Por Luz Helena Cordero Villamizar
El cuerpo se representa, se proyecta y se prolonga en infinitos símbolos, en sustancias que emergen cuando nombramos su totalidad y cada una de sus partes, que son múltiples y al tiempo indivisibles. Decimos boca y no solo vemos los dilatados odres de sangre y vino; podemos ver los besos, el amor, la humedad, las palabras. Nombramos los pies y vemos los caminos, la sal y la arena; decimos manos y allí no solo hay piel sino caricias, trabajos; la liquidez, las formas de las cosas, todo lo que se escapa entre los dedos…
Pero nuestro cuerpo también vive en la magia del espejo. En esa ventana que usamos para huir del instante desteñido; en esa puerta por la que vamos con Alicia hacia la fantasía. Somos y no somos la imagen, ese fantasma que anda con nuestro cuerpo, esa estatura, esos trazos en los que a veces no nos reconocemos. Estamos cautivos en ese reino de azogue donde siempre es presente.
Los cuerpos también son bosques que nacen en aceites y pigmentos, que brotan del carmín, crema, durazno; muslos salpicados de púrpura, brazos que resplandecen, agonía del bronce, pechos con aromas de canela, de ébano, blanco marfil de la tristeza. Cuerpos de óleos más carnales que los nuestros, más verídicos por arte del pintor. Eternamente vivos en el desfile de los ojos.
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Lienzo de la artista brasilera Tarsila do Amaral. Antropofagia [1929]. Óleo, 126 x 142 cm. Colección Fundación José y Paulina Nemirovsky (São Paulo, SP). Imagen tomada de: https://historia-arte.com/obras [Dominio público].
PIEDAD BONNETT
(Amalfi, Antioquia,
Colombia, 1951)
BLANCA VARELA
(Lima, 1926 – 2009)
FRANCISCO BÁRCENAS FERIA
(Montería, Colombia, 1997)
Se ha escrito mucho y se escribirá en el futuro sobre Piedad Bonnett, una de las poetas más influyentes y representativas de la poesía colombiana en la actualidad y una de las voces más respetadas y queridas. Esta nota pretende ser apenas un reconocimiento, un tímido homenaje a la mujer reflexiva y crítica, cariñosa y sencilla, así como a la autora que sabe combinar la agudeza intelectual con una sensitiva y bella poesía.
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Sobre Piedad Bonnett
Se ha escrito mucho y se escribirá en el futuro sobre Piedad Bonnett, una de las poetas más influyentes y representativas de la poesía colombiana en la actualidad y una de las voces más respetadas y queridas. Esta nota pretende ser apenas un reconocimiento, un tímido homenaje a la mujer reflexiva y crítica, cariñosa y sencilla, así como a la autora que sabe combinar la agudeza intelectual con una sensitiva y bella poesía. Piedad sabe ser elocuente y cálida, coloquial y juguetona, puede templar su voz para articular «lo innombrable» con toda su carga de dolor.
Como toda la buena poesía, su palabra es inclasificable en temas y en estilos. Podrá decirse que es urbana, social, coloquial, introspectiva, cotidiana, amorosa, empapada de mundo, con los pies en la tierra, con un soplo metafísico y lírico. Es todo esto y mucho más. En sus versos se conjuga la hondura de su conciencia terrena y etérea.
Piedad sabe captar la poesía del todo y de lo mínimo. Como cuando dice semáforo y ve pasar una fila india de obreros de construcción, ¿Hay algo más cotidiano que esta escena urbana? ¿A quién puede importarle algo que nunca será noticia y que en nada puede conmovernos? He aquí un fragmento del poema “Instantánea”: «Adelante va el viejo./ Sus pasos amplios, dobladas las rodillas, la cabeza inclinada,/ como animal que han castigado muchas veces./ En la mano la bolsa,/ y no sé adivinar, pero allí pareciera/ residir el precario equilibrio de su cuerpo./ Detrás, alto el mentón… un hombre en sus treinta años va montado./ Y el niño atrás, hijo seguramente, tal vez nieto… Vienen de levantar casas de otros/ cuyos nombres ignoran. Han lavado sus manos,/han intentado acaso sacar la dura mugre de sus uñas,/ y sus cabezas/ mojadas y peinadas/ brillan con el sol perezoso de la tarde».
