Por Luz Helena Cordero Villamizar
Abundan los versos que describen el amor corporal con los estereotipos patriarcales de la relación de dominación hombre-mujer en la que ella aparece como la ninfa inspiradora, musa transparente, dócil recipiente de pasiones, o como esa mujer siempre a la espera del regreso del macho, mientras él va y viene conquistando el mundo. Esos poemas se agotan, se decoloran, se consumen. Por contraste, están los que proponen otro orden del universo erótico, los que revelan otras aristas de las relaciones, amantes que fundan otros dominios, trances entre sábanas, desafíos existenciales, honduras de las carnes y del ser.
La estética queer, según David William Foster, reivindica nuevas zonas de placer, la erotización total del cuerpo para combatir la fragmentación del mismo y la vigilancia social sobre sus demarcaciones y límites. Al combatir la primacía de lo genital rechaza el coito convencional y abre la posibilidad de un placer extendido al cuerpo como totalidad: reterritorialización del cuerpo, búsqueda de nuevas zonas y órganos así como de nuevos usos, el goce autocentrado que puede compartirse con otros cuerpos. Se pretende fundar una epistemología abierta, una ética del conocimiento que admita la más amplia variedad posible de interpretaciones, que explore la experiencia, que rompa con las definiciones fijas de la sexualidad, con los esquemas binarios con fines autoritarios y excluyentes.
La poesía hace posible la libertad, la construcción de otra cartografía del amor, la nominación innovadora, la construcción y reconstrucción del cuerpo y del placer, la utopía del lenguaje.
***
Imagen de portada: Amantes femeninas [1915] del pintor expresionista austriaco Egon Schiele
RAÚL GÓMEZ JATTIN
(Cartagena, Colombia 1945 – 1997)
CRISTINA PERI ROSSI
(Montevideo, Uruguay, 1941)
XAVIER VILLAURRUTIA
(Ciudad de México, 1903 – 1950)
La obra de Raúl Gómez Jattin ha sido leída e interpretada con morbosidad, con el prejuicio de buscar en sus versos la voz de la locura, la expresión de un pretendido «poeta maldito» tropical, la manifestación del ser homoerótico y la zoofilia que habita algunos de sus poemas y que en algunos provoca la risa, en otros repulsa. Estamos hartos de interpretaciones autobiográficas, de la búsqueda de referentes textuales en sus poemas, del afán de buscar en su poesía el espectáculo de la marginalidad y de su ser atormentado. La obra del poeta se ha ensombrecido por el interés comercial de revestir a su autor de ese halo maldito, adjetivo que él consideraba abyecto y que siempre rechazó…
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Sobre Raúl Gómez Jattin
La obra de Raúl Gómez Jattin ha sido leída e interpretada con morbosidad, con el prejuicio de buscar en sus versos la voz de la locura, la expresión de un pretendido «poeta maldito» tropical, la manifestación del ser homoerótico y la zoofilia que habita algunos de sus poemas y que en algunos provoca la risa, en otros repulsa. Estamos hartos de interpretaciones autobiográficas, de la búsqueda de referentes textuales en sus poemas, del afán de buscar en su poesía el espectáculo de la marginalidad y de su ser atormentado. La obra del poeta se ha ensombrecido por el interés comercial de revestir a su autor de ese halo maldito, adjetivo que él consideraba abyecto y que siempre rechazó.
A Raúl Gómez Jattin, como a los versos de cualquier poeta, es necesario acercarse con la sed que disfruta el agua de la fuente y que no juzga el pedrusco de donde brota. La fuerza del poema surge y crece en las palabras que son un continuo flujo de sentidos, casi siempre mutantes, lejanos y ajenos a su origen. No es el poeta quien sustenta o justifica el poema, es el poema el que define o da cuenta del poeta. ¿Por qué habríamos de hurgar en el don o en la penuria del autor para ensalzar o denigrar la materia de su poesía?
Seguiremos el vuelo intrínseco del poema y haremos lo que el propio Raúl consideraba necesario en toda poesía y que expresaba con tanta lucidez: «Creí, ante todo, en la autonomía absoluta de la poesía, odié con miedo cualquier estética programática; quise, para mis compañeros poetas, esencialmente la libertad».
Si quieres saber del Raúl
que habita estas prisiones
lee estos duros versos
nacidos de la desolación
Poemas amargos
Poemas simples y soñados
crecidos como crece la hierba
entre el pavimento de las calles.
