Por Luz Helena Cordero Villamizar
La mística proviene del misterio. Aunque se asocia siempre a la religión o al encuentro del alma con Dios o con las divinidades, esta es una reducción, pues son fenómenos místicos aquellos que no se pueden explicar racionalmente, los que se relacionan con lo sensitivo, lo mágico, lo intuitivo, incluyendo la imaginación, la contemplación, todo lo cual nos da la experiencia de lo sagrado, que tampoco equivale a lo religioso.
El imperio de la razón, la hegemonía de la conciencia y la ruptura con las deidades, nos ha dejado solos ante el universo, desnudos frente a la historia. Esta soledad metafísica que no logran colmar la ciencia, las relaciones sociales, ni los artefactos de la tecnología, nos repliega hacia el interior, nos impulsa a encender la luz de un algo que nos devuelva los sentidos del ser, que haga posible el misterio y nos permita recobrar el asombro. La poesía, el amor, flamean, permiten ese encuentro, esa develación.
María Zambrano hace una bella analogía entre el camino de la filosofía y el de la poesía. Mientras la primera abre un camino, paso a paso, a través del pensamiento, el camino de la poesía es como la ruta que la paloma traza en el aire, guiada por su único saber: el sentido de orientación. En sus orígenes, la poesía daba o prestaba su voz a los dioses. Así también la poesía da voz al enigma, al silencio, a las fuerzas cósmicas, al amor, a todo lo que tiene necesidad de ser nombrado. Esto corresponde a la mística poética que no es igual a la poesía mística.
El cuerpo forma parte del misterio, integra lo material y lo inmaterial. No puede ser abarcado por la ciencia ni por las religiones. El cuerpo tiene sed de poesía.
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Detalle de ilustración medieval alusiva a los esponsales en “El Cantar de los Cantares” y “El Castillo interior” [Medieval art, Courtly love, Art]
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SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
(San Miguel Nepantla, 1648 – México, 1695)
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
(Orense, 1929 – Ginebra, 2000)
MEIRA DELMAR
(Barranquilla, 1922 – 2009)
Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, es una de las poetas más sobresalientes de la literatura de la Nueva España. En su tiempo era muy difícil sustraerse a la influencia de los clásicos españoles como Góngora, Lope de Vega, Calderón o Quevedo. El barroco americano en muchos casos fue una copia trasplantada de sus originales, así como gran parte de la poesía provenía de la cultura clerical. Sor Juana Inés no escapó a estas influencias. Su particularidad se explica también por la historia y el contexto en que vivió: mujer de bajos recursos, hija «natural» o «hija de la iglesia», su vocación de monja, más que un llamado divino, responde a razones prácticas como no haber optado por el matrimonio y estar más interesada en los libros que en construir una familia. En el convento de San Jerónimo encontró las condiciones para el recogimiento y la entrega a la lectura y la escritura.
Desde niña sentía gran pasión por el conocimiento, quiso ir a la universidad disfrazada de hombre y al no poder hacerlo se refugió en la biblioteca del abuelo. Se cuenta que acostumbraba cortarse unos centímetros el cabello por cada lección de gramática que no lograba aprender en un término de tiempo que ella misma establecía, pues no estaba bien que “estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias”. Su saber, su inteligencia, la imaginación y las ideas configuran la riqueza de otra realidad que la llena y en la que se mueve como pez en el agua. El mundo de los libros compensa con creces al que ocurre fuera del convento y le permite conocer el que nunca verá, allende los mares, pues por la lectura viajó a lugares y tiempos distantes de su experiencia. La biblioteca no es su refugio sino el lugar de la libertad, de la transgresión.
Gracias a la escritura se permitió acariciar, tentar, rozar y vivir el amor corpóreo. Porque aunque también escribió textos religiosos, su literatura no puede clasificarse como ascética espiritual. Sus romances hablan de amor profano y de amistad amorosa. Octavio Paz dice que los poemas de Sor Juana revelan un conocimiento erótico que no necesariamente procede de una vivencia sino de “un saber codificado por la tradición” y que de sus poemas podría hacerse un tratado sobre el amor.
