Por Marco Pinzón
“Como cualquier otro, el pequeño ecosistema ubicado entre el camino peatonal que va de Ingeniería Viejo a la Plaza Che, y la parte posterior del Edificio de Bellas Artes, brinda sus servicios de aprovisionamiento, cultural, de apoyo y de regulación, según la definición que de ellos han hecho los académicos y estudiosos del tema…”
En la segunda mitad de los años ochenta fue muy celebrado, dentro y fuera de la Universidad Nacional, el trabajo sobre el grafiti que hizo Armando Silva, semiólogo y profesor de Artes. Fue muy comentado el ensayo que leyó públicamente en algún auditorio alrededor de la apropiación física y simbólica de Ciudad Universitaria, por parte de sus estudiantes. Era el año 87. Subrayaba la vocación contestataria e irreverente de los jóvenes protagonistas de la vida de la universidad. Sobre todo, insistía en la particular definición creativa de los rincones y otros sitios de referencia de la propia casa, su lugar en el mundo. Y no se trataba solo del ritual de nombrar, bautizando, reemplazando los motes oficiales de edificios y auditorios. Era ante todo una apropiación, mediante el uso continuado y cotidiano de estos lugares, así como de paredes, rincones y vericuetos, los disponibles (y los no disponibles) dentro del campo.
Armando Silva identificó pasos, rutas y huellas de caminos dejados por los estudiantes, que diferían de las rutas oficiales, como eran los senderos peatonales trazados en los diseños, las calles asfaltadas o pasos adoquinados, que conectaban vías principales de acceso desde la 45, la 26, la 50, así como las entradas a edificios. En su lugar, proponía una peculiar tipología de rutas y senderos que marcaban la irrupción de otras maneras de vivir la universidad. Según él, había caminos “funcionales” que simplemente acercaban un lugar a otro; otros “alternos” que cuestionaban los pasos funcionales, una vez se hacían oficiales. Resaltaba también los “caminos del ocio” que conducían al sitio de relax (a playas o potreros), los “caminos de reflexión” o breves recorridos usados por estudiantes mientras hacían sus lecturas o repasaban lecciones. Los “caminos fantasmas” conducían a lugares inexistentes, los “circulares” rodeaban edificios, casetas u otros objetos o lugares, sin una razón muy definida. También destacaba los caminos perdidos y los nocturnos.
Pero entre todos, quizá uno que merece gran respeto y muy grata recordación es, sin duda, el que llamó el “camino del árbol”: un atajo que no tiene más destino que el tronco de un árbol o arbusto, testigo inequívoco de la vida de tantos en la universidad. El árbol es el lugar del encuentro y la conspiración. Está allí para el flirteo o la reflexión… es el lugar del solitario, el punto del amor. Es propicio para el primer brindis vespertino o para una triste despedida. El árbol es el cómodo espaldar para ese viaje por la lectura.
El relato “Los del Árbol”, así, con mayúscula, escrito emotivamente por Marco Pinzón, describe precisamente la misma época en que Silva dio su charla, coincide con sus descripciones. Da cuenta de tal apropiación de aquel espacio que con orgullo casi devocional, muchos siguen llamando “Nuestra Alma Mater”. Gracias a Marco Pinzón por su texto y un gran saludo a “los del Árbol”.
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La imagen publicada como encabezado es tomada del portal de Agencia de noticias de la Universidad Nacional de Colombia, UniMedios. Las referencias a la charla de Armando Silva están contenidas en su libro “Imaginarios urbanos”.
Los del Árbol [por Marco Pinzón]
Como cualquier otro, el pequeño ecosistema ubicado entre el camino peatonal que va de Ingeniería Viejo a la Plaza Che, y la parte posterior del Edificio de Bellas Artes, brinda sus servicios de aprovisionamiento, cultural, de apoyo y de regulación, según la definición que de ellos han hecho los académicos y estudiosos del tema.
Investigaciones del lugar geográfico que nos ocupa darían cuenta del inmenso valor de estos servicios; en ausencia de ellas, bastaría apelar a la memoria de algunos de tantos estudiantes, principalmente de ingeniería química, beneficiarios desde la reapertura de la UN en 1985 que podrían contribuir con un interminable número adicional de los servicios que disfrutaron o vieron a otros disfrutar hasta su graduación como profesionales. Lo anterior, seguramente conllevaría a la imperiosa necesidad de un replanteamiento serio tanto de la limitada definición de los servicios ecosistémicos como de su alcance, a la luz de nuevos datos, información y evidencia en el área objeto de estudio. Es entendible entonces, que la comunidad académica y grupos de investigadores se tornen reacios o elusivos en el mejor de los casos, para abordar tan compleja tarea.
En efecto, sin saber cómo, ni cuándo, ni en qué medida, ni por qué, -a decir verdad esto es lo menos relevante, con el perdón del método científico-, los arriba mencionados se beneficiaron, entre otros, de: área de descanso al aire libre para reposar el almuerzo o para recuperar sueño después de la trasnochada estudiando para parciales; vigilancia gratuita y solidaria de las pertenencias para asegurar un descanso reparador, y cuyos cambios de guardia no obedecían a ninguna planeación, pero sí se llevaban a cabo con la misma precisión que la guardia inglesa; biblioteca especializada semimóvil, limitada en volúmenes pero ilimitada en préstamos, intercambios y herencias, sin necesidad de consulta de kardex, ni filas, ni llenado de fichas o negativas de disponibilidad, además mucho más silenciosa que aquella de ingeniería viejo.