He querido traer aquí sus versos sobre el cuerpo, territorio que describe con delicadeza y pasmo. Sobrecogida, nombra sus partes que son al tiempo eslabones o trechos de un «río de humores», partes de la lluvia, fragmentos del cosmos, certeza de la finitud. Hay conciencia permanente de esa condición dual de lo humano, la bestia y el ángel, el espanto y el deseo. Lo dice claramente: el «cuerpo es un animal triste». Y cuando nombra el espejo, surge esa otra lucidez, o quizá esa alucinación de lo corpóreo. Otros rostros que vienen del pasado nos interrogan, nos confrontan, nos recuerdan que somos una amalgama de otros.
CUERPO
Cuerpo,
río de humores,
nudo de negras venas borboritando vida.
Lengua, rojas serpiente, dichosa pecadora,
dientes, feroz barrera,
labios al beso expuestos,
ojos donde refleja fugaz su vuelo un ave.
Piel, dueña de la lluvia,
efímera señora del sol y la caricia.
Uñas, fieras de azúcar,
senos, duendes dormidos,
caracolas ardientes donde sueña el deseo.
Cuerpo,
lecho de costras,
terreno de gangrenas,
máquina misteriosa de silenciosos ritmos.
Te lastimo, te exhibo, te venero, te mimo,
te maldigo, te gozo,
y ante todo te temo,
oscuro laberinto de impredecibles puertas
sangre, músculos, huesos prontos a disolverse
en polvo y polvo y polvo
que soñó ser eterno.
Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.
UN ANIMAL TRISTE
Entro al espeso bosque donde crece el deseo con sus blancas coronas.
Mis pies desnudos pisan el músculo, me extravío
entre bulbos monstruosos, entre rosas
que abren su blanda entraña de carne, sus esponjas.
En espiral desciendo y como un perro
busco tu rostro,
labro tatuajes en tu piel, buscando.
Bebo el mezcal
que me devolverá purificada
a la anodinas sobriedad del día.
Como una vestal ebria caigo al pozo,
en sus aguas naufrago, nazco, muero,
y en el fondo de cieno no reconozco
la soledad, su helado ojo de vidrio.
Emerjo entonces como un pez sin brillo:
pequeña muerta, azul entre su sábana.
Ahora mi cuerpo es un animal triste.
Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.
MANUAL DE LOS ESPEJOS
I
Y he aquí que un día llega la abuela de su muerte de siglos
y con su mano pequeñita,
temblorosa de tanta humana ausencia,
sobre el espejo pone su sonrisa en la tuya.
Y ese tío remoto de ademanes adustos y sueños militares
te regala aquel gesto que tanto detestabas.
Descubres también a tu madre en la ternura del cuello
y tu padre te lega la vigorosa arruga de su frente.
Y tú buscas el niño de ayer, y no lo encuentras.
En el espejo, en cambio, se amotinan
los que fueron un día, tan idéntico a éste.
Los que pugnan por ser entre tu sangre.
II
Esa mujer me mira, imperturbable.
Dos caracoles negros le han bebido los ojos
contemplativos. Nada
singular en su rostro, salvo aquella
luna de luz sobre la oreja izquierda.
Esa mujer (el pelo oscuro,
el labio condenado al desdén),
esa mujer soy yo. Me estoy mirando.
El remolino aquel sobre la frente.
¿Dónde el sabor a hiel de los insomnios
o el sueño atropellado de deseos?
El gesto empecinado de las cejas.
¿Dónde el vértigo, el asma del amor,
las manos tristes, el tambor nocturno?
Ahí ves la nariz. (Mi madre la frotaba
con vaselina o crema de cacao
para que yo tuviera un perfil griego.)
Quién oye ronroneo de la muerte
que ronda entre algodones, la pezuña
abriendo un hueco en la mitad del día?
Dentadura completa. Ojos castaños.
¿Y la señal particular del miedo?
¿La letra en sangre que marcó la puerta,
y la mano siempre sobre la almohada?
¿Y la interrogación, gancho de alambre
siempre esperando aquel vestido rojo?
Esa mujer que soy mira su cara,
imperturbable. Le coloca polvos
pone brillo en sus labios.
Esa mujer que soy, tierna y carnívora
da el salto, se devora, sale al día.
Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.
DE QUÉ MATERIA
¿Serás capaz de escucharme, de comprenderme
si te hablo de mi larga y enfermiza tristeza?
HÖLDERLIN
Miro mi desnudez:
miro mis piernas extendidas sobre las sábanas,
los desolados pies,
la cintura que ayer apenas abrazaba con ciega confianza,
los brazos sin amor.
Y las manos que son siempre tan decididamente nuestras,
que podrían bailar solas en una inmensa sala con muchas otras manos
y seguirían hablando de lo que somos.