Algo maravilloso ocurre en su escritura: en ella está la ausencia, más que la presencia del ser amado; está la imagen o la representación más que la materia carnal. En sus versos hay fenómenos sinestésicos, pues los ojos son órganos del tacto, la vida brota de la fotografía o de las palabras que llegan en sus cartas. La ausencia del contacto físico la lleva a crear representaciones vívidas, a hacer giros verbales que distorsionan o alteran la naturaleza de las sensaciones y que resultan en bellas imágenes poéticas: Óyeme con los ojos/ ya que están tan distantes los oídos… y ya que a ti no llega mi voz ruda,/ óyeme sordo, pues me quejo muda.
La poesía no solo le da alas para moverse fuera del convento sino que le permite ser reconocida y amada por los otros. Vive la sublimación amorosa a través de la poesía. No importa si amó a seres reales o espectrales, a personas de carne y hueso, a personajes vulgares, literarios o celestiales, o solo al conocimiento como entidad abstracta. Lo cierto es que a Juana Inés la poesía le permitió vivir el amor, el eros, las pasiones en su cuerpo y en el del ser amado.
La amistad amorosa que tuvo con la condesa María Luisa Manrique de Lara le inspiró poemas cortesanos, homenajes de gratitud y declaraciones de amor en los que se permite hacer alusiones al cuerpo que distan mucho de los poemas místicos religiosos o ascéticos. El placer erótico se ubica en la vista y en la imaginación. Como lo dice Octavio Paz: “La poesía tiene el don de volver sensible lo impalpable y visible lo incorpóreo”.
Entre sus poemas más celebrados está aquel romance decasílabo en el que pinta con palabras el cuerpo de la condesa, cometiendo la proeza de iniciar los versos con esdrújulas. Las descripciones de cada parte del cuerpo son desaforadas, con alusiones a deidades mitológicas y comparaciones con figuras de la arquitectura barroca. Más terrenal y bella es la descripción del cuerpo de Felisa. En esta redondilla emplea un lenguaje corriente y alcanza versos de singular belleza, sutiles, que apenas parecen rozar la piel. Hay en su poesía una explícita alabanza del cuerpo femenino, un enaltecimiento del ser mujer, como en sus famosos versos a los hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón, para introducir a continuación ese juego musical entre el pecar y el pagar.
Destaco los poemas amorosos en todas sus variantes, plenos de picardía, untados de celos, de quejas y de tristeza, así como aquellos que dedica a la ausencia del ser amado, en los que “el cuerpo deseado se vuelve fantasma, el fantasma encarna en presencia intocable”.
EN QUE DESCRIBE RACIONALMENTE LOS EFECTOS IRRACIONALES DEL AMOR
Este amoroso tormento
que en mi corazón se ve,
sé que lo siento, y no sé
la causa porque lo siento.
Siento una grave agonía
por lograr un devaneo,
que empieza como deseo
y para en melancolía.
Y cuando con más terneza
mi infeliz estado lloro,
sé que estoy triste e ignoro
la causa de mi tristeza.
Siento un anhelo tirano,
por la ocasión a que aspiro,
y cuando cerca lo miro
yo misma aparto la mano.
Porque, si acaso se ofrece,
después de tanto desvelo
la desazona el recelo
o el susto la desvanece.
Y si alguna vez sin susto
consigo tal posesión,
cualquiera leve ocasión
me malogra todo el gusto.
Siento mal del mismo bien
con receloso temor,
y me obliga el mismo amor
tal vez a mostrar desdén.
Cualquier leve ocasión labra
en mi pecho, de manera,
que el que imposibles venciera
se irrita de una palabra.
Con poca causa ofendida,
suelo, en mitad de mi amor,
negar un leve favor
a quien le diera la vida.
Ya sufrida, ya irritada,
con contrarias penas lucho:
que por él sufriré mucho,
y con él sufriré nada.
No sé en qué lógica cabe
el que tal cuestión se pruebe:
que por él lo grave es leve,
y con el lo leve es grave.
Sin bastantes fundamentos
forman mis tristes cuidados,
de conceptos engañados,
un monte de sentimientos;
y en aquel fiero conjunto
hallo, cuando se derriba,
que aquella máquina altiva
sólo estribaba en un punto.
Tal vez el dolor me engaña
y presumo, sin razón,
que no habrá satisfacción
que pueda templar mi saña.
y cuando a averiguar llego
el agravio porque riño,
es como espanto de niño
que para en burlas y juego.
Y aunque el desengaño toco,
con la misma pena lucho,
de ver que padezco mucho
padeciendo por tan poco.
A vengarse se alabanza
tal vez el alma ofendida;
y después, arrepentida
toma de mí otra venganza.
