Por Luz Helena Cordero Villamizar

El cuerpo se representa, se proyecta y se prolonga en infinitos símbolos, en sustancias que emergen cuando nombramos su totalidad y cada una de sus partes, que son múltiples y al tiempo indivisibles. Decimos boca y no solo vemos los dilatados odres de sangre y vino; podemos ver los besos, el amor, la humedad, las palabras. Nombramos los pies y vemos los caminos, la sal y la arena; decimos manos y allí no solo hay piel sino caricias, trabajos; la liquidez, las formas de las cosas, todo lo que se escapa entre los dedos…

Pero nuestro cuerpo también vive en la magia del espejo. En esa ventana que usamos para huir del instante desteñido; en esa puerta por la que vamos con Alicia hacia la fantasía. Somos y no somos la imagen, ese fantasma que anda con nuestro cuerpo, esa estatura, esos trazos en los que a veces no nos reconocemos. Estamos cautivos en ese reino de azogue donde siempre es presente.

Los cuerpos también son bosques que nacen en aceites y pigmentos, que brotan del carmín, crema, durazno; muslos salpicados de púrpura, brazos que resplandecen, agonía del bronce, pechos con aromas de canela, de ébano, blanco marfil de la tristeza. Cuerpos de óleos más carnales que los nuestros, más verídicos por arte del pintor. Eternamente vivos en el desfile de los ojos.

***

Lienzo de la artista brasilera Tarsila do Amaral. Antropofagia [1929]. Óleo, 126 x 142 cm. Colección Fundación José y Paulina Nemirovsky (São Paulo, SP). Imagen tomada de: https://historia-arte.com/obras [Dominio público].

PIEDAD BONNETT

(Amalfi, Antioquia,

Colombia, 1951)

BLANCA VARELA

(Lima, 1926 – 2009)

FRANCISCO BÁRCENAS FERIA

(Montería, Colombia, 1997)

Se ha escrito mucho y se escribirá en el futuro sobre Piedad Bonnett, una de las poetas más influyentes y representativas de la poesía colombiana en la actualidad y una de las voces más respetadas y queridas. Esta nota pretende ser apenas un reconocimiento, un tímido homenaje a la mujer reflexiva y crítica, cariñosa y sencilla, así como a la autora que sabe combinar la agudeza intelectual con una sensitiva y bella poesía. 

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Sobre Piedad Bonnett

Se ha escrito mucho y se escribirá en el futuro sobre Piedad Bonnett, una de las poetas más influyentes y representativas de la poesía colombiana en la actualidad y una de las voces más respetadas y queridas. Esta nota pretende ser apenas un reconocimiento, un tímido homenaje a la mujer reflexiva y crítica, cariñosa y sencilla, así como a la autora que sabe combinar la agudeza intelectual con una sensitiva y bella poesía. Piedad sabe ser elocuente y cálida, coloquial y juguetona, puede templar su voz para articular «lo innombrable» con toda su carga de dolor.

Como toda la buena poesía, su palabra es inclasificable en temas y en estilos. Podrá decirse que es urbana, social, coloquial, introspectiva, cotidiana, amorosa, empapada de mundo, con los pies en la tierra, con un soplo metafísico y lírico. Es todo esto y mucho más. En sus versos se conjuga la hondura de su conciencia terrena y etérea.

Piedad sabe captar la poesía del todo y de lo mínimo. Como cuando dice semáforo y ve pasar una fila india de obreros de construcción, ¿Hay algo más cotidiano que esta escena urbana? ¿A quién puede importarle algo que nunca será noticia y que en nada puede conmovernos? He aquí un fragmento del poema “Instantánea”: «Adelante va el viejo./ Sus pasos amplios, dobladas las rodillas, la cabeza inclinada,/ como animal que han castigado muchas veces./ En la mano la bolsa,/ y no sé adivinar, pero allí pareciera/ residir el precario equilibrio de su cuerpo./ Detrás, alto el mentón… un hombre en sus treinta años va montado./ Y el niño atrás, hijo seguramente, tal vez nieto… Vienen de levantar casas de otros/ cuyos nombres ignoran. Han lavado sus manos,/han intentado acaso sacar la dura mugre de sus uñas,/ y sus cabezas/ mojadas y peinadas/ brillan con el sol perezoso de la tarde».

