Por Luz Helena Cordero Villamizar
De la fusión entre el alma y el cuerpo que se da en la experiencia amatoria, a menudo se deriva también su contracara: la escisión entre el goce carnal y el sentimiento, la pugna entre el deseo corporal, el dolor de la separación y el temor a la pérdida del ser amado. De la tradición de Occidente heredamos tal escisión y con ella las cruces y las expiaciones para cubrir el lecho del deseo. El erotismo y el amor son asaltados por la censura religiosa y secular, barnizada de educación o de buenas costumbres. Otras veces se clava el dardo de la culpa que afecta las formas de referirse al cuerpo, al ansia sexual. Puede ocurrir que las metáforas sean ropajes para cubrir la desnudez, el temor y la vergüenza.
La vivencia trágica y melodramática del amor y el erotismo pervive en poemas de diferentes épocas y de diversas facturas. El cuerpo es un territorio colonizado por el otro, sea la pareja, la familia, los credos, la cultura y, cosa inadmisible pero aceptada socialmente, el Estado.
La poesía es desnudez, soplo, turbulencia, caricia. En sus líneas germinan alas de ángeles insolentes, saltan palabras en fuga, miembros descuadernados, frutos impúdicos, «carne convertida en paisaje». Los versos retozan, saltan y declaran, develan y denuncian.
***
Imagen de portada: La celebración [2015] de la artista bogotana María Berrio. Collage con trozos de papel japonés.
EUNICE ODIO
(San José, Costa Rica, 1919 – México, 1974)
CARILDA OLIVER LABRA
(Matanzas, Cuba, 1922 – 2018)
GONZALO ROJAS
(Lebu, Chile, 1916 – Santiago, 2011)
Su nombre, opacado en su tiempo en un entorno ciego y sordo, por su belleza, su indocilidad, su palabra enfática, por sus posturas políticas, por prejuicios machistas, por la soledad como elección, por calladas razones, por lo que fuera. Eunice Odio, su nombre de pila, digo, emerge con los años para sacar a flote su aguda, su profunda y sublime poesía, que fue para ella un «destino implacable». Sus pocos amigos la describen como ardiente y apasionada en la búsqueda de la Belleza, en mayúsculas; obsesionada por tocar lo divino, lo sagrado, mediante la estética de la palabra y del arte en general. «La mayoría de los poetas operamos con un lenguaje que es una vestidura resplandeciente o, para mejor decir, resplandiciente. De tal manera brilla y resplandice, que los sensibles de todas las categorías, desde la más alta hasta la más baja, tienen por fuerza que mirarnos y “fijarse” en nosotros, sintiéndose hechizados. Somos seductores espirituales “profesionales”».
En sus poemas lo erótico es uno con lo místico. Horada en las metáforas hasta hallar la precisa, la que condense su deseo, su pensamiento, su emoción. Logra calzarse las arterias, comer en el sitio de su alma, lleva un crepúsculo enredado en la lengua, su sexo es como el mundo que diluvia y tiene pájaros, en el pecho le estallan palomas…
El poeta Raúl Henao la nombró «embrujada dama de las sombras». Eunice no cabe en la voz de nadie y está sola entre su voz.
DECLINACIONES DEL MONÓLOGO
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame…
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
(Marzo, 1946. San José, Costa Rica)
***
Tomado de: “Mira la herida para no olvidarla. Antología”. Ediciones Exilio. Bogotá, 2016.
Poema primero. POSESIÓN EN EL SUEÑO
A Jorge
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo,
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
Tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.
Ven
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarán aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.
***
Tomado de: “Mira la herida para no olvidarla. Antología”. Ediciones Exilio. Bogotá, 2016.
Poema segundo. AUSENCIA DE AMOR
I
Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,
cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.
Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,
Cómo será tu pecho cuando te amo.
Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.
Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.
Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,
Con aire de laguna
y ropa de peligro.
Me vio desde su torre
un auriga de jaspe,
yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,
Por entre las matronas
con pañales y pájaros;
Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.
Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.
Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.
II
Amado,
Hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.
Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.
Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco
y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.
Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,
Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.
Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.
Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
Hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.
Cómo será buscarte en la distancia.
***
Tomado de: “Mira la herida para no olvidarla. Antología”. Ediciones Exilio. Bogotá, 2016.
Poema tercero. CONSUMACIÓN
Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi alma suavemente golpea.
A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces y de vino
para la próxima estación del agua.
Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,
Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,
Y me estallan al pecho palomas y desnudos.
Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,
Con sumergida y tierna
vocación de espesura,
Con derrumbado aliento
y forma última.
Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y un animal pequeño,
doliente y transitivo.
II
Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
por donde corra el agua
y no retoñe…
Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.
Ah,
Camarada,
Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre
Y por mi cuello en que reposa tu alma.
***
Tomado de: “Mira la herida para no olvidarla. Antología”. Ediciones Exilio. Bogotá, 2016.
APRISIONADA POR LA ESPUMA
I
Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
sólo veo el día
que entra por tus axilas transparentes
y te desnuda.
Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las dádivas,
los cielos…
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se escribe porque aún no se inventa su
nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).
II
Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.
Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán…
Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.
Carilda Oliver tiene luz propia. Ha sido descrita como «fresca, visceral, desgarrada». Hacen falta otros adjetivos para describirla: Irreverente, osada, pícara. De esencia erótica, hizo de su poesía una forma de vida: «me desordeno, amor, me desordeno… te toco con la punta de mi seno y con mi soledad desamparada». Es la mujer sin recatos para nombrar el amor con todas sus letras, sus carnes y sus garras. En jerga cubana, sabe vivir «la gozadera». No obstante, no es posible encasillarla como «poetisa del amor», como la llamaron algunos. Su poesía abarca temáticas existenciales, poemas elegíacos y otros muy reflexivos. El soneto es un territorio en el que se mueve libremente, como en sus aguas de sales y azules, como la brisa de su bahía. Maneja con soltura las formas clásicas de la poesía española, como los octosílabos y endecasílabos.
Su obra es pródiga, sus versos juguetones, líricos, coloquiales, valientes, si es posible calificar así una poética. A mediados del siglo pasado, en un medio machista en el que a la mujer solo le estaba permitido expresar su deseo corporal en el escenario íntimo; en un mundo literario dominado por figuras masculinas, irrumpió ella con la insolente voz del Eros. Su obra iniciática, “Al sur de mi garganta”, le mereció el Premio nacional de poesía en la Cuba de 1950. Se ha dicho que con Carilda el cuerpo se afirma como objeto y sujeto de goce, adquiere una dignidad no encontrada en la poesía escrita por sus antecesores ni en la de sus contemporáneos masculinos. En otros poemas ironiza, duda, expone los dilemas patriarcales del amor, el conflicto de una mujer que no se resigna a hacer del amor una cadena: «Voy perdiendo los días de estar sola conmigo… y temo por mis alas que sí saben volar».
Prescindiendo de ideologías, de valores, de conciencia social, la obra de Carilda es un radical llamado estético que flota, brilla, respira libre y nos hace sonreír.
MUCHACHO
Muchacho loco: cuando me miras
con disimulo, de arriba a abajo
siento que arrancas tiras y tiras
de mi refajo.
Muchacho cuerdo: cuando me tocas
como al descuido la mano, a veces,
siento que creces
y que en la carne te sobran bocas.
Y yo: tan seria, tan formalita,
tan buena joven, tan señorita,
para ocultarte también mi sed
te hablo de libros que no leemos,
de cosas tristes, del mar con remos;
te digo: usted.
(1945)
***
Tomado de: “Error de magia”. Letras cubanas. La Habana, 2002.
DISCURSO DE EVA
Hoy te saludo brutalmente:
con un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?
Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.
¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte: «mi vida»
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas locas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, perece en llama.
De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero,
no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.
Amor…
(¿qué digo? estoy equivocada,
aquí quise poner que ya te odio).
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el fuego?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?
Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a morderme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta…
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.
Tengo un ramo de no sé cómo entre las piernas;
aunque tal vez no es que te quiero
sino es que arden las lámparas con muy poco petróleo
y a mí me ha dado fiebre.
Tengo el jamás
pesado como ancla.
Por un instante dejo la agonía
y exploto en mi cadáver, asombrado.
Sé que me guardas un regalo de tigre,
pero es un gran oficio presentarte los astros.
Ayer soñé que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
Este es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Y a la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.
Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.
(1955)
***
Tomado de: “Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica. Pícaras, místicas y rebeldes. Tomo III Rebeldes”. Selección de Leticia Luna. Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, México, 2004.
LA SOLTERONA
Con la blusa vacía y los ojos inmensos
de soportar las lágrimas que no saben caer,
llegó calladamente. Maduros y propensos,
flotaron en la noche pecados sin hacer.