Y si al desdén satisfago,
es con tan ambiguo error,
que yo pienso que es rigor
y se remata en halago.
Hasta el labio desatento
suele, equívoco, tal vez,
por usar de la altivez
encontrar el rendimiento.
Cuando por soñada culpa
con más enojo me incito,
yo le acrimino el delito
y le busco la disculpa.
No huyo del mal ni busco el bien:
porque, en mi confuso error,
ni me asegura el amor
ni me despecha el desdén.
En mi ciego devaneo,
bien hallada con mi engaño,
solicito el desengaño,
y no encontrarlo deseo.
Si alguno mis quejas oye,
más a decirlas me obliga
porque me las contradiga,
que no porque las apoye.
Porque si con la pasión
algo contra mi amor digo,
es mi mayor enemigo
quien me concede razón.
Y acaso en mi provecho
hallo la razón propicia,
me embaraza la justicia
y ando cediendo el derecho.
Nunca hallo gusto cumplido,
porque, entre alivio y dolor,
hallo culpa en el amor
y disculpa en el olvido.
Esto de mi pena dura
es algo del dolor fiero;
y mucho más no refiero
porque pasa de locura.
Si acaso me contradigo
en este confuso error,
aquel que tuviere amor
entenderá lo que digo.
***
Tomado de: “Poesía lírica. El Divino Narciso”. Edicomunicación, Barcelona, 1994.
PINTA LA PROPORCIÓN HERMOSA DE LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA CONDESA DE PAREDES, CON OTRA DE CUIDADOS, ELEGANTES ESDRÚJULOS, QUE AÚN LE REMITE DESDE MÉJICO A SU EXCELENCIA
Lámina sirva el cielo al retrato,
Lísida, de tu angélica forma
cálamos forme el Sol de sus luces;
sílabas las Estrellas compongan
Cárceles tu madeja fabrica:
Dédalo que sutilmente forma
vínculos de dorados Ofires,
Tíbares de prisiones gustosas.
Hécate, no triforme, mas llena,
pródiga de candores asoma;
trémula no en tu frente se oculta,
fúlgida su esplendor desemboza.
Círculo dividido en dos arcos,
Pérsica forman lid belicosa;
áspides que por flechas disparan,
víboras de halagüeña ponzoña.
Lámparas, tus dos ojos, Febeas
súbitos resplandores arrojan:
pólvora que, a las almas que llega,
Tórridas, abrasadas transforma.
Límite de una y otra luz pura,
último, tu nariz judiciosa,
árbitro es entre dos confinantes,
máquina que divide una y otra.
Cátedras del Abril, tus mejillas,
clásicas dan a Mayo, estudiosas:
métodos a jazmines nevados
fórmula rubicunda a la rosa.
Lágrimas de la Aurora congela,
búcaro de fragancias, tu boca:
rúbrica con jazmines escrita,
cláusula de coral y de aljófar.
Cóncavo es, breve pira, en la barba,
pérfido en que las almas reposan:
túmulos les eriges de luces,
bóveda de luceros las honra.
Tránsito a los jardines de Venus,
órgano es de marfil, en canora
música, tu garganta, que en dulces
éxtasis aún al viento aprisiona.
Pámpanos de cristal y de nieve,
cándidos tus dos brazos, provocan
Tántalos, los deseos ayunos:
míseros, sienten frutas y ondas.
Dátiles de alabastro tus dedos,
fértiles de tus dos palmas brotan,
frígidos si los ojos los miran,
cálidos si las almas los tocan.
Bósforo de estrechez, tu cintura,
cíngulo ciñe breve por Zona;
rígida, si de seda, clausura,
músculos nos oculta ambiciosa.
Cúmulo de primores tu talle,
dóricas esculturas asombra:
jónicos lineamientos desprecia,
émula su labor de sí propia.
Móviles pequeñeces tus plantas,
sólidos pavimentos ignoran;
mágicos que, a los vientos que pisan,
tósigos de beldad inficionan.
Plátano tu gentil estatura,
flámula es, que a los aires tremola:
ágiles movimientos, que esparcen
bálsamo de fragantes aromas.
índices de tu rara hermosura,
rústicas estas líneas son cortas,
cítara solamente de Apolo,
méritos cante tuyos, sonora.
***
Tomado de: “Poesía lírica. El Divino Narciso”. Edicomunicación, Barcelona, 1994.
