada de lleno en el sentir y el hablar. No es solo que la voz poética mencione los volcanes, el desierto, las cordilleras, las playas, el mar… es que ellos son la voz del poema. Gritan las piedras del desierto, “el terroso mar chilla”, las magnolias gimen y se confabulan con los muertos para decir todo “lo que las cordilleras jamás nos dijeron”. Porque el silencio es esa otra muerte y la tumba es el silencio de todos.
Zurita está herido de la historia de Chile, del daño de su pueblo. La dictadura de Pinochet le alimenta ese dolor que lo recorre de la médula a la mejilla. En una entrevista con el poeta José Ángel Leyva, Raúl Zurita dice sobre la poesía: “En un mundo de víctimas y victimarios la poesía es la esperanza de lo que no tiene esperanza. Es la posibilidad de lo que no tiene absolutamente ninguna posibilidad. Es el amor de lo que carece de amor. Podemos sobrevivir 72 horas sin agua pero si la poesía renuncia a lo imposible, a ser la esperanza de eso que no tiene esperanza, la humanidad desaparece literalmente, no es metáfora, en los próximos cinco minutos.”
LAS PLAYAS ASESINADAS
-Pisagua-
Porque se sombrearon los aires
que te rodearon
Porque se rompieron las nieves
y se hincharon tus ríos
Porque se desplomó el Pacífico
y eran tus brazos cayendo
Y entonces el infinito gritó abriéndose y era el océano
que se hundía
Dado vuelta penetrando en sus mismas aguas como un
cuerpo que va entrando en su propia alma poco a poco
envolviendo sus espumas
Allá donde el largo tablerío del país que fue nuestro se
volcaba desmoronándose como si todo el dolor como
si todo el infinito lo hubiera arrojado igual que a un
derrumbado barco
Cayendo por los acantilados del Pacífico como si los
muertos empujaran esas tablas y el horizonte fuera
apenas un hueco que el cielo deja en las rompientes
Cuando se nos fueron perdiendo las carnes y era el
cielo el que se perdía rosado de olas gritando que
no se debe matar mientras caían los mandamientos
como un país de espumas sobre las asesinadas playas
Porque se abrió el mar frente
a Chile y las aguas
arrastraron lo que fue de ti
***
Tomado de: “Qué es el paraíso” Antología de Raúl Zurita. Ediciones Tácitas. Santiago, 2012.
CANTO III
Me he partido en 15 millones de sueños y cada
sueño es un pedazo de ustedes,
un pedazo de ti.
De ti que no estás herido por ningún sueño sino
por la realidad.
Ah mi país, largo y angosto como todos los
seres tristes y reales,
mi país como el Quijote de la Mancha que es
triste y real, como yo lo soy,
como el amor es triste, como los sentimientos
son tristes.
Ah mi país partido en 15 millones de seres que
hoy van juntos y flotan
como un campo de nubes abrazándose sobre las
flores,
como un campo abrazándose sobre las flores.
***
Tomado de: “Qué es el paraíso” Antología de Raúl Zurita. Ediciones Tácitas, Santiago, 2012.
Desde los títulos de algunos de sus poemarios, “Vainas y otros poemas”, “Tengo miedo”, “Hola, soledad”, en María Mercedes Carranza se adivina la necesidad de desnudar y desposeer el lenguaje de triviales adornos o cáscaras huecas. Hace de la palabra un lugar de revelación, de denuncia, tanto de su ser más íntimo como de esa realidad política y social que le pesa y a la que nombra sin cortapisas, sin evasiones. Quiere estar “patas arriba con la vida”. Es cierto que vivió muy cerca del poder político pero lo suyo fue también el desafío. Con su ironía y su desparpajo derribó las estanterías de las buenas maneras, de la hipocresía, se burló de los símbolos patrios. Para ello supo afilar sus versos como las armas más agudas. Nombra el olor a podrido, la amargura, el asco. Y cuando alude a hechos execrables gotea las palabras, usa espacios en blanco, deja caer tierra para cubrir el dolor.