Y me pregunto viendo mi piel, el vello leve que le da su reflejos,
de qué materia he sido hecha,
porque sangro por cada poro desde siempre
pero de modo más hiriente desde que faltas en mis noches sonámbulas.
Con qué barro amasaron mi cuerpo,
de qué volcán sacó mi artífice la lava con la que formó mi corazón
condenado a hervir hasta mi última muerte.
Y quién pudo lanzarme así, inacabada y maltrecha,
quién pudo insuflarme al lado de la vida
esta mi larga y enfermiza tristeza.
Ha de ser un dios con entrañas de perro, inclemente y atroz.
Pero para evitar la blasfemia pienso en una torpeza de los astros
que luego, creyendo compensarme, te pusieron entre mis coordenadas,
sin saber que cosían mi destino con agujas candentes.
Tomado de: “Poesía reunida”. Lumen, Bogotá, 2019.
De Blanca Varela dijo Octavio Paz en 1956 que en sus primeros poemas habla un yo masculino y a medida que penetra en el mundo exterior, ese yo poético se revela como mujer. En el prólogo a su primer libro la consagra como «un poeta, un verdadero poeta… un poeta de su tiempo», así, usando el masculino.
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Sobre Blanca Varela
De Blanca Varela dijo Octavio Paz en 1956 que en sus primeros poemas habla un yo masculino y a medida que penetra en el mundo exterior, ese yo poético se revela como mujer. En el prólogo a su primer libro la consagra como «un poeta, un verdadero poeta… un poeta de su tiempo», así, usando el masculino. Es cierto que ella utiliza algunos adjetivos en género masculino pero es que su yo poético se transfigura, muta, habla no solo por «él» sino por todos. Como cuando dice: «para sentir entrar la sangre que arrojaba/ al avanzar en círculos donde estuve parado,/ inmensamente triste con mis cosas,/ tan próximo a la jaula donde chilla mi papagayo rojo…» Como el capitán cuyos músculos penden igual que los de una niña atacada de malaria, como el dolor en la playa que «es una mujer con barbas». Ese masculino no lo es en sentido estricto y como poeta es una «sola criatura, perfecta, ilimitada».
La han querido relacionar con el surrealismo, con el vanguardismo, con sus antecesores, con sus coetáneos. En balde. Ese afán de buscarle preceptores, aurigas, bastones, no funciona con ella. Su poesía rompe moldes, es auténtica. Su poesía ha sido definida como «mineral», elocuente, lírica, sangrienta, terapéutica, radical, dialógica, densa, turbulenta, «un puente entre la voz y su sombra».
Más allá de adjetivos y definiciones, su voz se siente como un río subterráneo, «crea grutas y pasadizos», emerge, se precipita, estremece los cimientos, va «de la noche hacia la noche honda». Por momentos es críptica, como el alma mineral. Su imaginación es desbordada, profusa, potente. No le basta con nombrar. Debe ver, tocar, sentir, soñar, morir con las cosas para traerlas a la vida. Todo surge y desaparece al mismo tiempo con un toque de sus versos, en un abrir y cerrar de «pupilas ciegas», en «una ficción malvada y saludable». Es la ostra que llora a solas, a oscuras, temerosa del amor, en el desierto, la que va hacia esa «muerte que no existe», la que penetra por una puerta giratoria que lleva siempre al mismo lugar, esa voz que llama «cielo a la nada», la que pone en duda cada certeza desequilibrando la realidad con sus preguntas: «¿Qué hacer con los recuerdos? ¿Acaso es cierto?»
Su “Lección de anatomía” es magistral, un poema total. En él logra mezclar lo encarnado y lo metafísico, trazar una cartografía del ser, un entramado de materia tangible e insondable. Algo semejante tiene lugar en sus “Ejercicios materiales” y en “Canto villano”, disección poética de un cuerpo, de ese «nudo de carne saltarina», un inventario de sustancias corporales y aéreas, invisibles para el «ciego del alma», ese «hueso del amor/ tan roído y tan duro», ese algo que es nuestra armazón, tan nuestro y al mismo tiempo tan ajeno. Y qué decir del “Vals del ángelus”, esa voz femenina nacida de plomo derretido, situada al fondo de la galería, reclamando su existencia a ese otro que puede ser dios, el que administra catástrofes «en la inmensa marmita celeste». No queda nada por añadir a esas imágenes y recursos metafóricos descomunales. Solo entrar en ellos y dejarse poseer por su arrobamiento.
