Comparte esta publicación

Por: Rubén Maldonado Ortega. *

En una ancestral fábula de la tradición brahmánica se narra la historia de una violenta y sorpresiva agresión por parte de unos búhos a unos cuervos que dejó cubierto el campo de los agredidos con centenares de muertos, heridos y desplumados. Al convocar el rey de los cuervos a sus cinco consejeros para determinar lo que habría de hacerse antes de que sobreviniera una nueva ejecución de lo que parecía ser un plan de exterminio, se encontró el rey con que, únicamente el cuervo más viejo conocía la callada enemistad de los búhos hacia ellos, originada en unas palabras imprudentes que alguna vez pronunciara, en una asamblea general de los animales, el emisario del rey de los cuervos contra el emisario del rey de los búhos. Al final de la fábula se sabe que ese conocimiento resultó decisivo para armar la estrategia con que la comunidad de los cuervos se libró de su extinción y aseguró el sometimiento de los búhos. En las conversaciones que sostengo a menudo con Ramón Bacca, mis embrolladas conjeturas sobre la actualidad de nuestro común mundo circundante -las cuales soporto con densos pensamientos extraídos del rudo tratado de Max Scheller sobre La esencia y formas de la simpatía, y de las intrincadas reflexiones de Wilhelm Dilthey sobre la fundamentación del estudio de la sociedad y de la historia- son desarticuladas con una breve sentencia que Ramón soporta con el simple hecho de haber estado allí en calidad de testigo. Entonces, tras advertir, mi perplejidad rayana en el desamparo, vuelve a sentenciar: no se te olvide que yo soy el cuervo de la fábula.

He deseado mucho ser amigo de Ramón Bacca, pero él es muy selectivo, así que he tenido que conformarme con la condición de vecino suyo, que esa sí me pertenece por derecho propio. Y como nadie puede sofocar ni recortar el derecho del vecino a molestar, allí me he sentido muy cómodo, porque soy vecino de Ramón no sólo de barrio, sino de cubículo. Con el tiempo las molestias se han hecho mutuas, y eso ha hecho germinar entre nosotros una esmerada relación de complicidad.

Cuando el colega Orlando Araujo me pidió que hiciera una pequeña semblanza de Ramón, le dije que yo no era la persona indicada, dado que no he leído su obra. Pero enseguida mi jefa, Carmen Elisa, me acorraló con el que consideró un argumento contundente: como se trataba de una semblanza personal, porque la de escritor le había sido encomendada al profesor Orlando Mejía, yo era el más indicado, ya que según ella bastaba con que relatara el motivo de mis permanentes risotadas con Ramón en su cubículo para obtener la semblanza, y heme aquí intentándola hacer.      

Pero no fue el argumento de Carmen Elisa el que me convenció, sino mi propia convicción de que Ramón nunca podrá ser hallado en su obra, sino en su charla, y esa sí la conozco bien. Y creo que no podrá ser hallado en su obra porque Ramón es, contra sí mismo, un pensador. Y aunque ha habido bastantes pensadores que se han mostrado muy bien en su obra, no es el caso de Ramón. Él se ha retenido de mostrarse en su obra por razones que algún día alguien develará, pero en su charla no sólo se muestra como un pensador, sino que, incluso, no lo puede evitar.

