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Este mes de Marzo que recién acaba de irse, tuvo mucho que ver con la literatura y muy concretamente con la literatura argentina. No habíamos terminado de lamentar la sorpresiva muerte de Julio Cortazar, cuando teníamos la agradable visita de Ernesto Sábato. Así, el duelo del espíritu muy pronto se vió convertido en una fiesta del mismo, al tiempo que en los diarios nacionales, la seriedad y las barbas de Cortazar fueron reemplazadas por las gruesas gafas y el bigote canoso de Sábato.

Es de considerar que la visita del escritor argentino a nuestro país fue antecedida por una expectativa mucho más política que literaria, cosa que no sucedió cuando vino hace quince años a presidir el Festival de Teatro de Manizales. En esta oportunidad el carácter de la visita era otro y las razones para tal expectativa eran obvias: Argentina recién había abierto las puertas de la democracia bajo la consigna del presidente Raúl Alfonsín de “libertad y justicia social”. Atrás quedaba la negra y siniestra experiencia de las dictaduras militares envuelta en una estela de sangre. Ahora este escritor, comprometido hasta la médula con los grandes postulados del progreso, que soportó la terrible zozobra de la muerte durante casi ocho años al lado de su pueblo, es llamado a encabezar una Comisión de la Verdad que tiene a su cargo el espeluznante y comprometedor trabajo de inventariar los desaparecidos, al tiempo que indagar a los militares inculpados en el asunto para ser juzgados.

Sobre esto último Sábato ofreció una rueda de prensa en la Biblioteca Nacional, en la que al ser interrogado por el  enviado del Taller de Periodismo Punto de Partida,  acerca de los objetivos de la comisión,  respondió:

 “Bueno, la labor de la comisión es una labor muy ardua, muy difícil y muy dolorosa. Nosotros en dos meses, un poco más, hemos recibido alrededor de 2.000 denuncias y testimonios. Testimonios terriblemente dolorosos. Nosotros estamos empeñados en el esclarecimiento final de esta terrible tragedia vivida por mi patria. Tenemos un plazo de seis meses que  no sé si va a ser suficiente para esclarecer el problema de los desaparecidos. Nosotros recibimos las denuncias, las analizamos y las clasificamos en determinados grupos que apuntan a determinados represores. Si vemos, por ejemplo, que hay cincuenta denuncias que apuntan en la dirección del General Camps, todo eso lo agrupamos y lo mandamos a la Justicia Federal.  Nosotros no podemos juzgar, desde luego. En la democracia juzga la democracia, juzga la justicia. Hemos  estado en los regimientos, hemos estado en diferentes lugares. Tenemos la autoridad absoluta para entrar en cualquier lugar civil o militar del país. Además de todo esto, nuestra misión consiste en producir un informe final, al cabo de los seis meses o de los meses que sean necesarios. Ese informe, ese “Libro Negro” que vamos a publicar; va a aclarar, no solamente los nombres y apellidos de los desaparecidos, sino los momentos, los días y las horas en que fueron arrastrados de sus casas. Va a aportar  los testimonios más dolorosos y más ejemplificadores de los miles y miles que vamos a obtener. Tal vez 10.000, tal vez 15.000, no sabemos cuanto. Vamos a poner esos testimonios para que sirvan de ejemplo a las generaciones venideras,  y finalmente vamos a hacer una acusación que signifique una lápida para la tragedia que vivió durante estos años horrorosos mi país. Nosotros pretendemos que ese libro sea un libro de lectura obligatoria en todos los cursos de educación moral y cívica de los colegios secundarios,  incluyendo los colegios militares”.

Así, con una voz pausada pero segura, Ernesto Sábato, puso de manifiesto su creencia, que lo de Argentina es el comienzo del fin de las dictaduras en el cono sur.

En un principio no era posible comprender, cómo este nombre, que en su edad madura había abandonado la ciencia, para dedicarse a la más insegura de las aventuras, es decir, a escribir novelas, ahora dejara a un lado la literatura y se comprometiera con la realidad política  de su país. Pero nuestra incomprensión duró poco. Al día siguiente escuchamos a ese mismo Sábato en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional.  Recordando sus viejos tiempos de profesor universitario, convirtió el acto en una magistral cátedra de humanismo. Mientras hablaba ante, por lo menos 20.000 estudiantes, Sábato daba la impresión de un buen padre que imparte sabios consejos a sus hijos.

