Por Luz Helena Cordero Villamizar
“No soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, sino un pulso herido que presiente el más allá”. [FGL]
Pocos poetas tan amados por todos como Federico García Lorca. La sola mención de su nombre genera tanto gozo como dolor, por su aciago final. Su poesía es fuente inagotable de asombro, de imágenes inéditas, de sensaciones vívidas, de música, de emociones. Su palabra es como el agua que acaricia, rodea, todo lo penetra y averigua. También es la hondura, la tierra y sus raíces. Poesía y resistencia, poesía y sueño, poesía y cuerpo… Esto y mucho más. Porque los de Federico son temas universales, el realce de la tradición cultural, el rechazo al consumismo vano en una sociedad mercantilizada, deshumanizada. Son los temas eternos: el amor, la muerte, lo bello, la ternura, el dolor, lo humano con sus tribulaciones.
CUERPO
Nadie como Federico nombró el miedo y el miedo se mostró en su crudeza de «molusco sin concha»; nadie como él dijo verde y el verde brotó en los ojos del querer; nadie tocó de manera tan bella el escalofrío y la piel se estremeció con el roce de su palabra…
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La imagen que encabeza esta entrada corresponde a un fragmento de la obra “Federico García Lorca” [ca. 1945] del artista español Gregorio Prieto (1897-1992). Técnica mixta sobre táblex, dibujo. Imagen disponible en la página del museo Gregorio Prieto. https://gregorioprieto.org/obras/garcia-lorca/
García Lorca y cuerpo
[Este texto viene de la entrada]
Nadie como él nombró el miedo y el miedo se mostró en su crudeza de «molusco sin concha»; nadie como él dijo verde y el verde brotó en los ojos del querer; nadie tocó de manera tan bella el escalofrío y la piel se estremeció con el roce de su palabra. Quiso decir sensualidad, deseo, y surgieron unos muslos «como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío». La piel se abre como flor y hay rosas que brotan como «carne virgen», «con su fragancia inefable y sutil / y su nostalgia de lo triste».
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
El cuerpo está hecho para el amor, pero también para la muerte y la tierra, esa «tierra desnuda que bala por el cielo». Las imágenes duelen, sangran, traspasan fácilmente la velada frontera entre la vida y la muerte. Así ocurre en los “Sonetos del amor oscuro”, en los que hay «llanto de sangre», un alacrán que mora en un pecho hundido entre las ruinas, puñales, agujas de hiel, palabras que muerden, ojos que acechan al amor en «caballos de luz».
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
La luna pinta de plata los cuerpos y se refleja en los pechos desnudos de Thamar, en sus pies descalzos que danzan en la terraza: «Alrededor de sus pies, / cinco palomas heladas.» El violador la acecha, lleva en sus ingles espuma y «un rumor entre dientes / de flecha recién clavada.»
Thamar, en tus pechos altos
hay dos peces que me llaman,
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
Con qué delicada belleza el poeta logra describir algo tan reprobado como una escena de violación con incesto. Ahí están los gritos y puñales, con sus émbolos y muslos. Thamar es la víctima y las vírgenes gitanas «recogen las gotas / de su flor martirizada».
[Este texto continúa en el enlace “García Lorca y resistencia]
GACELA DEL AMOR IMPREVISTO
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.
siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
LA CASADA INFIEL
y a su negrita
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
* * *
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
NOCHE DEL AMOR INSOMNE
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
***
Tomado de: “Sonetos del amor oscuro. Poemas de amor y erotismo inéditos de madurez”. Epílogo de Jorge Guillén. Edición de Javier Ruiz Portella. Ediciones Áltera. Barcelona, 1995.
THAMAR Y AMNÓN
La luna gira en el cielo
sobre las tierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La tierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas.
Thamar estaba soñando
pájaros en su garganta
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el alero,
agudo norte de palma
pide copos a su vientre
y granizo a sus espaldas.
Thamar estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana.
*
Amnón a las tres y media
se tendió sobre la cama.
Toda la alcoba sufrí
con sus ojos llenos de alas.
La luz, maciza, sepulta
pueblos en la arena parda,
o descubre transitorio
coral de rosas y dalias.
Linfa de pozo oprimida
brota silencio en las jarras.
En el musgo de los troncos
la cobra tendida canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
Thamar entró silenciosa
en la alcoba silenciada,
color de vena y Danubio,
turbia de huellas lejanas.
Thamar, bórrame los ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
Déjame tranquila, hermano.