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LECCIÓN DE ANATOMÍA
más allá del dolor y del placer la carne
inescrutable
balbuceando su lenguaje de sombras y brumosos
colores
la carne convertida en paisaje
en tierra en tregua en acontecimiento
en pan inesperado y en miel
en orina en leche en abrasadora sospecha
en océano
en animal castigado
en evidencia y en olvido
viendo la carne tan cerrada y distante
me pregunto
qué hace allí la vida simulando
el cabello a veces tan cercano
que extravía alojo en su espesura
las bisagras silenciosas cediendo
lagrimeando tornasol
y esa otra fronda inexplorada
en donde el tacto confunde
el día con la noche
fresca hermosa muerte a la mitad del lecho
donde los miembros mutilados retoñan
mientras la lengua gira como una estrella
flor de carne carnívora
entre los dientes de carbón
ah la voz gangosa entrecortada dulcísima del amor
saciándote saciándose saboreando el ciego bocado
los mondos los frágiles huesecillos del amor
ese fracaso ese hambre
esa tristeza futura
como el cielo de una jaula
la tierra gira
la carne permanece
cambia el paisaje
las horas se deshojan
es el mismo río que se aleja o se acerca
tedioso espejo con la misma gastada luna de yeso
que se esponja hasta llenar el horizonte
con su roñosa palidez
merodean las bestias del amor en esa ruina
florece la gangrena del amor
todavía se agitan las tenazas elásticas
los pliegues insondables laten
reino de ventosas nacaradas
osario de mínimos pájaros
primavera de suaves gusanos agrios
como la bilis materna
más allá del dolor y del placer
la negra estirpe
el rojo prestigio
la mortal victoria de la carne
Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.
CANTO VILLANO
y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato
observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz
o hacerla
hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío
rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas
tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente
emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato
este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo
es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne
mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea
no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos
Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.
EJERCICIOS MATERIALES
convertir lo interior en exterior sin usar el
cuchillo
sobrevolar el tiempo memoria arriba
y regresar al punto de partida
al paraíso irrespirable
a la ardorosa helada inmovilidad
de la cabeza enterrada en la arena
sobre una única y estremecida extremidad
lo exterior jamás será interior
el reptil se despoja de sus bragas de seda
y conoce la felicidad de penetrarse a sí
mismo
como la noche
como la piedra
como el océano
conocimiento
amor propio sin testigos
conocerse para poder olvidarse
dejarse atrás
una interrogación cualquiera
rengueando al final del camino
un nudo de carne saltarina
un rancio bocadillo
caído de la agujereada faltriquera de dios
enfrentarse al matarife
entregar dos orejas
un cuello
cuatro o cinco centímetros de piel
moderadamente usada
un atadillo de nervios
algunas onzas de grasa
una pizca de sangre
y un vaso de sanguaza
sin mayor condimento que un dolor
casi humano
el divino con parsimonia de verdugo
limpia su espalda en el lomo del ángel más
próximo
como toda voz interior
la belleza final es cruenta y onerosa
inesperada como la muerte
bala tras el humo de la zarza
no es fácil responderse
y escucharse al mismo tiempo
el azogue no resiste
se hincha y quiebra la imagen
constelándola de estigmas
la ausencia es multitud
la soledad y el silencio
sorprenden al que evade la mirada
al ciego del alma
al que tiembla
al que tantea con talón mezquino
la grupa heroica y resbalosa del amor
así caídos para siempre
abrimos lentamente las piernas
para contemplar bizqueando
el gran ojo de la vida
lo único realmente húmedo y misterioso de
nuestra existencia
el gran pozo
el ascenso a la santidad
el lugar de los hechos
entonces
no antes ni después
“se empieza a hablar con lengua de ángel”
y la palabra se torna digerible
y es amable el silbo de los aires
que brotan quedamente y circulan
por nuestros puros orificios terrenales
protegidos e intactos
bajo el vellón sin mácula del divino cordero
santa molleja
santa
vaciada
redimida letrina
sólo la transparencia habita el ánima lograda
finalmente inodora incolora e insípida
gravedad de la nube enquistada en la grasa
gravedad de la gracia que es grasa perecible
y retorno y aumento de lo mismo y retiro en el arca
interior
que así vamos y estamos
que así somos
en la mano de dios
Tomado de: “Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994”. Fondo de Cultura Económica, México, 1996.
VALS DEL ÁNGELUS
Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.
Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año.
Así te he visto, vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes, arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los mataderos. Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla —Jules te llamabas ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia, de tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza México.
Formidable pelele frente al tablero de control; grand chef de la desgracia revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste.
Ve lo que has hecho de mí.
Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.
Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.
Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra.