QUE EXPRESAN SENTIMIENTOS DE AUSENTE
Amado dueño mío,
escucha un rato mis cansadas quejas,
pues del viento las fío
que breve las conduzca a tus orejas,
si no se desvanece el triste acento
como mi esperanza en el viento.
Óyeme con los ojos,
ya que están tan distantes los oídos
y de ausentes enojos
en ecos de mi pluma mis gemidos;
y ya que a ti no llega mi voz ruda,
óyeme sordo, pues me quejo muda.
Si del campo te agradas,
goza de sus frescuras venturosas,
sin que aquestas cansadas
lágrimas te detengan, enfadosas;
que en él verás, si atento te entretienes,
ejemplos de mis males y mis bienes,
Si el arroyo parlero
ves galán de las flores en el prado,
que amante y lisonjero,
a cuantas mira íntima su cuidado,
en su corriente mi dolor te avisa
que a costa de mi llanto tienes risa.
Si ves que triste llora
su esperanza marchita en ramo verde,
tórtola gemidora,
en él y en ella mi dolor te acuerde,
que imitan, con verdor y con lamento,
él mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada,
si la peña, que altiva no consiente
del tiempo ser hollada,
ambas me imitaban, aunque variamente,
ya con fragilidad, ya con dureza,
mi dicha aquélla, y ésta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido
que baja por el monte acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado,
y sediento al cristal se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.
Si la liebre encogida
huye medrosa de los galgos fieros,
y por salvar la vida
no deja estampa de los pies ligeros,
tal mi esperanza en dudas y recelos
se ve acusada de villanos celos.
Si ves el cielo claro,
tal es la sencillez del alma mía;
y si, de luz avaro,
de tinieblas se emboza el claro día,
es con su oscuridad y su inclemencia
imagen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado,
saber puedes mis males sin costarte
la noticia cuidado,
pues puedes de los campos informarte;
y pues yo a todo mi dolor ajusto,
saber mi pena sin dejar tu gusto.
Mas ¿cuándo ¡ay, gloria mía!
mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
y de los míos quitarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos, delicada,
y el alma que te adora,
de inundación de gozos anegada,
a recibirte con amante prisa
saldrá a los ojos desatada en risa?
¿Cuándo tu luz hermosa
revestirá de glorias mis sentidos?
¿Y cuándo yo dichosa,
mis suspiros daré por bien perdidos,
teniendo en poco el precio de mi llanto,
que tanto ha de penar quien goza tanto?
¿Cuándo de tu apacible
rostro alegre veré el semblante afable,
y aquel bien indecible
a toda humana pluma inexplicable,
que mal se ceñirá a lo definido,
lo que no cabe en todo lo sentido?
Ven, pues, mi prenda amada:
que ya fallece mi cansada vida
de esta ausencia pesada;
ven, pues: que mientras tarda tu venida,
aunque me cueste su verdor enojos,
regaré mi esperanza con mis ojos.
***
Tomado de: “Poesía lírica. El Divino Narciso”. Edicomunicación, Barcelona, 1994.
PINTA LA ARMONÍA SIMÉTRICA QUE LOS OJOS PERCIBEN EN LA HERMOSURA, CON OTRA MÚSICA
Cantar, Feliciana, intento
tu belleza celebrada;
y pues ha de ser cantada,
tú serás el instrumento.
De tu cabeza adornada,
dice mi amor sin recelo
que los tiples de tu pelo
la tienen tan entonada;
pues con presunción no poca
publica con voz süave
que, como componer sabe,
él solamente te toca.
Las claves y puntos dejas
que Amor apuntar intente,
del espacio de tu frente
a la regla de tus cejas.
Tus ojos, al facistol
que hace tu rostro capaz,
de tu nariz al compás
cantan el re mi fa sol.
El clavel bien concertado
en tu rostro no disuena,
porque, junto a la azucena,
te hacen el color templado.
Tu discreción milagrosa
con tu hermosura concuerda;
mas la palabra más cuerda
si toca al labio, se roza.
Tu garganta es quien penetra
al canto las invenciones,
porque tiene deducciones
y porque es quien mete letra.
Conquistas los corazones
con imperio soberano,
porque tienes en tu mano
los signos e inclinaciones.
No tocaré la estrechura
de tu talle primoroso:
que es paso dificultoso
el quiebro de tu cintura.
Tiene en tu pie mi esperanza
todos sus deleites juntos:
que, como no sabe puntos
nunca puede hacer mudanza.
