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Por Ciro Quiroz Otero

“Invitado por los estudiantes, Pablo Neruda fue recibido con vítores por sus colegas en letras en el Aeropuerto de Techo (1). “Doscientos Poetas te esperan”, le gritó Jorge Rojas al verlo asomarse por la puerta del avión. En realidad no pasaban de nueve…”.

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LLEGA NERUDA [Por Ciro Quiroz Otero]

Invitado por los estudiantes, Pablo Neruda fue recibido con vítores por sus colegas en letras en el Aeropuerto de Techo (1). “Doscientos Poetas te esperan”, le gritó Jorge Rojas al verlo asomarse por la puerta del avión. En realidad no pasaban de nueve.

Había dejado el cargo de cónsul de su país en México, y la Ciudad Universitaria, jubilosa por su arribo, estaba vestida de primavera. Era septiembre de 1943, mes en el cual los muchachos se subían a sus carrozas multicolores para denunciar con gritos que estaban en fiesta.

Debido a esta visita, el poeta -en palabras de Volodía Teitelboim- se volvió un dolor de cabeza para Laureano Gómez, que lo hizo blanco de agresivos epítetos desde el momento en que supo que visitaría el país (2). Empezó por descalificar su arte. La poesía no era su molestia, sino la ideología efervescente del vate. Mejor oportunidad no se le pudo presentar para llenar editoriales del periódico El Siglo, que también se iban de frente contra López Pumarejo, entonces presidente de la República. La pelea, si bien política, mostraba aristas en las más hirientes formas literarias.

El grupo de poetas agrupados en la revista Piedra y Cielo (3), reconocidos personeros y pregoneros del romanticismo, era otro foco que motivaba las rabietas del líder conservador. En busca de un arma con la cual defenderse, los piedracielistas vieron una oportunidad en la Nacional, abandonaron súbitamente el cielo y se refugiaron explicablemente en la piedra.

En el momento del recital frente a la comunidad académica, que llenó hasta el tope el Aula Máxima de la Facultad de Derecho, Neruda se dispuso a inaugurar el festejo, decorándolo con sus más famosos versos. Los estudiantes, desde mucho antes, habían seguido de cerca las diatribas de El Siglo, sin darle mayor importancia. Los halagaba la poesía alternativa, de moda, que el chileno inventaba, además de la oportunidad para conocer personalmente a tan bravo escritor. Los atraía sin límites la crítica social que irradiaba de su creación y de su personalidad política. La expectativa por su llegada había sido magnífica, pero nadie podía imaginar la sorpresa que traía aparejada esa fiesta de las letras. En compañía del gran chileno estaban José Umaña Bernal, Jorge Zalamea, Darío Samper, León de Greiff, Jaime Ibáñez – que Teitelboim confunde con Jaime Posada, en esa época estudiante -, Fernando Charry Lara, Gerardo Valencia, Eduardo Carranza y Jorge Rojas. Tales eran los amigos. Por su parte, los muchachos esperaban que el bardo hiciera alguna alusión de gratitud por la invitación, o una reminiscencia histórica alusiva a su propia vida, con un recuento valorativo de sus experiencias que ya eran muchas. No fue así, alzó sus ojos, entrelazó sus dedos, y sin más gestos que una mirada al contorno, declamó:

I

Adiós Laureano nunca laureado

sátrapa y rey advenedizo.

Adiós, emperador de cuarto piso

antes de tiempo y sin cesar pagado.

Administras las tumbas del pasado

y, hechizado, aprovechas el hechizo

en el agusanado paraíso

donde llega el soberbio derrotado.

Allí eres Dios sin luz ni primavera,

Allí eres capitán de gusanera

y en la terrible noche del arcano.

El centro de violencia que te espera

caerá podrido como el polvo y será

bajo la jerarquía del gusano.

Como tú, con látigo en la mano,

tiembla en España Franco el asesino,

y en Alemania tu sangriento hermano

lee sobre el aleve su destino.

Es tarde para ti, triste Laureano.

Quedarás como cola de tirano

en el museo de lo que existe.

En tu pequeño parque de veneno

con tu pistola que dispara cieno.

Te vas antes de ser, ¡tarde viniste!

II

Donde está la canción y el pensamiento

donde bailen y canten los poetas,

donde la ira diga su lamento,

no te metas Laureano, no te metas.

III

Caballero del látigo mezquino,

excomulgado por el ser humano

iracunda piltrafa del camino,

¡Oh pequeño anticristo anticristiano!

Las críticas que aúllan en el viento

la estricnina que llenan tus maletas

te la devolverán con escarmiento

no te metas, Laureano, no te metas.

No toques con tu pie la geografía

de la verdad o de la poesía.