¿Qué más quieres de mí?
Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que vende a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a si mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados.
Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.
Tomado de: “Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica. Pícaras, místicas y rebeldes”. Tomo II. Selección de Maricruz Patiño. Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, México, 2004.
Francisco Bárcenas Feria es un joven cordobés, a quien recién conocemos por un poemario fresco, envolvente y audaz: “Bramidos de agua dulce”. Su palabra fluye de manera libre, como el agua del río Sinú que lo acompaña en sus búsquedas, que lo envuelve, entre amenazante y cómplice.
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Sobre Francisco Bárcenas Feria
Francisco Bárcenas Feria es un joven cordobés, a quien recién conocemos por un poemario fresco, envolvente y audaz: “Bramidos de agua dulce”. Su palabra fluye de manera libre, como el agua del río Sinú que lo acompaña en sus búsquedas, que lo envuelve, entre amenazante y cómplice. Tal como lo dice Eduardo Bechara Navratilova, «es un libro desgarrador… vertiginoso, punzante, con remolinos que nos llevan a la profundidad».
Francisco dice de sí mismo: «soy más que un cuerpo. Soy una búsqueda y estoy perdido en ella… hay un hueco que también soy… soy una esquina, esa calle bulliciosa, esa palabra con la que amanezco y florezco».
En sus poemas hay una cópula líquida, hombre y río son uno solo, los ojos se entierran en el agua o es el agua la que se entierra en el cuerpo; los insectos se funden, se aparean en el vientre del ser; el Sinú palpita en el corazón, el río grita y el poema se llena de agua. Escuchamos una voz que brama con fuerza la libertad para su carne, su derecho a arrancarle verbos al sueño, a gobernar en todos los callejones que habitan su cuerpo.
MUERTE AL HIJO
Sueño que ardo en la boca de dos perros enviados por mi padre
todos los perros han sido enviados al mundo por mi carne
reconozco en sus miradas el deseo de arrojarse a mí.
Sueño que mi padre me persigue
porque mi vida le pertenece.
Despierto y mi hermana dice con insistencia
que vivo en la boca de mi padre
que pregunta por mis quehaceres que le interesa mi rutina.
Yo me pregunto entonces:
¿En qué parte del poema empiezo a separar mi sueño de su boca?
¿En qué vida mi padre me disparó en la boca para ocultarse de mí?
***
Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.
ARRANCARSE LA CABEZA
Arrancarse la cabeza a las dos de la tarde
como única solución al tedio
empezar por tus cabellos frente al espejo,
seguir por tu boca:
que se traiga tu garganta
y a ese grito que inaugura el día.
Si no resulta
enciende tu cabeza con el lenguaje de las ratas
roes tu garganta que grita y grita y grita
y te vomita en un nuevo cuerpo:
bienvenido
bienvenido a emular tus huesos con la calle.
Si agudizas tu oído, pasará un río por tu cuerpo
que mojará tu corazón,
encenderá tu cabeza de recuerdos,
y te la volverás a arrancar.
Te arrancarás entero.
***
Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.
CONTRACCIÓN HISTÓRICA
Me estoy doliendo en un sueño de mi madre, con el vientre
torcido disparo al cielo y la bala amenaza a mi propia vida:
me contraigo en su vientre.
Transporte un tubérculo antes del alba a la boca de los
muertos que puntuales esperan su alimento: soy el río
atravesando sus costillas.
Soy la contracción histórica de las aves migratorias. Estoy
ignorado en el vientre de mi madre. Mi sexo se esconde y
sin embargo lo nombro. En su vientre me escondo del
mundo. Por el sendero donde un coro de ranas canta la
profecía de mi carne voy diciendo mi nombre. Mi nombre,
atravesado en las piernas de la mujer valiente y triste
que partió al océano con su piel oscura y me parió
a destiempo.
Cansado me inicio en el mundo y empiezo a ser
decoración del espacio, el extraño insecto que dobla la belleza.
Soy una contracción histórica, no escondo mi rostro.
***
Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.
UNA INCERTIDUMBRE COME DE MI GARGANTA
(Insisten las voces del río)
Ronda sobre mi cuerpo la idea del suicidio.
No espero nada; eso es habitar el miedo y la esperanza.
Sé que la idea del suicidio es del río
y no mía.
***
Tomado de: “Bramidos de agua dulce”. Escarabajo, Bogotá, 2020.
Esta imagen corresponde al óleo del pintor noruego Odd Nerdrum titulado Dawn [1990]. Colección particular (194 x 285 cm.) Disponible en: https://historia-arte.com/