Como crece la hierba entre el pavimento de las calles, sin requerir una mano que la siembre o la riegue, así nace y se expande la poesía de Gómez Jattin. Su obra respira una realidad fuertemente emotiva que viene cargada del viento del Caribe, del sol sobre los tejados, de los fandangos, del juego de dominó, de las peleas de gallos; está surcada por el río Sinú que es un mensajero que trae noticias de múltiples voces locales e historias cotidianas.
Los contrastes definen su poesía: los poemas se hamacan entre el tono nostálgico que alude a la tierra natal, a la infancia, y los elementos míticos universales, la angustia de la existencia y el peso de la muerte. Contienen lirismo y desvergüenza, coloquialismo y crudeza, discernimiento de lo humano, ironía e insulto. Gómez Jattin hace una transgresión ética al cuestionar el «paisaje moral» de sus contemporáneos. Irrumpe elaborando contenidos que reclaman el derecho al placer corporal por el placer mismo, se atreve a recrear en sus poemas una verdadera zoología del erotismo, a contar prácticas sexuales infantiles colectivas, a reivindicar una sexualidad sin límites ni fronteras –él creía en el panteísmo–. Utiliza vulgarismos, voces locales, versos desvergonzados, autistas, irónicos y a veces insultantes: «Jódete», «emborráchate de nostalgia» , «apúrate pendejo», «te quiero como el carajo»… Su «gran religión es la metafísica del sexo» y, recordando a Walt Whitman, aspira a ser «gran culeador del universo todo culeado».
EL DISPARO FINAL EN LA VÍA LÁCTEA
En el cielo profundo de mis masturbaciones
ocupas ese ámbito de deseo irrefrenable y voraz
Inagotable y tierno que te devora el sexo
aunque tú no lo sepas Tu cuerpo habita el mío
Y es tan mío como no pudo serlo allá
en la realidad Es mío cuando yo te deseo
De esa misma manera impalpable y eterna
como este libro es tuyo Como yo soy de ti
Habitamos el ocho Doble infinito
de los dos universos El 8 de los círculos
El que parece dos astros hermanos y gemelos
El que parece dos ojos Dos culos cercanos
El que parece dos testículos besándose
Cuando llegas a mi cielo estoy desnudo
y te gustan las columnas de mis piernas
para reposar en ellas Y te asombra
mi centro con su ímpetu y su flor erecta
y mi caverna de Platón carnal y gnóstica
por donde te escapas hacia la otra vida
Y en ese cielo te entregas a ser lo que verdaderamente
eres Agresión de besos Colisión de espadas
Jadeo que se estrella como un mar contra mi pecho
Locura de tus ojos orientales alumbrando
la aurora del orgasmo mientras tus manos
se aferran a mi cuerpo Y me dices
lo que yo quiero y respiras tan hondo
como si estuvieras naciendo o muriendo
Mientras nuestros ríos de semen crecen
y nuestra carne tiembla y engatilla su placer
hacia el disparo final en la Vía Láctea
En las sabanas de nuestro cielo hay nubes
perfumadas de axilas y delicados residuos
del amor En la almohada el hueco
que tu cabeza ha dejado oloroso a jazmines
Y en mi alma y mi cuerpo el inmenso dolor
de saber que desprecias mi amor
Oh tú por quien mi vida renació
dentro la lumbre de la muerte
***
Tomado de: Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética. Selección y Prólogo de Carlos Monsiváis. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 2004.
OMBLIGO DE LUNA
Dibujo tu perfil del faro a las murallas
Luz de alucinación son tus ojos de hierro
El mar salta en las piedras y mi alma se equivoca
El sol se hunde en el agua y el agua es puro fuego
Eres casi de sueño. Eres casi de piedra en el vaivén del tiempo
Arquetipo amoroso firme en la turbia edad
esa manera tuya de calmarme las lágrimas
De desbocar tu cuerpo contra el mío Enloquecido
como un potro en una llanura incendiada
De verter tus palabras en mi entendimiento
cual veneno que cura la ausencia
De recordar cosas usadas y olvidadas
con un vuelo que ilumina y asombra
Es tarde amor El mar trae tormenta
Hay una luna pálida que recuerda tu ombligo
Y unas nubes livianas y pesadas como tus manos
beben sedientas Así, cuando yo sobre tu boca muero
***
Tomado de: Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética. Selección y Prólogo de Carlos Monsiváis. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 2004.