Se trataba de los tres poemas que identificaban el estilo político del ingeniero Laureano Gómez, a quien el psiquiatra masón José Francisco Socarrás, filósofo de izquierda cercano al Partido Comunista, años después radiografiaría psicológicamente en un libro que tituló Psicoanálisis de un resentido. Al terminar Neruda su recital, el silencio fue roto por estruendosos aplausos. Todos los espectadores se sentían idealmente unidos, erguidos sobre sus pies, porque esa alusión poética a Laureano era de un enorme valor histórico.

La segunda poesía declamada fue el Nuevo canto de amor a Stalingrado. Al oírlo, la masa estudiantil se hizo monolítica y más que nunca vibró; la guerra mundial no había terminado y la obra conmovió a todos en lo más profundo. El poeta estaba en lo suyo, acorazado por el sentimiento de solidaridad de sus amigos, dejando expresar la emoción que su voz despertaba. La hacía bullir en aquel recinto, donde liberó sus ideas políticas en respaldo al derecho a la igualdad, con un reproche sin llanto pero con justificada ira por los crímenes imperdonables del fascismo.

Neruda terminó su recital y seguidamente Jorge Rojas pidió silencio. De inmediato, con voz serena e insinuantemente trémula, dejó escuchar su poema El cuerpo de la patria, que decía:

Esta es Colombia, Pablo, con su espuma y su piedra […]

Una escondida fuerza transita las entrañas

de esta bestia en reposo, que cuando nos devora

en la estación propicia más bello nos lo torna […]

En el texto, dedicado a su colega del sur, Rojas describía la riqueza fructífera y la belleza que brilla en el trópico cuando la tierra deja en libertad sus encantos, o los esconde con singular gracia por ser misterios de la zona tórrida; los cantos de sus aves y la coquetería juguetona que hace alarde en sus mujeres (4).

En todas sus visitas a Bogotá Neruda siempre mostró afecto por la Universidad Nacional. La última vez que lo hizo, en 1968, acababa de inaugurarse la Concha Acústica. Aquel día llegó a las once de la mañana, y a partir de esa hora no quedó un solo alumno en clase (5). El estudiantado colmó el recinto, llenó incluso el cuadrante de basquetbol, al lado de cientos de espectadores llegados de las barriadas, sometidos todos a las más complicadas acrobacias para ver al poeta. A su lado estaba el nadaísta Gonzalo Arango, vestido por completo de negro.

***

(1) Lugar donde hoy queda el barrio Kennedy de Bogotá.

(2) Volodia Teitelboim. Biografía de Pablo Neruda. Editorial Suramericana. Buenos Aires, diciembre de 1996, pp. 271-271.

(3) Movimiento literario caracterizado por crear una poesía de evasión, intimista, reconcentrada en sus cadencias sonoras, de espalda a las tradiciones culturales, al lenguaje popular y a la violencia política que sacudía a Colombia en esos años.

(4) Información oral del exsenador y exministro Edmundo López Gómez. Bogotá, julio de 1999.

(5) Volodia Teitelboim. Obra citada. p.433.

***

Este texto aparece publicado en: “La Universidad Nacional de Colombia en sus pasillos y fuera de ellos”. Colección Apuntes Maestros. Colección de la rectoría de la Universidad Nacional de Colombia. Segunda edición, Bogotá, 2018.

Sobre Neruda existen tantas historias que siempre hay sospechas sobre su autenticidad. Varias de ellas suceden en Colombia, a pesar de que, según cuenta José Luis Diaz Granados en su libro “El otro Pablo Neruda”, solo dos veces pisó oficialmente esta tierra, y en dos más le negaron la entrada. Laureano Gómez primero y Rojas Pinilla después.

He aquí una curiosa anécdota narrada por el sociólogo estadounidense James Petras, en su trabajo “Escribiendo historias”. Los interlocutores son el poeta anarquista chileno Manuel Rojas y el mismo sociólogo gringo. El lugar, la Peña de los Parra en el Santiago de Chile de los años sesenta. Habla Rojas a Petras sobre la influencia de Neruda en todo el continente. Dice:

“Déjeme contarle una historia que puede ser verdadera o falsa, pero es muy probable que haya sucedido. Según yo sé la historia, Pablo viajaba por Colombia a donde había sido invitado para una serie de recitales. Viajaba en bus. Una tarde, ya oscurecido, pasaron por un camino rural a través de una tupida floresta, cuando un grupo de campesinos hizo parar el vehículo. Estaban armados con machetes y unos pocos tenían rifles de caza. Ordenaron que bajaran todos los pasajeros. Uno de ellos se fijó en el majestuoso Neruda y se le acercó: «Usted, ¿cómo se llama?». «Neruda, Pablo Neruda», dijo éste nerviosamente. En los ojos del campesino brilló un relámpago de sorpresa. «¿Tiene algo que ver con el poeta chileno?». Pablo sintió un inmenso alivio. Por un momento había visto relumbrar los machetes a la luz del sol agonizante. «Yo soy chileno y escribo poesía».