Hay un enorme error en la consideración de que pensador sólo pudieron ser celebridades como Platón, San Agustín o Freud, por ejemplo. Y si esto fuera correcto, sería ciertamente una necedad decir de Ramon Bacca que es un pensador. Pero como no lo estoy asimilando como pensador por las cosas que dice, sino porque procesa la realidad del modo como lo hicieron Platón, San Agustín o Freud, por ejemplo, y porque un pensador es quien da testimonio del presente como una sustancia viva, en la medida en que ha podido doblegarse mansamente al modo de razonar de Pero Grullo y don Quijote para alcanzar al mismo tiempo la claridad y la emoción, entonces Ramón Bacca no es sólo un pensador, sino uno de los pocos que hay en la Costa Atlántica. Aclaro: alguien puede dar cuenta del modo como, en el Menón, Platón concibió la relación de lo Uno con lo Múltiple para que el conocimiento no resultara auto-contradictorio; o desplegar dotes de gran pedagogo presentando el pensamiento de Kierkegaard, en su novela La repetición, como el esfuerzo del intelecto para captar la relación de la eternidad con el instante apelando, bien sea al cristianismo o al paganismo, a fin de que la vida no se disuelva en un estrépito vano y vacío. Pero si no puede explicar suficientemente por qué razón en Colombia, tras años de constitución de la República, los jefes de los partidos políticos son los hijos y nietos de los exjefes de esos mismos partidos, y por qué habrá que escoger al nuevo presidente de Colombia entre dos primos hermanos de esa misma parentela, entonces será un connotado profesor, pero no un pensador. Y cuando quiero saber algo sustancial sobre las posibilidades de una tercería vigorosa para retar exitosamente a los primos santos, me desplazo apenas metro y medio hasta el cubículo de Ramón para retarlo a que desarticule mi recién horneada iluminación al respecto, la cual soporto, ahora sí, en la irrebatible idea de Hegel de que «el sentido de la historia debe ser aprehendido por el ser en sí y por sí, el cual se da a sí mismo diversas figuras, pero que en ninguna es más claramente sentido que en aquella en que el espíritu se explicita y manifiesta en las figuras multiformes que llamamos pueblos». Conforme a un ceremonial de gestos, circunloquios y teatralidades proporcionadas por veinte años de charlas, donde no es posible saber cuáles pertenecen a quién, Ramón toma aire, cierra los ojos, los vuelve a abrir, pero ya completamente arrobado, y con las manos levantadas, pero no tanto, cual leve rastro de su época de monaguillo, y con el impulso que le da la ventaja de que, a sus ocho años el postre del almuerzo en casa de sus tías se consumía comentando la actualidad de la segunda guerra mundial, y en la mía la plegaria del papa protestando por la acogida dada a la minifalda, acribilla mi peregrina iluminación relatando un simple hecho al cual esta vez asistió apenas en calidad de testigo inadvertido, rematando su estocada con la consabida sentencia: se te olvidó otra vez que yo soy el cuervo de la fábula.

 

* Rubén Maldonado Ortega,
   Filósofo egresado de la UN Bogotá
   Doctor en Filosofía e investigador no reconocido por Colciencias

Ramón Illán Bacca Linares. Abogado, escritor laureado, periodista, gran sentido del humor, creador de novelas policíacas. Literariamente decantado por la intriga, lo contemporáneo y el caribe urbano. Investigador histórico, docente universitario. Ganador del primer premio del Tercer Concurso de Cuento del Instituto de Cultura del Magdalena (1979); primer premio del Concurso de Cuento Regional del Diario del Caribe (1981); primera mención en el Quinto Concurso de Novela Plaza & Janés (1987); Tercer puesto,

Concurso de Cuentos Carlos Castro Saavedra, Transempaques S.A., Medellín (1993); primer premio del Tercer Concurso Nacional de Novela Cámara de Comercio de Medellín (1996); Segundo Premio, Concurso de Cuento Nuevo Milenio, Revista Mefisto, Pereira (2000); y, Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2004).

Hemos perdido a uno de nuestros más prolíficos escritores quien gracias a su talento supo poner las palabras en el marco de una narrativa exacta como cautivadora y ser sin duda el creador el cuento erótico entre nosotros, como se le reconoce. Logró que sus cuentos, “Marihuana para Goering” (1981), “Tres para una mesa” (1991), “Señora tentación” (1994), “El espía inglés” (2001); sus novelas, ”Déborah Kruel” (1990), “Maracas en la ópera” (1996), “Disfrázate como quieras” (2002) y “La mujer barbuda” (2011); la “Crónicas casi históricas” (1990) y el ensayo “Escribir en Barranquilla” (1998), sean tomados como