Y aunque a subir no se atreve
en canto llano, de punto,
en echando contrapunto
blasona de semibreve.
Tu cuerpo, a compás obrado
de proporción a porfía,
hace divina armonía
por lo bien organizado.
Callo, pues mal te descifra
mi amor en rudas canciones,
pues que de las perfecciones,
sola tú sabes la cifra.
***
Tomado de: “Poesía lírica. El Divino Narciso”. Edicomunicación, Barcelona, 1994.
José Ángel Valente se acercó a la esencia de la poesía mística, en cuanto lo sagrado, lo trascendente, en relación con la idea de María Zambrano sobre el papel de la poesía como develadora de sentidos. Nos dice que un poema no se lee, “un poema se habita, con un poema se convive” y esto nos hace pensar en la poesía como un lugar al que pertenecemos, en el que ocurren cosas como las pasiones, la iluminación o el éxtasis. El silencio ocupa un importante lugar en su obra. No es silencio como ausencia sino como “plenitud de lo decible”, como el punto cero. La palabra hacer brotar el silencio y en el silencio se manifiesta lo sagrado.
El poeta cree que la poesía es una aventura espiritual pero no acepta la escisión entre espíritu y materia, pues «el espíritu es la metáfora de la infinitud de la materia» y solo se es escritor cuando «se empieza a tener una relación carnal con las palabras». Tampoco se puede oponer amor divino y amor carnal, pues el amor reside en el cuerpo y es un espacio de lo sagrado: que tus manos me hagan para siempre, /que las mías te hagan para siempre /y pueda el tenue / soplo de un dios hacer volar /al pájaro de arcilla para siempre”.
En sus poemas exhibe una contención verbal sorprendente y exquisita, Las palabras son las precisas, las necesarias y los silencios completan. Hay un temblor que sucede y antecede a lo dicho. Con las palabras se revelan presencias y ausencias. El poema hace que la muerte no sea.
[IMÁGENES TARDÍAS]
A las niñas les crecen largas piernas, delicadas orejas, incandescentes vellos,
moluscos sumergidos, moluscos húmedos, cabelleras doradas por el viento de otoño,
insondables ojeras, párpados y pétalos, cinturas inasibles, precipitados límites del
cuerpo hacia la lenta noche del amor, su infinita mirada.
***
Tomado de: “Fragmentos de un libro futuro”. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 2000.
ELEGÍA [Fragmento]
Si después de morir nos levantamos,
si después de morir
vengo hacia ti como venía antes
y hay algo en mí que tú no reconoces
porque no soy el mismo,
qué dolor el morir, saber que nunca
alcanzaré los bordes
del ser que fuiste para mí tan dentro
de mí mismo,
si tú eras yo y entero me invadías
por qué tan ciega ahora esta frontera,
tan aciago este muro de palabras
súbitamente heladas
cuando más te requiero,
te digo ven y a veces
todavía me miras con ternura
nacida sólo del recuerdo.
Qué dolor el morir, llegar a ti, besarte
desesperadamente
y sentir que el espejo
no refleja mi rostro
ni sientes tú,
a quien tanto he amado,
mi anhelante impresencia.
***
Tomado de: “Fragmentos de un libro futuro”. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 2000.
EL TEMBLOR
La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.
La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.
***
Tomado de: “Poesía completa”. Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2014.
XXXV [de EL FULGOR]
La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se pose sobre tu pecho
y que se posa sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.
***
Tomado de: “Poesía completa”. Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2014.
No es que la palabra nombre el cosmos; es que por ella es creado, surge. En los versos de Meira Delmar el amor y la belleza son parte de lo sagrado. La visión del mundo que se despliega en su poesía se ha relacionado tanto con la poesía mística cristiana como con la filosofía sufí. Sus temas son los universales: el amor, la nostalgia, la memoria, la trascendencia, la muerte, la naturaleza, y dentro de esta el Mar, con mayúsculas, llenándolo todo, universo en sí mismo, su gran Amor y su gran metáfora.
En sus poemas las cosas o los fenómenos se manifiestan por sus contrarios y a través de ellos se afirman: las presencias por las ausencias, el presente por el pasado o el futuro, la vida por la muerte. Resuena el eco de lo ausente: No soy la que te ama… te besa con mi boca y no soy yo la que te besa, […] la muerte no es sentirme fija en la tierra oscura, […] apenas nos hubimos encontrado / comenzó la distancia a destejernos… En el bellísimo poema “Ausencia de la rosa”, la mano toca el aire y la hieren sus espinas.