He querido traer aquí sus versos sobre el cuerpo, territorio que describe con delicadeza y pasmo. Sobrecogida, nombra sus partes que son al tiempo eslabones o trechos de un «río de humores», partes de la lluvia, fragmentos del cosmos, certeza de la finitud. Hay conciencia permanente de esa condición dual de lo humano, la bestia y el ángel, el espanto y el deseo. Lo dice claramente: el «cuerpo es un animal triste». Y cuando nombra el espejo, surge esa otra lucidez, o quizá esa alucinación de lo corpóreo. Otros rostros que vienen del pasado nos interrogan, nos confrontan, nos recuerdan que somos una amalgama de otros.

CUERPO

Cuerpo,

río de humores,

nudo de negras venas borboritando vida.

Lengua, rojas serpiente, dichosa pecadora,

dientes, feroz barrera,

labios al beso expuestos,

ojos donde refleja fugaz su vuelo un ave.

Piel, dueña de la lluvia,

efímera señora del sol y la caricia.

Uñas, fieras de azúcar,

senos, duendes dormidos,

caracolas ardientes donde sueña el deseo.

Cuerpo,

lecho de costras,

terreno de gangrenas,

máquina misteriosa de silenciosos ritmos.

Te lastimo, te exhibo, te venero, te mimo,

te maldigo, te gozo,

y ante todo te temo,

oscuro laberinto de impredecibles puertas

sangre, músculos, huesos prontos a disolverse

en polvo y polvo y polvo

que soñó ser eterno.

 

Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.

UN ANIMAL TRISTE

Entro al espeso bosque donde crece el deseo con sus blancas coronas.

Mis pies desnudos pisan el músculo, me extravío

entre bulbos monstruosos, entre rosas

que abren su blanda entraña de carne, sus esponjas.

En espiral desciendo y como un perro

busco tu rostro,

labro tatuajes en tu piel, buscando.

Bebo el mezcal

que me devolverá purificada

a la anodinas sobriedad del día.

Como una vestal ebria caigo al pozo,

en sus aguas naufrago, nazco, muero,

y en el fondo de cieno no reconozco

la soledad, su helado ojo de vidrio.

 

Emerjo entonces como un pez sin brillo:

pequeña muerta, azul entre su sábana.

Ahora mi cuerpo es un animal triste.

 

 

Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.

 

MANUAL DE LOS ESPEJOS

 

I

 

Y he aquí que un día llega la abuela de su muerte de siglos

y con su mano pequeñita,

temblorosa de tanta humana ausencia,

sobre el espejo pone su sonrisa en la tuya.

Y ese tío remoto de ademanes adustos y sueños militares

te regala aquel gesto que tanto detestabas.

Descubres también a tu madre en la ternura del cuello

y tu padre te lega la vigorosa arruga de su frente.

 Y tú buscas el niño de ayer, y no lo encuentras.

En el espejo, en cambio, se amotinan

los que fueron un día, tan idéntico a éste.

Los que pugnan por ser entre tu sangre.

 

II

 

Esa mujer me mira, imperturbable.

Dos caracoles negros le han bebido los ojos

contemplativos. Nada

singular en su rostro, salvo aquella

luna de luz sobre la oreja izquierda.

Esa mujer (el pelo oscuro,

el labio condenado al desdén),

esa mujer soy yo. Me estoy mirando.

 

El remolino aquel sobre la frente.

¿Dónde el sabor a hiel de los insomnios

o el sueño atropellado de deseos?

 

El gesto empecinado de las cejas.

¿Dónde el vértigo, el asma del amor,

las manos tristes, el tambor nocturno?