DE BOYACÁ EN LOS CAMPOS
Allí, sentado, de pie,
a caballo, en bronce, en mármol,
llovido por las gracias de las palomas
y llovido también por la lluvia,
en cada pueblo, en toda plaza,
cabildo y alcaldía estás tú.
Marchas militares con coroneles
que llevan y traen flores.
Discursos, poemas,
y en tus retratos el porte de un general
que más que charreteras
lucía un callo en cada nalga
de tanto cabalgar por estas tierras,
y más que un físico a lo galán de Hollywood
tenía el ademán mestizo de una batalla perdida.
Centenarios de tu primer diente y de tu última sonrisa.
Cofradías de damas adoradoras
y hasta guerras estallan
por disputarse un gesto tuyo.
Los niños te imitan
con el caballo de madera y la espada de mentira.
Te han llenado la boca de paja, Simón,
te han vuelto estatua,
medalla, estampilla
y hasta billete de banco.
Porque no todos los ríos van a dar a la mar,
algunos terminan en las academias,
en los pergaminos, en los marcos dorados:
lo que también es el morir.
Pero y si de pronto, y si quizás, y si a lo mejor,
y si acaso, y si tal vez algún día te sacudes la lluvia,
los laureles y tanto polvo, quien quita.
***
Tomado de: “Poesía reunida & 19 poemas en su nombre”. Letra a letra, Bogotá, 2013.
EL CANTO DE LAS MOSCAS
CANTO 1
NECOCLÍ
Quizás
el próximo instante
de noche tarde o mañana
en Necoclí
se oirá nada más
el canto de las moscas.
……..
CANTO 20
ITUANGO
El viento
ríe en las mandíbulas
de los muertos.
En Ituango,
el cadáver de la risa.
……..
CANTO 24
SOACHA
Un pájaro
negro husmea
las sobras de
la vida.
Puede ser Dios
o el asesino:
da lo mismo ya.
***
Tomados de: “Poesía reunida & 19 poemas en su nombre”. Letra a letra, Bogotá, 2013.
En la poesía de Wislawa Szymborska los temas corrientes y cotidianos adquieren dimensiones inusitadas. Conjuga la sencillez en el lenguaje con la complejidad de las múltiples dimensiones de su mirada, de sus juicios, de sus formas de enfocar la realidad. Sus traductores han tenido muy difícil tarea para rozar siquiera la precisión de su léxico y transmitir lo que ella logra con esa exactitud que llaman “farmacéutica”, por el uso y el lugar que da a las palabras. La han llamado “la poeta de curiosidad sin límite”. Sus textos contienen humor, ironía, agudeza intelectual, espontaneidad en los enunciados. Cualidades tanto más difíciles de transmitir en las traducciones.
UN TERRORISTA: ÉL OBSERVA
La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece y dieciséis.
Algunos todavía tendrán tiempo de salir.
Otros de entrar.
El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle.
Esa distancia lo protege de cualquier mal
y se ve como en el cine:
Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con unas gafas oscuras: él sale.
Unos chicos con vaqueros: ellos están hablando.
Trece diecisiete y cuatro segundos.
Ese más bajo tiene suerte y sube a una moto,
y ese más alto entra.
Trece diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo.
Sólo que de repente ese autobús la tapa.
Trece dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
eso ya se verá cuando vayan sacando.
Trece diecinueve.
Y ahora como que no entra nadie.
En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale.
Pero parece que busca algo en sus bolsillos y
a las trece veinte menos diez segundos
vuelve a buscar sus miserables guantes.
Son las trece veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Una bomba: la bomba explota.
***
Tomado de: “El gran número, Fin y principio y otros poemas” (Traducción de Abel A. Murcia Soriano). Poesía Hiperión, Madrid, 2008.
FIN Y PRINCIPIO
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba, que cubra
causas y consecuencias,
seguro que habrá alguien tumbado
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
***
Tomado de: “El gran número, Fin y principio y otros poemas” (Traducción de Abel A. Murcia Soriano). Poesía Hiperión, Madrid, 2008.