Y yo vi sus diez dedos marchitos de agonía
jugando a ser amados sobre aquel alfiler,
y vi su enorme ojera morada que crecía
como un mar insondable que vive de mujer;
y me quedé sintiendo su pobre boca seca
—que inundó de palomas tristes la Biblioteca—,
sus piernas respetadas, su sexo sin llover,
y fue tan misterioso mi corazón pequeño
que tuve que ser fuerte para no usar el sueño
de regalarle mi hombre en ese anochecer.
***
Tomado de: “Error de magia”. Letras cubanas. La Habana, 2002.
ANOCHE
Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.
El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo láser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.
(1979)
***
Tomado de: “Error de magia”. Letras cubanas. La Habana, 2002.
Gonzalo Rojas es de mención infaltable en el robusto mosaico de la poesía chilena. Surge “Del Relámpago” para decantar poéticamente la totalidad. Considera que si la poesía tiene una función es proporcionar placer estético, sin perder la conexión con su tiempo y su contexto espacial, tocando la conciencia, por lo que habla de la «poesía de circunstancia», que es la que sale de la realidad para volver a ella y cambiarla:
La realidad detrás
de la realidad pero
desde el relámpago.
Sus poemas eróticos se enmarcan dentro de la contemplación y el sentido del misterio, dentro del deseo de abarcar la totalidad del ser, idea cercana al sufismo, a la «erótica mística», en la que el cuerpo es el camino hacia lo trascendente. «¿Qué se ama cuando se ama?» pregunta. La respuesta lo lleva necesariamente a lo sagrado. Sus imágenes y metáforas sobre el cuerpo son abisales, participan de lo terreno y lo etéreo. No hay un cuerpo femenino y otro masculino, hay un solo cuerpo «repartido en estrellas de hermosura» y cuando define el placer abarca el infinito porque los ojos ven lo visible y lo invisible.
Como cuando el relámpago descubre el horizonte, así, nos asomamos a una enorme y sublime poesía.
¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
***
Tomado de: “Obra selecta”. Biblioteca Ayacucho, Fondo de Cultura Económica. Santiago, 1999.
LA PALABRA PLACER
La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la palabra placer
cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima por lo vertiginoso oloroso de
tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo
músico vino a ser marmóreo en la
esplendidez de tus piernas si antes hubo
dos piernas amorosas así considerando
claro el encantamiento de los tobillos que son
goznes que son aire que son
partícipes de los pies de Isadora
Duncan la que bailó en la playa
abierta para Serguei
Iesénin, cómo
eras eso y más para mí, la
danza, la contradanza, el gozo
de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra
el espejo súbito de la Especie cuando te vi
de golpe, ¡con lo lascivo
de mis dedos te vi!, la
arruga errónea, por decirlo, trizada en
lo simultáneo de la serpiente palpándote
áspera del otro lado otra
pero tú misma en la inmediatez de la sábana, anfibia
ahora, vieja
vejez de los párpados abajo, pescado
sin océano ni
nada que nadar, contradicción
siamesa de la figura
de las hermosas desde el
paraíso, sin
nariz entonces rectilínea ni pétalo
por rostro, pordioseros los pezones, más
y más pedregosas las rodillas, las costillas:
—¿Y el parto, Amor,
el tisú epitelial del parto?
De él somos, del
mísero dos partido
en dos somos, del
báratro, corrupción
y lozanía y
clítoris y éxtasis, ángeles
y muslos convulsos: todavía
anda suelto todo, ¿qué
nos iban a enfriar por eso los tigres
desbocados de anoche? Placer
y más placer. Olfato, lo
primero el olfato de la hermosura, alta
y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no
importa el aceite de la locura:
—Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma.
***
Tomado de: “Obra selecta”. Biblioteca Ayacucho, Fondo de Cultura Económica. Santiago, 1999.
RETRATO DE MUJER
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
en la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.
Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.
Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.
No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí, mujer, te dejo tu figura.
***
Tomado de: “Obra selecta”. Biblioteca Ayacucho, Fondo de Cultura Económica. Santiago, 1999.
LAS PUDIBUNDAS
Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.
***
Tomado de: “Obra selecta”. Biblioteca Ayacucho, Fondo de Cultura Económica. Santiago, 1999.
María Berrio, El secreto [2015]