CASI OBSCENO
Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado Trato de enamorarte
Intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar pero siempre muere en él
***
Tomado de: Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética. Selección y Prólogo de Carlos Monsiváis. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 2004.
POLVOS CARTAGENEROS
A Tirsa se lo metía detrás de la puerta
de la vieja casa de Catalina Safar viuda de Jattin
Junto al mar
Tenía un deseo tan desesperado
de meterle la mano entre las piernas y tocarle
el centro de su ser De acariciar su pelambre
Que languidecía al almuerzo
mientras me sobaba la bragueta
Tenía una vía de acceso muy estrecha
olorosa a manteca de cocina Pero a mí
me gustaba Es decir me enloquecía
A los nueve años tenía una mujer de trece
Caliente como perra en celo Aunque
tenía cara de gata ¡No joda! ¡A los nueve!
Hoy me asombro Pero entonces le echaba
hasta dos polvos en la tarde
Cuando me sacaba hasta la última gota
de semen Pellizcaba mi cara con malicia
y me decía “Vaya donde su abuela a que
le limpie el culo que se cagó de la arrechera”
***
Tomado de: Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética. Selección y Prólogo de Carlos Monsiváis. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 2004.
Cristina Peri Rossi ha sido una transgresora en su escritura, no solo por las temáticas que ha abordado en narrativa y poesía sino por el tratamiento de los temas. Sus poemas carecen de retórica, adornos o lenguaje cifrado. Utiliza las palabras como pinceles que trazan la intimidad, que al nombrar visibilizan. No hay trucos, pudores, temor o dudas. A medida que revela lo que otros callan, en tanto revela al otro, a la otra, también se muestra de frente, sin máscaras…
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Sobre Cristina Peri Rossi
Cristina Peri Rossi ha sido una transgresora en su escritura, no solo por las temáticas que ha abordado en narrativa y poesía sino por el tratamiento de los temas. Sus poemas carecen de retórica, adornos o lenguaje cifrado. Utiliza las palabras como pinceles que trazan la intimidad, que al nombrar visibilizan. No hay trucos, pudores, temor o dudas. A medida que revela lo que otros callan, en tanto revela al otro, a la otra, también se muestra de frente, sin máscaras.
Peri Rossi es una maestra en el malabar de las palabras. Las dota de materia, las hace surgir carnosas al tacto, las salpica, las convierte en ritual, las descuelga por la página, les imprime sentidos, juega con ellas, se ríe de algunas, las hace cómplices, son plastilina en sus labios. Y, de ser necesario, las despedaza, las subvierte: «Llamar con la o que es roja y amarilla/ llamarte con la i/ que tiene un círculo negro como un pozo/ llamarte desde el rectángulo azul de la ese/ suplicarte con el rombo de la efe/ o los triángulos de la zeta,/ tan ardientes como el follaje de tu pubis.»
Para ella «las palabras son espectros piedras abracadabras», «las palabras no pueden decir la verdad», las palabras se enferman, se encarnan en el juego erótico: «penétrame, profunda y larvariamente tu laberinto de palabras». Hace de la escritura su casa en donde tiene amores, juegos y serias confrontaciones con las palabras. A veces las echa como a perros, a insultos y dentelladas:
Leyendo el diccionario
He encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la calco, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la lamo,
la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,
después, como a una puta,
la echo de casa.
El amor es una constante en su poesía, un amor lésbico, entre iguales, entre hermanas. De paso trastoca los símbolos, redefine una cultura en función de lo humano del deseo, dejando un espacio a la perplejidad. Es una autora que no concede, que se afirma en cada verso, que despoja la vergüenza y que, además, es un referente en el espacio político y estético de lo femenino.
AFRODITA
Y está triste
como una silla abandonada
en la mitad del patio azul
Los pájaros la rodean
Cae una aguja
Las hojas resbalan
sin tocarla
Y está triste
en mitad del patio
con la mirada baja
los pechos alicaídos
dos palomas tardas
Y un collar
sin perro
en la mano
Como una silla ya vacía.
***
Tomado de: “Diáspora”. Lumen, Barcelona, 2001.