 

Ahí ves la nariz. (Mi madre la frotaba

con vaselina o crema de cacao

para que yo tuviera un perfil griego.)

Quién oye ronroneo de la muerte

que ronda entre algodones, la pezuña

abriendo un hueco en la mitad del día?

 

Dentadura completa. Ojos castaños.

¿Y la señal particular del miedo?

¿La letra en sangre que marcó la puerta,

y la mano siempre sobre la almohada?

¿Y la interrogación, gancho de alambre

siempre esperando aquel vestido rojo?

 

Esa mujer que soy mira su cara,

imperturbable. Le coloca polvos

pone brillo en sus labios.

Esa mujer que soy, tierna y carnívora

da el salto, se devora, sale al día.

 

Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.

DE QUÉ MATERIA

                        ¿Serás capaz de escucharme, de comprenderme

                        si te hablo de mi larga y enfermiza tristeza?

HÖLDERLIN

 

Miro mi desnudez:

miro mis piernas extendidas sobre las sábanas,

los desolados pies,

la cintura que ayer apenas abrazaba con ciega confianza,

los brazos sin amor.

Y las manos que son siempre tan decididamente nuestras,

que podrían bailar solas en una inmensa sala con muchas otras manos

y seguirían hablando de lo que somos.

Y me pregunto viendo mi piel, el vello leve que le da su reflejos,

de qué materia he sido hecha,

porque sangro por cada poro desde siempre

pero de modo más hiriente desde que faltas en mis noches sonámbulas.

 

Con qué barro amasaron mi cuerpo,

de qué volcán sacó mi artífice la lava con la que formó mi corazón

condenado a hervir hasta mi última muerte.

Y quién pudo lanzarme así, inacabada y maltrecha,

quién pudo insuflarme al lado de la vida

esta mi larga y enfermiza tristeza.

Ha de ser un dios con entrañas de perro, inclemente y atroz.

Pero para evitar la blasfemia pienso en una torpeza de los astros

que luego, creyendo compensarme, te pusieron entre mis coordenadas,

sin saber que cosían mi destino con agujas candentes.

 

Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.

De Blanca Varela dijo Octavio Paz en 1956 que en sus primeros poemas habla un yo masculino y a medida que penetra en el mundo exterior, ese yo poético se revela como mujer. En el prólogo a su primer libro la consagra como «un poeta, un verdadero poeta… un poeta de su tiempo», así, usando el masculino.

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Sobre Blanca Varela

De Blanca Varela dijo Octavio Paz en 1956 que en sus primeros poemas habla un yo masculino y a medida que penetra en el mundo exterior, ese yo poético se revela como mujer. En el prólogo a su primer libro la consagra como «un poeta, un verdadero poeta… un poeta de su tiempo», así, usando el masculino. Es cierto que ella utiliza algunos adjetivos en género masculino pero es que su yo poético se transfigura, muta, habla no solo por «él» sino por todos. Como cuando dice: «para sentir entrar la sangre que arrojaba/ al avanzar en círculos donde estuve parado,/ inmensamente triste con mis cosas,/ tan próximo a la jaula donde chilla mi papagayo rojo…» Como el capitán cuyos músculos penden igual que los de una niña atacada de malaria, como el dolor en la playa que «es una mujer con barbas». Ese masculino no lo es en sentido estricto y como poeta es una «sola criatura, perfecta, ilimitada».

La han querido relacionar con el surrealismo, con el vanguardismo, con sus antecesores, con sus coetáneos. En balde. Ese afán de buscarle preceptores, aurigas, bastones, no funciona con ella. Su poesía rompe moldes, es auténtica. Su poesía ha sido definida como «mineral», elocuente, lírica, sangrienta, terapéutica, radical, dialógica, densa, turbulenta, «un puente entre la voz y su sombra».