Hay una materia corporal que florece en lo incorpóreo, lo carnal se sublima, es vuelo. Así las ventanas se abren y parten cielo arriba, la casa da un salto al vacío. Se nombran los ojos, las manos, las venas, pero no miran, no tocan; en las venas corre una sangre sedienta de hermosura. Por contraste, también se torna material lo intangible, puede tocarse el cuerpo de los días y el aire se ha quedado desnudo.
Olga Isabel Chams Eljach o Meira Delmar, poeta musical, memorable, a quien seguimos viendo erguida, inalcanzable, declamando sus poemas con esa voz por la que nace un mundo natural que al contacto con su palabra se torna mítico.
Se siente el roce de su música, vuela alto lo que acabamos de asir, el susurro de su voz roza el oído, perdura el perfume de su ausencia. Así su poesía.
LA OTRA
No soy la que te ama.
Es otra,
que vive con su alma
dentro de mí.
A veces, tú lo sabes,
cierro los ojos para
no caer en los tuyos,
y te hablo del viento
que escribe la mañana
en su libro de viajes,
y digo sonriendo,
que algún día me iré.
Ella, la enamorada,
cruza entonces las venas y me toca
de lumbre el corazón.
Y te mira en silencio.
A través de mis párpados, te mira
olvidándose en ti.
¡Y de pronto te besa con mi boca,
y crees que soy yo
la que te besa!
***
Tomado de: “Alguien pasa. Antología”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia Nº 30, Bogotá, 2007.
MUERTE MÍA
La muerte no es quedarme
con las manos ancladas
como barcos inútiles
a mis propias orillas,
ni tener en los ojos,
tras la sombra del párpado,
el último paisaje
hundiéndose en sí mismo.
La muerte no es sentirme
fija en la tierra oscura
mientras mueve la noche
su gajo de luceros,
y mueve el mar profundo
las naves y los peces,
y el viento mueve estíos,
otoños, primaveras.
¡Otra cosa es la muerte!
Decir tu nombre una
y una vez en la niebla
sin que tornes el rostro
a mi rostro, es la muerte.
Y estar de ti lejana
cuando dices: “La tarde
vuela sobre las rosas
como un ala de oro”.
La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros,
y es saber que pregunta
mi corazón en vano,
ya para siempre en vano,
por tu melancolía.
Otra cosa es la muerte.
***
Tomado de: “Alguien pasa. Antología”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia Nº 30, Bogotá, 2007.
AUSENCIA DE LA ROSA
Detenida
en el río translúcido
del viento,
por otro nombre, amor,
la llamaría
el corazón.
Nada queda en el sitio
de su perfume. Nadie
puede creer, creería,
que aquí estuvo la rosa
en otro tiempo.
Sólo yo sé que si la mano
deslizo por el aire, todavía
me hieren sus espinas.
***
Tomado de: “Alguien pasa. Antología”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia Nº 30, Bogotá, 2007.
DUDA
“Nada es para siempre”.
Decían.
Y yo quise creerlo.
Un día
–pensé entonces–
se borrará aquel nombre
de mi frente,
como si hubiera sido escrito
sobre la piel del agua.
Y comenzó a pasar el tiempo.
Se llevaba la vida,
los ecos de la fiesta,
las hojas del otoño,
en el pausado oleaje
de los años.
“Nada es para siempre”,
digo todavía.
Mas ahora
–sé muy bien por qué–
ya no lo creo.
***
Tomado de: “Alguien pasa. Antología”. Colección Un libro por centavos. Universidad Externado de Colombia Nº 30, Bogotá, 2007.
Para esta nota he tomado como referencia los libros “El hombre y lo divino” de María Zambrano [Fondo de Cultura Económica, México, 2012], “Sor Juana Inés De la Cruz. Las trampas de la fe” de Octavio Paz [Fondo de Cultura Económica, México, 1982] y el texto “Un templo vacío. Lo sagrado en la escritura de José Ángel Valente” de José Luis Gómez Toré, en: Revista de Literatura [enero-junio, Vol. LXXII, Nº 143, págs. 157-184, ISSN: 0034 – 849X, 2010. http://revistadeliteratura.revistas.csic.es/index.php/revistadeliteratura/article/view/208]
La ilustración que aquí se utiliza corresponde a “La lactación de San Bernardo de Claraval”. Imagen de dominio público, vía art-breastfeeding.com.