FETICHE
Fetiche tu cuerpo
fetiches tus pechos
fetiches de mi deseo tu lujuria
tu clítoris, tu vagina
fetiche cebado tu bárbara matriz
oscuro túnel de mi deseo
fetiches tus nalgas, lunas paralelas
fetiches tus labios blancos
fetiche tu orgasmo desgajado
raíz del fondo de la tierra
fetiches tus gemidos parturientos
tus súplicas perentorias
fetiches de mi deseo tus lóbulos
tus pies pequeños
tu nuca tu boca tus cabellos.
Fetiches de mi deseo
que agitan mi imaginación
y turban mi sueño.
***
Tomado de: “Estrategias del deseo”. Lumen, Barcelona, 2004.
INSEPARABLES
Y hubo que separar
todo aquello que estuvo siamesamente
unido
la carne de la carne
los labios de los labios
los dedos de los dedos
el vientre del otro vientre.
Y hubo que separar
todo aquellos que estuvo siamesamente
unido
el sueño del sueño
la epidermis de la epidermis
la cutícula de la uña
las pestañas de los párpados
el iris de la mácula
La cirugía obra milagros
-también el psicoanálisis-
Ahora volvíamos a ser solas
individuales
tu rostro no era ya mi rostro
tu despertar ya no era el mío
ni mi mirada era la tuya.
Devolví al mundo lo que había devorado
feto de mi entraña
comida de mi hambre
agua de mi sed
sangre de mis venas
célula de mi tejido
hija de tu vientre
alimento de tu plato
clítoris de tu sexo
epitelio de tus ojos.
Ahora ya somos dos.
La cirugía obra milagros
-también el psicoanálisis-
Instaurada otra vez y para siempre la soledad.
***
Tomado de: “Estrategias del deseo”. Lumen, Barcelona, 2004.
ONCE DE SEPTIEMBRE
El once de septiembre del dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor.
El once de septiembre del año dos mil uno
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor.
Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacía el amor.
Los apocalípticos pronosticaban la guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
–si hay que morir, que sea de exaltación–.
El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitó sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera.
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
–cuatro de la tarde, hora de España–
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie.
Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
–territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografía de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios–
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oír a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico.
Cuando sonó, alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la guerra santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oír,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando.
«¿Qué ha sido?», preguntaste,
los senos colgando como ubres hinchadas.
«Creo que Nueva York se hunde», murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho.
«Es una pena», contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores.
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten
qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York.
***
Tomado de: “Estrategias del deseo”. Lumen, Barcelona, 2004.
Leo que Xavier Villaurrutia se extravió escribiendo teatro, que desperdició sus años y sus dotes de poeta por andar «trasvistiéndose en una pluralidad de personajes», colocándose o inventando máscaras, emulando voces para otros. Fue dramaturgo, director de escena, crítico teatral, traductor y alguna vez actor. Dicen también que sus obras de teatro, como sus novelas, son fallidas y han sido olvidadas. Aclaran que en realidad su lugar era la poesía, la noche, su “Rosa del insomnio” y esa nostalgia de la muerte…
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Sobre Xavier Villaurrutia
Leo que Xavier Villaurrutia se extravió escribiendo teatro, que desperdició sus años y sus dotes de poeta por andar «trasvistiéndose en una pluralidad de personajes», colocándose o inventando máscaras, emulando voces para otros. Fue dramaturgo, director de escena, crítico teatral, traductor y alguna vez actor. Dicen también que sus obras de teatro, como sus novelas, son fallidas y han sido olvidadas. Aclaran que en realidad su lugar era la poesía, la noche, su “Rosa del insomnio” y esa nostalgia de la muerte.
Y yo, que no lo conocí, que apenas me asomo a sus poemas, lo imagino tímido y profundamente triste, gélido y cálido, intensamente sensitivo, como esa «rosa del tacto en las tinieblas», esa «rosa digital» que florece en el amor secreto de los hombres. Lo veo deambular por las páginas, igual que los ángeles nocturnos que «fluyen dulcemente en la noche», y que sueñan con mortales.