Más allá de adjetivos y definiciones, su voz se siente como un río subterráneo, «crea grutas y pasadizos», emerge, se precipita, estremece los cimientos, va «de la noche hacia la noche honda». Por momentos es críptica, como el alma mineral. Su imaginación es desbordada, profusa, potente. No le basta con nombrar. Debe ver, tocar, sentir, soñar, morir con las cosas para traerlas a la vida. Todo surge y desaparece al mismo tiempo con un toque de sus versos, en un abrir y cerrar de «pupilas ciegas», en «una ficción malvada y saludable». Es la ostra que llora a solas, a oscuras, temerosa del amor, en el desierto, la que va hacia esa «muerte que no existe», la que penetra por una puerta giratoria que lleva siempre al mismo lugar, esa voz que llama «cielo a la nada», la que pone en duda cada certeza desequilibrando la realidad con sus preguntas: «¿Qué hacer con los recuerdos? ¿Acaso es cierto?»

Su “Lección de anatomía” es magistral, un poema total. En él logra mezclar lo encarnado y lo metafísico, trazar una cartografía del ser, un entramado de materia tangible e insondable. Algo semejante tiene lugar en sus “Ejercicios materiales” y en “Canto villano”, disección poética de un cuerpo, de ese «nudo de carne saltarina», un inventario de sustancias corporales y aéreas, invisibles para el «ciego del alma», ese «hueso del amor/ tan roído y tan duro», ese algo que es nuestra armazón, tan nuestro y al mismo tiempo tan ajeno. Y qué decir del “Vals del ángelus”, esa voz femenina nacida de plomo derretido, situada al fondo de la galería, reclamando su existencia a ese otro que puede ser dios, el que administra catástrofes «en la inmensa marmita celeste». No queda nada por añadir a esas imágenes y recursos metafóricos descomunales. Solo entrar en ellos y dejarse poseer por su arrobamiento.

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LECCIÓN DE ANATOMÍA

más allá del dolor y del placer la carne

inescrutable

balbuceando su lenguaje de sombras y brumosos

colores

 

la carne convertida en paisaje

en tierra en tregua en acontecimiento

en pan inesperado y en miel

en orina en leche en abrasadora sospecha

en océano

en animal castigado

en evidencia y en olvido

 

viendo la carne tan cerrada y distante

me pregunto

qué hace allí la vida simulando

 

el cabello a veces tan cercano

que extravía alojo en su espesura

las bisagras silenciosas cediendo

lagrimeando tornasol

y esa otra fronda inexplorada

en donde el tacto confunde

el día con la noche

fresca hermosa muerte a la mitad del lecho

donde los miembros mutilados retoñan

mientras la lengua gira como una estrella

 

flor de carne carnívora

entre los dientes de carbón

 

ah la voz gangosa entrecortada dulcísima del amor

saciándote saciándose saboreando el ciego bocado

 

los mondos los frágiles huesecillos del amor

ese fracaso ese hambre

esa tristeza futura

como el cielo de una jaula

 

la tierra gira

la carne permanece

cambia el paisaje

las horas se deshojan

 

es el mismo río que se aleja o se acerca

tedioso espejo con la misma gastada luna de yeso

que se esponja hasta llenar el horizonte

con su roñosa palidez

 

merodean las bestias del amor en esa ruina

florece la gangrena del amor

todavía se agitan las tenazas elásticas

los pliegues insondables laten

 

reino de ventosas nacaradas

osario de mínimos pájaros

 

primavera de suaves gusanos agrios

como la bilis materna

 

más allá del dolor y del placer

la negra estirpe

el rojo prestigio

la mortal victoria de la carne

 

Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

CANTO VILLANO

y de pronto la vida

en mi plato de pobre

un magro trozo de celeste cerdo

aquí en mi plato

 

observarme

observarte

o matar una mosca sin malicia

aniquilar la luz

o hacerla

 

hacerla

como quien abre los ojos y elige

un cielo rebosante

en el plato vacío

 

rubens cebollas lágrimas

más rubens más cebollas

más lágrimas

 

tantas historias

negros indigeribles milagros

y la estrella de oriente

 

emparedada

y el hueso del amor

tan roído y tan duro

brillando en otro plato

este hambre propio

existe

es la gana del alma

que es el cuerpo

 

es la rosa de grasa

que envejece

en su cielo de carne

 

mea culpa ojo turbio

mea culpa negro bocado

mea culpa divina náusea

 

no hay otro aquí

en este plato vacío

sino yo

devorando mis ojos

y los tuyos

 

Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

EJERCICIOS MATERIALES

convertir lo interior en exterior sin usar el

cuchillo

sobrevolar el tiempo memoria arriba

y regresar al punto de partida

al paraíso irrespirable

a la ardorosa helada inmovilidad

de la cabeza enterrada en la arena

sobre una única y estremecida extremidad

 

lo exterior jamás será interior

el reptil se despoja de sus bragas de seda

y conoce la felicidad de penetrarse a sí

mismo

como la noche

como la piedra

como el océano

conocimiento

amor propio sin testigos

 

conocerse para poder olvidarse

dejarse atrás

una interrogación cualquiera

rengueando al final del camino

un nudo de carne saltarina

un rancio bocadillo

caído de la agujereada faltriquera de dios

enfrentarse al matarife

entregar dos orejas

un cuello

cuatro o cinco centímetros de piel

moderadamente usada

un atadillo de nervios

algunas onzas de grasa

una pizca de sangre

y un vaso de sanguaza

sin mayor condimento que un dolor

casi humano

 

el divino con parsimonia de verdugo

limpia su espalda en el lomo del ángel más

próximo

como toda voz interior

la belleza final es cruenta y onerosa

inesperada como la muerte

bala tras el humo de la zarza

 

no es fácil responderse

y escucharse al mismo tiempo

el azogue no resiste

se hincha y quiebra la imagen

constelándola de estigmas

 

la ausencia es multitud

la soledad y el silencio

sorprenden al que evade la mirada

al ciego del alma

al que tiembla

al que tantea con talón mezquino

la grupa heroica y resbalosa del amor

 

así caídos para siempre

abrimos lentamente las piernas

para contemplar bizqueando

el gran ojo de la vida

lo único realmente húmedo y misterioso de

nuestra existencia

el gran pozo

el ascenso a la santidad

el lugar de los hechos

 

entonces

no antes ni después

“se empieza a hablar con lengua de ángel”

y la palabra se torna digerible

y es amable el silbo de los aires

que brotan quedamente y circulan

por nuestros puros orificios terrenales

protegidos e intactos

bajo el vellón sin mácula del divino cordero

 

santa molleja

santa

vaciada

redimida letrina

 

sólo la transparencia habita el ánima lograda

finalmente inodora incolora e insípida

gravedad de la nube enquistada en la grasa

gravedad de la gracia que es grasa perecible

y retorno y aumento de lo mismo y retiro en el arca

interior

 

que así vamos y estamos

que así somos

en la mano de dios

 

Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

VALS DEL ÁNGELUS

Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.

Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año.

Así te he visto, vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes, arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los mataderos. Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla —Jules te llamabas ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia, de tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza México.

Formidable pelele frente al tablero de control; grand chef de la desgracia revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste.

Ve lo que has hecho de mí.

Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.

Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.

Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra.

¿Qué más quieres de mí?

Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que vende a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a si mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados.

Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.

Tomado de: “Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica. Pícaras, místicas y rebeldes”. Tomo II. Selección de Maricruz Patiño. Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, México, 2004.

Francisco Bárcenas Feria es un joven cordobés, a quien recién conocemos por un poemario fresco, envolvente y audaz: “Bramidos de agua dulce”. Su palabra fluye de manera libre, como el agua del río Sinú que lo acompaña en sus búsquedas, que lo envuelve, entre amenazante y cómplice.