A medida que Sábato se adentraba en su charla, comprendimos que se trataba de un gran humanista y no de un escritor más, pues como él mismo dijo alguna vez, “un escritor es un gran hombre que escribe y no un maestro o artífice de palabras”. Al desglosar los grandes conceptos  de la filosofía existencialista y del subrealismo, quedaba al descubierto las fuentes del pensamiento sabatiano. No obstante,  es vidente la herencia del maestro Pedro Enríquez Ureña, citado constantemente por Sábato. Este y no otro debe ser el punto de partida para una cabal comprensión de la obra del escritor argentino. Es por esto que sus manifestaciones artísticas y filosóficas están dirigidas  en todo momento a la condición humana. Todo en él apunta a los grandes problemas como  son la libertad, la búsqueda de lo absoluto, el sentido de la vida y de la muerte de este terrible, noble, pequeño y grande animal metafísico que es el ser humano. Por todo esto pensamos que cualquier estudio serio que se pretenda sobre la literatura latinoamericana debe asignarle un espacio y un análisis especial a la obra de Sábato. Sus novelas no son otra cosa que grandes metáforas de la existencia humana; grandes y angustiosos llamados a la conciencia y a la libertad. Son, en el fondo, un intento de rescate y salvación del hombre, de ese sujeto alienado por un mundo tecnolátrico. Es esto último lo que motiva a Sábato a abandonar las ciencias y dedicarse a la literatura. Según él, el novelista tiene hoy no solo la misión de expresar o revelar la crisis de nuestro tiempo, sino que está realizando una auténtica obra de salvación del hombre concreto Es lo que ha dado a llamar “metafísica de la esperanza”. Al respecto, y refiriéndose a una de sus obras dijo:

“El hombre es un gusano – ha dicho Pascal- pero también puede ser un héroe. Y dicho sea de paso en “Abaddón el exterminador”, que es el más sombrío de mis libros, hay un homenaje a un ser humano. Estaba yo en Francia cuando lo mataron y hablé en la Universidad de París, como ahora aquí delante de ustedes. Es un héroe que tiene que ver mucho con nosotros. Puede que uno discrepe con ideas, esto sí, esto no, no sé. Pero  cuando veo tanto revolucionario de salón, yo me pongo de pié ante la sola mención del nombre de Ernesto Guevara. Ese hombre en esa carta que yo menciono en el libro, esa carta final a los padres cuando dice que de nuevo ensilla a Rocinante…  ese hombre que sale a buscar la muerte en la selva inhóspita, enfermo al final y sin remedio para su asma, ese hombre que acosado, al frente de su pobrecito pelotón, en medio de selva boliviana y sus compañeros ven avanzar un camión que lleva unos chanchos y allí van unos soldaditos fornidos, y le dicen : ¿tiramos? y él les contesta que no. ¿Cómo vamos a tirar contra esos pobres soldaditos? Ese es el hombre nuevo. El hombre nuevo no es alguien que vuela inocentes en un aeropuerto o en un hotel. Esta clase de hombres es la que nos tiene que hacer pensar en los momentos de mayor desesperación que, si bien el hombre es propenso al mal, hay muchos, los más excelsos, los más grandes, que pueden dar ejemplo de heroísmo, de sentido comunitario y de ayuda. En medio de las tinieblas surge siempre la esperanza. El hombre renace siempre. El hombre tiene una dualidad trágica. Es propenso al mal, pero también busca el bien. Y a veces, ansiosa y desesperadamente, busca la perfección”. Es pues la búsqueda de este absoluto lo que ha hecho de Ernesto Sábato un ciudadano de Latinoamérica. Así quedaban expuestas las dos caras de un gran escritor de ficciones: una la del ciudadano comprometido con la realidad parentoria y trágica de América Latina. Otra, la de indagar los confines de la condición humana.”

Si escribir es cierto modo de querer la libertad, podemos decir sin temor a equivocarnos, que Ernesto Sábato es un infatigable buscador de la libertad.

Por Tomás Vásquez A. Taller de periodismo Punto de Partida. U.N.

Esta entrevista fue realizada en Bogotá en marzo de 1984, pero no fue publicada en la edición impresa de la revista. Por tratarse de un documento histórico, Punto de Partida, la publica en edición digital después que muchos años han pasado