Sus versos son sólidos y delicados, nos tocan como esas caricias que duelen. Escribe su muerte para vivir después de haber muerto, «sonámbulo, dormido y despierto a la vez». Afirma su paso con antítesis y paradojas, con oxímoros y esos juegos de palabras:
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
No sé si su teatro fue un fracaso; no sé si falló en la cita de las tablas. Me bastan sus versos para verlo, sus imágenes leves, apenas susurradas. Me toca ese amor que lo asalta y lo hiere. Solo sé que su drama fue hondo, que aquel hilo tendido por el que viajaba su voz, «sin red sobre el vacío», no pudo sostenerlo en su última caída. Solo sé que quiere gritar, pero solo le brota poesía y esas cinco letras del DESEO.
AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE
Amar es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
***
Tomado de: “Obras: poesía, teatro, prosas varias, crítica”. Fondo de Cultura Económica, Colección: Letras Mexicanas México, 1974.
NOCTURNO DE AMOR
A Manuel Rodríguez Lozano
El que nada se oye en esta alberca de sombra
no sé cómo mis brazos no se hieren
en tu respiración sigo la angustia del crimen
y caes en la red que tiende el sueño.
Guardas el nombre de tu cómplice en los ojos
pero encuentro tus párpados más duros que el silencio
y antes que compartirlo matarías el goce
de entregarte en el sueño con los ojos cerrados
sufro al sentir la dicha con que tu cuerpo busca
el cuerpo que te vence más que el sueño
y comparo la fiebre de tus manos
con mis manos de hielo
y el temblor de tus sienes con mi pulso perdido
y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos
que la sombra corroe con su lepra incurable.
Ya sé cuál es el sexo de tu boca
y lo que guarda la avaricia de tu axila
y maldigo el rumor que inunda el laberinto de tu oreja
sobre la almohada de espuma
sobre la dura página de nieve
No la sangre que huyó de mí como del arco huye la flecha
sino la cólera circula por mis arterias
amarilla de incendio en mitad de la noche
y todas las palabras en la prisión de la boca
y una sed que en el agua del espejo
sacia su sed con una sed idéntica
De qué noche despierto a esta desnuda
noche larga y cruel noche que ya no es noche
junto a tu cuerpo más muerto que muerto
que no es tu cuerpo ya sino su hueco
porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte
y es tan grande mi frío que con un calor nuevo
abre mis ojos donde la sombra es más dura
y más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha sido
y es un dolor inesperado y aún más frío y más fuego
no ser sino la estatua que despierta
en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto.
***
Tomado de: “Las cinco letras del deseo. Antología latinoamericana de poesía homoafectiva del siglo XX”. Omar Ardila y Hernán Vargascarreño (comp). Ediciones Exilio, Bogotá, 2016.
NOCTURNO DE LOS ÁNGELES
Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno dijera en un momento dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del «DESEO» formarían una enorme cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas…
Hay recodos y bancos de sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.
El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.
Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
***
Tomado de: “Las cinco letras del deseo. Antología latinoamericana de poesía homoafectiva del siglo XX”. Omar Ardila y Hernán Vargascarreño (comp). Ediciones Exilio, Bogotá, 2016.
NUESTRO AMOR
Si nuestro amor no fuera,
al tiempo que un secreto,
un tormento, una duda,
una interrogación;
si no fuera una larga
espera interminable,
un vacío en el pecho
donde el corazón llama
como un puño cerrado
a una puerta impasible;
si nuestro amor no fuera
el sueño doloroso
en que vives sin mí,
dentro de mí, una vida
que me llena de espanto;
si no fuera un desvelo,
un grito iluminado
en la noche profunda;
si nuestro amor no fuera
como un hilo tendido
en que vamos los dos
sin red sobre el vacío;
si tus palabras fueran
sólo palabras para
nombrar con ellas cosas
tuyas, no más, y mías;
si no resucitaran
si no evocaran trágicas
distancias y rencores
traspuestos, olvidados;
si tu mirada fuera
siempre la que un instante
-¡pero un instante eterno!-
es tu más honda entrega;
si tus besos no fueran
sino para mis labios
trémulos y sumisos;
si tu lenta saliva
no fundiera en mi boca
su sabor infinito;
si juntos nuestros labios
desnudos como cuerpos,
y nuestros cuerpos juntos
como labios desnudos
no formaran un cuerpo
y una respiración,
¡no fuera amor el nuestro,
no fuera nuestro amor!
***
Tomado de: “Obras: poesía, teatro, prosas varias, crítica”. México, Fondo de Cultura Económica (Col. Letras Mexicanas). Ciudad de México, 1974.
Egon Schiele, Amantes [1914]