Son tus besos en mi espalda
avispas y vientecillo
en doble enjambre de flautas
Thamar, en tus pechos altos
hay dos peces que me llaman,
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
*
Los cien caballos del rey
en el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
*
¡Oh, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos, enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
*
Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras
cortó las cuerdas del arpa.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
Con emoción compartimos una mínima muestra del legado musical del poeta. Incluimos aquí los enlaces de acceso directo a las grabaciones de dos canciones populares españolas en las que Federico García Lorca comparte con la bailaora y cantante Encarnación López Júlvez, La Argentinita (1895-1941), quien además interpreta las castañuelas.
Las dos piezas incluidas hacen parte de la compilación realizada en 1931, en la que el poeta Federico García Lorca es responsable de la recolección, armonización e interpretación al piano en lo que llamó “Colección de canciones populares españolas”.
“Las Tres Hojas” Duración: 2:02 min. https://youtu.be/QcrlG1kPJow
“En el café de Chinitas” Duración: 2:44 min. https://youtu.be/Upbl6mODpQ4
“El beso” [1925] Dibujo de Federico García Lorca. Imagen de uso libre disponible en internet.
RESISTENCIA
Federico también denuncia un mundo ajeno a lo sensible, la maquinación de la belleza, la ceguera frente a la significancia de lo mínimo, para lo que él tiene los ojos enormes y las palabras rotundas, luminosas. El poeta siente por todos, está hecho de una materia compasiva y triste, al tiempo traviesa y sublime. Resiste al revelar, se rebela al nombrar.
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García Lorca y resistencia
[Continuación]
Federico también denuncia un mundo ajeno a lo sensible, la maquinación de la belleza, la ceguera frente a la significancia de lo mínimo, para lo que él tiene los ojos enormes y las palabras rotundas, luminosas. El poeta siente por todos, está hecho de una materia compasiva y triste, al tiempo traviesa y sublime. Resiste al revelar, se rebela al nombrar. Se escandaliza por la deshumanización de la sociedad de consumo, suspende sus versos juguetones para dar paso a aquellos que nos hacen sentir la repugnancia, la culpa, la turbación:
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna…
Su “Poeta en Nueva York” es grandioso, palpitante, memorable. Se duele por los insectos porque comprende «la carne mínima del mundo». Halla la voz para el vacío, lo hueco, lo que ignora la multitud. Ve las calaveras de las palomas, «el dolor de las cocinas» con sus faisanes y manzanas «que nos empujan en la garganta», el «sapo recién aplastado», el terror de la lombriz, la agonía del pez, «el mugido del árbol asesinado por la oruga». Ve aquel mundo para que el no tenemos ojos y nos hace verlo con su poesía. En los ojos del poeta beben «las dulces vacas de los cielos» y el mar, siempre el mar, «amarrado a los árboles». En sus versos hay personajes y voces diversas, de toda naturaleza y origen, desde el universo de la hormiga hasta los «oscuros planetas», o la noche herida que lucha «enroscada con el mediodía». En el “Romancero gitano” ha dejado el alma de su pueblo, pues ser de Granada lo inclinó a «la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro». Y de qué modo cuenta y canta hechos tan execrables como los asesinatos, o una golpiza como en esta “Canción del gitano apaleado”:
Veinticuatro bofetadas.
Veinticuatro bofetadas;
Después, mi madre, a la noche,
Me pondrá en papel de plata.
Guardia civil caminera,
dadme unos sorbitos de agua.
Agua con peces y barcos.
Agua, agua, agua, agua.
¡Ay, mandor de los civiles
que estás arriba en tu sala!
¡No habrá pañuelos de seda
para limpiarme la cara!
[Este texto continúa en el enlace “García Lorca y sueño]
PANORAMA CIEGO DE NUEVA YORK
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas
Y las que mueren de parto saben en la última hora
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
No, no son los pájaros.
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento,
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada.
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo,
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los volcanes
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La tierra con sus puertas de siempre
que llevan al rubor de los frutos.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
NEW YORK OFICINA Y DENUNCIA
A Fernando Vela
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las catarata
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugad
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujada
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancias inasibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
PAISAJE DE LA MULTITUD QUE VOMITA
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores:
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.
New York, 29 de diciembre de 1929.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
SUEÑO
Y si hablamos del sueño, Lorca no solo evoca la musa, el ángel o el duende. Trae mundos surreales, la imaginación que lo alimenta y que no es ajena a la realidad, pues piensa que los hechos del mundo y de los seres humanos están llenos de matices y de poesía. Para llamar el sueño también tiene las nanas con toda su música, con todos sus latidos y su luz: «la melodía latente, estructurada con sus centros nerviosos y sus ramitos de sangre»…
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García Lorca y sueño
[Continuación]
Y si hablamos del sueño, Lorca no solo evoca la musa, el ángel o el duende. Trae mundos surreales, la imaginación que lo alimenta y que no es ajena a la realidad, pues piensa que los hechos del mundo y de los seres humanos están llenos de matices y de poesía. Para llamar el sueño también tiene las nanas con toda su música, con todos sus latidos y su luz: «la melodía latente, estructurada con sus centros nerviosos y sus ramitos de sangre». Porque, reitera, la tristeza siempre está presente en las canciones de cuna. En ellas las mujeres hablan de sus pesares y de esa cruz que cargan a cuestas bajo la luna. Donde otros solo ven un niño en su cuna, el poeta ve un hada «encaramada en la cortina», paisajes abstractos, las misteriosas relaciones entre los objetos, el sentido poético de todo cuanto existe.