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Sobre Francisco Bárcenas Feria

Francisco Bárcenas Feria es un joven cordobés, a quien recién conocemos por un poemario fresco, envolvente y audaz: “Bramidos de agua dulce”. Su palabra fluye de manera libre, como el agua del río Sinú que lo acompaña en sus búsquedas, que lo envuelve, entre amenazante y cómplice. Tal como lo dice Eduardo Bechara Navratilova, «es un libro desgarrador… vertiginoso, punzante, con remolinos que nos llevan a la profundidad».

Francisco dice de sí mismo: «soy más que un cuerpo. Soy una búsqueda y estoy perdido en ella… hay un hueco que también soy… soy una esquina, esa calle bulliciosa, esa palabra con la que amanezco y florezco».

En sus poemas hay una cópula líquida, hombre y río son uno solo, los ojos se entierran en el agua o es el agua la que se entierra en el cuerpo; los insectos se funden, se aparean en el vientre del ser; el Sinú palpita en el corazón, el río grita y el poema se llena de agua. Escuchamos una voz que brama con fuerza la libertad para su carne, su derecho a arrancarle verbos al sueño, a gobernar en todos los callejones que habitan su cuerpo.

MUERTE AL HIJO

 

Sueño que ardo en la boca de dos perros enviados por mi padre

todos los perros han sido enviados al mundo por mi carne

reconozco en sus miradas el deseo de arrojarse a mí.

 

Sueño que mi padre me persigue

porque mi vida le pertenece.

 

Despierto y mi hermana dice con insistencia

que vivo en la boca de mi padre

que pregunta por mis quehaceres que le interesa mi rutina.

Yo me pregunto entonces:

¿En qué parte del poema empiezo a separar mi sueño de su boca?

¿En qué vida mi padre me disparó en la boca para ocultarse de mí?

***

Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.

ARRANCARSE LA CABEZA

Arrancarse la cabeza a las dos de la tarde

como única solución al tedio

empezar por tus cabellos frente al espejo,

seguir por tu boca:

que se traiga tu garganta

y a ese grito que inaugura el día.

 

Si no resulta

enciende tu cabeza con el lenguaje de las ratas

roes tu garganta que grita y grita y grita

y te vomita en un nuevo cuerpo:

bienvenido

bienvenido a emular tus huesos con la calle.

 

Si agudizas tu oído, pasará un río por tu cuerpo

que mojará tu corazón,

encenderá tu cabeza de recuerdos,

y te la volverás a arrancar.

 

Te arrancarás entero.

***

Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.

CONTRACCIÓN HISTÓRICA

Me estoy doliendo en un sueño de mi madre, con el vientre

torcido disparo al cielo y la bala amenaza a mi propia vida:

me contraigo en su vientre.

 

Transporte un tubérculo antes del alba a la boca de los

muertos que puntuales esperan su alimento: soy el río

atravesando sus costillas.

 

Soy la contracción histórica de las aves migratorias. Estoy

ignorado en el vientre de mi madre. Mi sexo se esconde y

sin embargo lo nombro. En su vientre me escondo del

mundo. Por el sendero donde un coro de ranas canta la

profecía de mi carne voy diciendo mi nombre. Mi nombre,

atravesado en las piernas de la mujer valiente y triste

que partió al océano con su piel oscura y me parió

a destiempo.

Cansado me inicio en el mundo y empiezo a ser

decoración del espacio, el extraño insecto que dobla la belleza.

 

Soy una contracción histórica, no escondo mi rostro.

***

Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.

UNA INCERTIDUMBRE COME DE MI GARGANTA

(Insisten las voces del río)

 

Ronda sobre mi cuerpo la idea del suicidio.

 

No espero nada; eso es habitar el miedo y la esperanza.

 

Sé que la idea del suicidio es del río

 

y no mía.

***

Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.

Esta imagen corresponde al óleo del pintor noruego Odd Nerdrum titulado Dawn [1990]. Colección particular (194 x 285 cm.) Disponible en: https://historia-arte.com/