Por otra parte, también fungía de laboratorio de ciencias sociales donde los estudiantes podían hacer infinidad de experimentos (y disfrutarlos) las veces que fueran necesarias para comprobar o rechazar sus tesis; de comedor amplio con disponibilidad permanente de asiento (léase suelo) alrededor del tronco de un magnífico árbol que funcionaba como espaldar, ofreciendo la opción para almorzar solo o acompañado según las preferencias; de auditorio con voluntarios educados y disponibles para escuchar presentaciones y preparar al orador, o para iniciar disertaciones de variados temas que siempre enriquecían a los participantes así fueran versados o no estuvieran de acuerdo; de asamblea para las discusiones trascendentales de la realidad universitaria, local y nacional, para llamar a la acción ante cualquier evento relevante: generalmente salir por la 45; de consultorio académico, económico -con cooperativa incluida-, de salud, psicológico y sentimental sin profesionales, pero mucho más efectivos que aquellos por su infinita voluntad; de aula para alojar estudiantes de forma individual o colectiva según la necesidad de la tarea, con la facilidad de disponer de estudiantes más avanzados (o repitentes) que clarificaban dudas con la propiedad que les daba su nivel (o experiencia).
Era también el centro de noticias actualizado casi en tiempo real, a través de una red de estudiantes que hacían las veces de periodistas, reporteros y mensajeros de sendas versiones de los hechos -preferentemente los de carácter privado- que se sucedían aun fuera de las aulas y en todos los puntos geográficos del campus, para que a su vez los consejeros o asambleístas (que eran los mismos periodistas) pudieran ejercer su labor con mayor objetividad; un lugar ceremonial para comenzar, afianzar, continuar, reiniciar o terminar según el caso, aquellas relaciones derivadas del amor y que consideradas individualmente se convierten en un rico material para hilar hermosas novelas, muchas de las cuales aún se están escribiendo; un centro deportivo y recreativo, donde se daban los entrenamientos y las charlas técnicas, previas a los partidos del glorioso equipo de fútbol, bautizado con el ingenioso nombre de telometilyoduro (*) cuya concepción es una obra maestra que amerita una historia aparte. En fin, se podría seguir mencionando una variedad interminable de usos y abusos que se dieron en este pequeño paraíso, casi todos los imaginables según los testimonios, excepto por aquel de otra categoría y quizás más elevado en términos relativos y psicodélicos, que se daba justo a unos pocos pasos en ‘la playita’.
No se puede dejar de mencionar que esta pequeña pero infinita fuente de servicios tenía su punto focal en un hermoso urapán; sí, el mismo que servía de espaldar y que se ubica en las coordenadas 4°38’ latitud Norte y 74°05’ longitud Oeste, aproximadamente. Por este simple pero significativo detalle se nos conoció como “Los del Árbol”.
Así es, la generación que ingresó durante la última mitad de los 80s, tuvimos la responsabilidad y el privilegio de representar el reinicio de la Vida estudiantil -o su renacimiento- después de los lamentables hechos de 1984. Es evidente que el trabajo se ha hecho con todo el respeto por la memoria de quienes nos precedieron y me atrevo a afirmar que esta suerte de simbiosis que se dio entre el pequeño ecosistema y Los del Árbol, es lo que definió la esencia misma del grupo lo cual derivó en poderosas y simples expresiones de Vida, algunas pensadas como inalcanzables pero que realmente fueron más accesibles, más cercanas, más humanas; juntos llegamos a lugares que nunca imaginamos, establecimos fuertes relaciones que aún se mantienen en el tiempo, nuestro equipo jugó y triunfó en un estadio de fútbol, nos sentamos en la misma mesa y compartimos los alimentos, perdimos entrañables amigos pero los llevamos en la memoria de nuestro trasegar, algunos encontramos nuestro amor de la Vida, se nos brindó apoyo incondicional cuando lo necesitamos, abundó la solidaridad y reverberó la fraternidad, empezamos con un sueño y se hicieron realidad muchos, acompañamos a nuestros amigos cuando se convirtieron en profesionales y celebramos con ellos mientras nos tocaba el turno. Los del Árbol entonces fueron tomando sus propios caminos y la Vida siguió floreciendo de su lado, algunos los creímos perdidos mas no olvidados, y gracias a la persistencia y férrea voluntad de nuestros mayores referentes (**), nos volvimos a encontrar solamente para darnos cuenta de que nunca nos habíamos separado.
Haciendo honor a nuestros antepasados, ellos en su sabiduría habrían descrito mejor este hermoso viaje que aún continúa, con una simple expresión: Muru Kuri (***).
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P.S. ¡Gracias a mis compas del árbol, de Telometilyoduro y de Muru kuri… siempre!
(*) Genios detrás de la creación: Rafael Faura y David Velasco
(**) José Blanco, Roque Amado
(***) Muru: fruto, semilla. Kuri: oro, riqueza, valor. Investigación realizada por Norma Constanza Diaz Tapias, Nocodita, en la Biblioteca Central de la UN.
Imagen aportada por el autor del relato.