Una gran sonrisa iluminó la cara del campesino «Qué oportunidad. Me gustaría mucho que usted aceptara ser nuestro huésped esta noche. Y si fuese posible nos gustaría escuchar algunos de sus poemas». Pablo sonrió suavemente. «Por supuesto, si así lo quieren… Pero ¿cómo voy a llegar a Bogotá?». «No se preocupe. Encontraremos otro bus. Si es necesario expropiaremos uno». Pablo siguió a los campesinos en la jungla mientras el jefe conversaba con el chofer del bus. «Esperarán».

Esa noche hubo cena de pollo asado y aguardiente. Pablo fue el invitado de honor sentado al centro de una larga mesa. Hacía calor y estaba sudando. Podía ver la improvisada plaza, repleta. Familias enteras, madres con sus criaturas, abuelas de rostros cansados, adolescentes y, por supuesto, campesinos y campesinas con ropas de trabajo. Sólo unos pocos habían alcanzado a ponerse blusas y camisas limpias. Allí, bajo una ampolleta, parado en una plataforma improvisada, fue presentado Pablo como «el famoso poeta chileno que había venido a recitar sus poemas a Colombia y ha aceptado estar con nosotros esta noche».

Pablo levantó levemente las cejas. Miró sobre un mar de rostros. La plaza de la aldea estaba abarrotada. Las caras se extendían lejos en la noche. Ésos eran los indios explotados sobre los que había escrito. Empezó a recitar de memoria porque no tenía sus libros. Su voz resonaba con firme cadencia en la oscuridad. La gente escuchaba concentrada, rostros quemados, miradas que brillaban en la noche. Pablo recitaba Alturas de Macchu Picchu.

«Mírame desde el fondo de la tierra

labrador, tejedor, pastor callado:

domador de guanacos tutelares:

albañil del andamio desafiado:

aguador de lágrimas andinas:

joyero de los dedos machacados:

agricultor temblando en la semilla…»

Entonces se detuvo, la memoria le fallaba en medio de silencio de esta aldea abandonada en la selva. Su anfitrión, el campesino, el que había parado el bus enarbolando el machete se puso entonces de pie y prosiguió con voz clara:

«Alfarero de tu greda derramado:

traed a la copa de esta nueva vida

vuestros viejos dolores enterrados.

Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,

decidme aquí fui castigado,

porque la joya no brilló o la tierra

no entregó a tiempo la piedra o el grano;

señaladme la piedra en que caísteis

y la madera en que os crucificaron…»

Pablo sonreía tranquilo, gratificado. Todos se abrazaron. Subió al bus y miró por la ventanilla. Los campesinos agitaban los brazos saludando entre sonrisas. Pablo murmuro: «Adiós compañeros» y el bus se puso en marcha”.

Hasta aquí James Petras. Por las alusiones al paisaje y a los campesinos colombianos, por el incidente del poeta como tal, este texto es parte de las alegóricas imágenes del país y un caso más del “mito de Neruda”. No parece demasiado verosímil la historia relatada por el reconocido sociólogo, hay que decirlo… aunque no tenemos argumentos para desmentirlo.

Así, la historia que no acepta discusión es la que aquí traemos de la mano de Ciro Quiroz Otero, a propósito de las dos legendarias presentaciones que hizo el poeta chileno en la Universidad Nacional. 

El profesor Ciro Quiroz es un muy reconocido docente de Derecho de la Nacional y un estudioso de la música vallenata. Amigo del Colectivo Punto de Partida, ha estado como invitado en las tertulias sabatinas. “La Universidad Nacional de Colombia en sus pasillos, y fuera de ellos”, es el título del homenaje que hizo al alma mater “[esa] conductora de emociones y reflexiones que van directo al cerebro de un país… [ese] sistema nervioso central” de la nación colombiana. Se trata de una bella edición de la Colección apuntes mæstros de la Rectoría de la Universidad. Es de allí de donde tomamos el relato sobre el gran poeta chileno y la universidad.

Como lo cuenta Quiroz, la primera visita de Neruda a la UN fue en septiembre de 1943 y la segunda en el 68. El paso de un personaje de semejante magnitud, no solo por la trascendencia de su obra poética sino por su filiación política, debió ser un fenómeno estremecedor en la vida universitaria. El verbo sarcástico de Neruda debió encender los ánimos de los estudiantes y quizá llevarlos al paroxismo. Dentro de la universidad no sabemos de una placa dedicada al poeta, o señal alguna que rememore su presencia. Lo que sí se dice es que sobre la paloma de cemento que durante años posó frente a los parqueaderos del edificio actual de Sociología, el gran poeta apoyó sus manos, en uno de aquellos encuentros con los estudiantes de la época. En los periódicos se registra, a secas, la hoy poco documentada visita.

El fragmento que compartimos es parte del ejercicio de memoria que a todos pertenece.