Federico García Lorca es la poesía misma acribillada, sembrada, renacida, multiplicada, eterna. Un poeta universal, inmortal, que, por fortuna para nosotros, escribió en nuestra lengua. No creía en fronteras políticas, se sentía católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. Pero, ante todo, se sentía «hombre del mundo y hermano de todos». Sus piezas dramáticas destilan poesía desde la médula a la máscara. Dice que «el teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana». Sus conferencias irradian inteligencia, humanismo y placer. De él dijo su amigo Vicente Aleixandre: “He sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esta sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado”.
Visionario, iluminado, en muchos de sus versos sentimos la certeza de su inmolación, su anticipada aflicción por lo que vendría:
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Y no encontraron su cadáver que mordió una «raíz amarga» y luego fue bebido por el agua, que no para de fluir. Es que Federico duerme «el sueño de las manzanas».
Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto…
Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra…
CIUDAD SIN SUEÑO (NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros
Un día
Los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
TIERRA
sobre un espejo
sin azogue,
sobre un cristal
sin nubes.
Si los lirios
nacieran al revés;
si las rosas
nacieran al revés;
si todas las raíces
miraran las estrellas,
y el muerto no cerrara
sus ojos…
seríamos como cisnes.
***
Tomado de: “Siete poemas y dos dibujos inéditos”.
En: http://www.cervantesvirtual.com/portales/federico_garcia_lorca/obra/siete-poemas-y-dos-dibujos-ineditos/
TIERRA Y LUNA
que come los huevos de la golondrina.
Me quedo con el niño desnudo
que pisotean los borrachos de Brooklyn,
con las criaturas mudas que pasan bajo los arcos.
Con el arroyo de venas ansioso de abrir sus manecitas.
Tierra tan sólo. Tierra.
Tierra para los manteles estremecidos,
para la pupila viciosa de nube,
para las heridas recientes y el húmedo pensamiento.
Tierra para todo lo que huye de la Tierra.
No es la ceniza en vilo de las cosas quemadas,
ni los muertos que mueven sus lenguas bajo los árboles.
Es la tierra desnuda que bala por el cielo
y deja atrás los grupos ligeros de ballenas.
Es la tierra alegrísima, imperturbable nadadora,
la que yo encuentro en el niño y en las criaturas que pasan los arcos.
¡Viva la tierra de mi pulso y del baile de los helechos,
que deja a veces por el aire un duro perfil de Faraón!
Me quedo con la mujer fría
donde se queman los musgos inocentes;
me quedo con los borrachos de Brooklyn
que pisan al niño desnudo;
me quedo con los signos desgarrados
de la lenta comida de los osos.
Pero entonces baja la luna despeñada por las escaleras
poniendo las ciudades de hule celeste y talco sensitivo,
llenando los pies de mármol la llanura sin recodos
y olvidando, bajo las sillas, diminutas carcajadas de algodón.
¡Oh Diana, Diana, Diana vacía!
Convexa resonancia donde la abeja se vuelve loca.
Mi amor de paso, tránsito, larga muerte gustada,
nunca la piel ilesa de tu desnudo huído.
Es tierra, ¡Dios mío!, tierra, lo que vengo buscando.
Embozo de horizonte, latido y sepultura.
Es dolor que se acaba y amor que se consume.
torre de sangre abierta con las manos quemadas.
Pero la luna subía y bajaba las escaleras,
repartiendo lentejas desangradas en los ojos,
dando escobazos de plata a los niños de los muelles
y borrando mi apariencia por el término del aire.
***
Tomado de: “Obras completas”. Prólogo de Jorge Guillén. Epílogo de Vicente Aleixandre. Aguilar. Madrid, 1962.
Como homenaje y aporte musical, aquí se incluyen dos piezas más de la Colección de Canciones Populares Españolas, testimonios en partitura y registro fonográfico que dejó García Lorca, de su impresionante actividad como gestor cultural.
Primer corte: “Anda, jaleo”. Duración: 2:15 min. https://youtu.be/s6fmBp9BfjI
Segundo corte: “Los cuatro muleros”. Duración: 2:20 min. https://youtu.be/7ir_Tgsi6Ho